Ecuanimidad hacia la forma en que nos hemos tratado

Repaso

Comenzamos nuestra discusión sobre la forma de equilibrar nuestras actitudes, con el propósito de ayudarnos a superar las emociones perturbadoras que dirigimos hacia nosotros mismos. Para muchos de nosotros, la emoción perturbadora más fuerte es el sentimiento de baja autoestima y una actitud negativa hacia nosotros mismos. Puede manifestarse como no gustarnos, o incluso de forma más fuerte, como odiarnos. Pero esta no es la única emoción perturbadora que podemos experimentar hacia nosotros mismos. Podemos exagerar lo maravillosos que somos (obsesionarnos con nosotros mismos) o podríamos ser totalmente ingenuos acerca de nosotros (ignorar nuestras necesidades y, en cierto modo, negarlas). Hablamos acerca de cómo podríamos adoptar algunos de los métodos budistas, en la técnica conocida como “igualación e intercambio del uno por el otro”, para tratar con este problema, basándonos en una línea del Entrenamiento mental en siete puntos, que dice: “con respecto a la práctica de dar y tomar (tonglen), comienza contigo mismo”.

Uno de los puntos que discutimos ayer sobre el desarrollo de un sentido de ecuanimidad hacia nosotros mismos se refiere a la distinción entre el “yo” convencional y el “yo” falso. Recuerden que estamos intentando desarrollar una actitud hacia nosotros mismos que sea equilibrada, suave. Eso es lo que significa la ecuanimidad en este contexto. Significa considerarnos sin una actitud negativa ni positiva (“¡qué maravilloso soy!”) y sin ignorarnos, esto es, sin aversión, rechazo ni repulsión, sin atracción y sin la ingenuidad de ignorarnos a nosotros mismos.

Lo revisamos en términos de lo que hemos hecho en nuestra vida: cuando hemos cometido errores o fracasado, cuando hemos triunfado en algo y cuando no nos sucedía nada significativo, solamente la rutina cotidiana ordinaria. Vimos que todos cometemos errores, que todos hemos triunfado en algunas ocasiones, y estos éxitos no tienen que ser dramáticos: simplemente cocinar una buena comida es un éxito. Y no hay ninguna razón por la que deban ocurrir sucesos dramáticos en la vida, ya sea maravillosos o terribles. El hecho es que para la mayoría de nosotros la vida es muy ordinaria.

La necesidad de negar el “yo” falso

Lo mismo sucede con los sentimientos de felicidad o infelicidad, no necesitan ser dramáticos. Algunas veces pensamos que esas emociones tienen que ser muy fuertes y exageradas para en realidad sentir algo. Ese pensamiento lleva a muchas personas a practicar deportes extremos o a perforarse el cuerpo, para realmente experimentar sensaciones fuertes; de otro modo, tienen la idea de que realmente no están sintiendo nada. Pero eso está basado en algún tipo de alienación de los sentimientos propios. Si analizamos más profundamente tal alienación, encontramos que hay una idea muy confusa acerca de las emociones, acerca de quiénes somos y de lo que es realmente la experiencia de vivir. No necesitamos experiencias dramáticas para establecer que existimos. Pensar que tales experiencias tienen el poder de establecer que verdaderamente existimos es una falacia. Esa es la razón por la cual es tan importante diferenciar entre el “yo” convencional y el “yo” falso. Se trata de una diferencia crucial.

Tendemos a identificarnos sólo con unos pocos eventos de nuestra vida o con pequeños aspectos de nosotros mismos. Generalmente se trata de eventos emocionalmente muy dramáticos, como algún fracaso o un triunfo. Podría tratarse de algún extremo, por ejemplo, una experiencia de abuso. Nos identificamos con eso y lo establecemos como la base de toda nuestra identidad o, por supuesto, también podemos negarlo y reprimirlo por completo. Pero cuando nos identificamos con ello, entonces tenemos un ejemplo muy claro del “yo” falso. Consideramos esa identidad como “yo” e imaginamos que es quien verdaderamente soy, sólido y real, y como siempre somos, en todas las situaciones. Pero este “yo” falso no corresponde con nada real, es sólo una proyección de nuestra imaginación.

Ese es el “yo” falso, el que tenemos que negar. “Negar” significa entender que esto es basura; no corresponde a nada real. Así que necesitamos deshacernos de este falso concepto, lo cual, por supuesto, no es algo fácil de hacer. Eso es debido a que tenemos un hábito muy fuerte de proyectarlo y de creer en él. Para liberarnos de esto necesitamos mucho entrenamiento, disciplina, concentración, un claro darse cuenta que discrimina entre lo que es realidad y lo que es fantasía, etc., (ese es un gran entrenamiento), basado en tener una fuerte motivación para hacerlo. El entrenamiento budista se especializa en este tipo de cosas. Pero no quiere decir que cuando refutamos el “yo” falso nos quedamos sin nada. Nos quedamos con el “yo” convencional. Yo sí existo. Tú existes. Un maestro zen comprobaría esto golpeándonos con un bastón, tras lo cual sentiríamos dolor. Así que, obviamente, yo existo.

El “yo” convencional cubre el espectro completo de todo lo que implica nuestra vida, ¿no es cierto? No es que haya un “yo” sólido moviéndose a través de la vida, como si nos retiráramos de ella y la viéramos desplegándose ante nosotros, como una película. Esa es una actitud peligrosa porque conduce a un sentimiento de alienación, y eso podría producir muchos problemas emocionales. El “yo” convencional es el “yo” que puede ser imputado o etiquetado sobre los eventos y experiencias siempre cambiantes de la vida. Eso es “yo”. Y estoy constantemente cambiando, creciendo (envejeciendo, cambiando de un momento a otro), sin nada sólido que permanezca siempre igual. El “yo” convencional está basado en todos estos aspectos.

Evitar los dos extremos

Es importante que evitemos dos extremos. Uno de ellos es el nihilismo, que niega completamente la existencia del “yo”. Cuando nos vamos a ese extremo, experimentamos ingenuidad acerca de nosotros mismos: ignoramos nuestras necesidades, no nos afirmamos. No afirmamos lo que queremos o lo que necesitamos, como límites en nuestras relaciones, en nuestro trabajo y demás. Así pues, el primer extremo es negar el “yo” convencional. El nihilismo significa pensar: no cuento, soy nada.

El otro extremo es exagerar el “yo” convencional en un “yo” falso y después identificarnos con él. Esto resulta en lo que en Occidente podríamos llamar “narcisismo”: “soy muy importante, lo que pienso y siento es muy importante, todo el mundo tiene que saberlo”; como si todos realmente estuvieran interesados. Esta presunción narcisista actualmente se ha exagerado con las redes sociales, tales como Facebook y Twitter, en donde la gente tiene la necesidad de publicar lo que siente sobre cada mínima cosa que está sucediendo en su vida. La contraparte emocional de esto es el sentimiento de “soy tan importante, tan especial, tan maravilloso”.

Cuando tenemos una actitud negativa de ira hacia nosotros mismos, podría inclinarse hacia alguno de estos dos extremos. En una forma nihilista, podríamos negar e ignorar las necesidades que tenemos como personas: “soy tan estúpido y malo que no merezco ser querido. No merezco tener amigos ni ser feliz porque no soy bueno”. Tal actitud negativa hacia uno mismo se va hacia el extremo del nihilismo. Básicamente, niega el “yo” convencional: “yo no existo, yo no importo”.

El otro extremo, una exageración de uno mismo con ira, trae consigo una tremenda culpa y el sentimiento de que necesitamos castigarnos porque somos muy malos. Esto puede manifestarse psicológicamente de muchas maneras, generalmente de forma inconsciente. Una de esas formas inconscientes es que saboteamos cualquier relación en la que nos involucramos, asegurándonos de que no funcionará y de que continuaremos fracasando. En cierto modo, eso es como castigarnos a nosotros mismos. Sentirnos culpables es realmente una obsesión con el “yo”, en la que lo exageramos volviéndolo un “yo” falso que imaginamos que existe verdaderamente como “malo”. Nos quedamos fijados en “soy tan malo, lo que hice fue muy malo” y no lo soltamos. Así, de estas dos formas, una actitud negativa hacia nosotros mismos puede dirigirse a alguno de estos dos extremos.

Todo esto es relevante para nuestra discusión acerca de la ecuanimidad. Lo que queremos alcanzar es una suerte de centro, lo que en el budismo llamamos “camino medio”, una vía intermedia. Un camino medio no significa mitad nihilismo y mitad exageración de uno mismo; eso no es lo que quiere decir camino medio. En lugar de eso, significa ir más allá de esta polaridad, confirmar el “yo” convencional y dejar de identificarse con el “yo” falso. Esto lo hacemos tratando de aquietar o calmar estas actitudes y emociones perturbadoras que tenemos acerca de las situaciones de nuestra vida y acerca del “yo” en relación con esos eventos.

Desarrollar ecuanimidad en términos de cómo nos hemos tratado a nosotros mismos

Continuemos con esta parte del entrenamiento sobre la ecuanimidad. El siguiente aspecto que examinaremos es cómo nos hemos considerado a nosotros mismos, cómo nos hemos tratado (no necesariamente con relación a un evento, sino en general), el tipo de actitud que tenemos hacia nosotros mismos. Estas actitudes pueden ser de tres tipos.

En primer lugar, nuestra actitud podría ser sólo de baja autoestima en general. Eso puede manifestarse como hablarnos severamente a nosotros mismos en nuestra mente: “soy tan idiota, soy un perdedor”. Probablemente usamos un lenguaje mucho más severo que ese.

El segundo tipo de actitud podría ser una opinión exageradamente alta de nosotros mismos (“soy tan maravilloso, soy muy especial”), por lo cual tendemos a ser excesivamente autocomplacientes. Eso se puede manifestar de muchas formas, por supuesto. Por ejemplo: “siempre tengo que ser el centro de atención”, “siempre estoy en lo correcto”, cosas por el estilo. Somos muy agresivos con los demás en lo que respecta a nosotros mismos.

La tercera actitud es ignorar nuestras necesidades y eso se manifiesta en no tratarnos con justicia. A menudo esto puede ocurrir cuando tenemos bebés o niños pequeños. En esos casos, por supuesto, las necesidades del bebé pesan más que nuestras propias necesidades, y es posible que nos esforcemos más allá de nuestros límites, no durmiendo lo suficiente y demás; esa es una situación diferente. Sin embargo, aquí estamos hablando de ser perfeccionistas y presionarnos demasiado: no tenemos una actitud realista acerca de nosotros mismos, acerca de nuestras necesidades y nuestras limitaciones.

Apliquemos ahora el mismo método que usamos ayer en términos de situaciones de nuestra vida, para aquietarnos y obtener más ecuanimidad en la forma en que nos hemos considerado y tratado a nosotros mismos.

Pensar en cuando hemos tenido baja autoestima

Primero pensemos y tratemos de traer a este momento un sentimiento de baja autoestima que hayamos tenido: “soy un perdedor”, “soy un idiota”, ese tipo de actitud, la cual estoy seguro que la mayoría de nosotros hemos tenido en un momento u otro. Tratamos de recordar ese sentimiento para poder examinarlo (no es que estemos practicando sentir eso). “Nadie me ama. ¿Por qué alguien habría de amarme? No merezco ser amado”. Puede haber muchas manifestaciones de ello.

Entonces lo analizamos: “Si yo fuera realmente así, que no soy bueno, que no merezco ser amado, entonces tendría que ser así con respecto a todas las personas. No le agradaría a mi perro, no le agradaría a mi madre, no le habría agradado nunca a nadie. Pero esperen un momento; de hecho, le agrado a mi perro, así que no puedo ser completamente malo. Con suerte, mi madre aún me ama”. Entonces vemos que no siempre nos sentimos tan negativamente acerca de nosotros mismos. No hay una base real duradera para eso, ¿verdad?

Verán, este es el problema real. Cuando las personas están profundamente involucradas con una baja autoestima, no pueden recordar ningún aspecto positivo de sí mismas ni alguien a quien realmente le agraden (como su perro, su madre o cualquier otra persona), como si nunca hubieran tenido un amigo, lo cual es altamente improbable. Tratamos de equilibrar esto y ver: “Bueno, no siempre he tenido una actitud negativa hacia mí mismo. Algunas veces ha estado bien”. Más tarde trabajaremos con la pregunta de cuál es la actitud predominante, si la actitud positiva o la actitud negativa; ese es un asunto distinto. Pero si observamos objetivamente, veremos que algunas veces no hemos pensado tan mal acerca de nosotros mismos y, de hecho, nos hemos tratado bien, incluso si eso sólo significa comprarnos una barra de chocolate y comérnosla, porque nos gusta el chocolate. Tratemos de pensar en ejemplos simples como ese.

Decidimos: “Realmente no hay ninguna razón por la cual siempre deba pensar mal acerca de mí mismo, tratarme mal y reprenderme a mí mismo. Soy bastante capaz de tratarme con amabilidad, como en el ejemplo de la barra de chocolate”. Nos determinamos: “intentaré no hablarme mentalmente con tanta severidad ni tratarme tan mal”. Verán, tenemos que reconocer que actuar de esa forma nos causa infelicidad. Y, ¿por qué querríamos ser infelices? En realidad, nadie quiere ser infeliz. De forma natural, de todos modos somos infelices gran parte del tiempo. ¿Por qué hacernos aún más miserables teniendo una actitud negativa hacia nosotros mismos?

[Pausa para la práctica]

Pensar en cuando hemos tenido una opinión excesivamente alta de nosotros mismos

Ahora, recordemos situaciones en las que hayamos tenido una opinión excesivamente alta de nosotros mismos y en las que, por lo tanto, nos hayamos recompensado siendo exageradamente autoindulgentes, atascándonos de chocolates o bebiendo demasiado alcohol. Entonces pensamos: “¿por qué me dejé llevar de esa forma tan autocomplaciente? ¿Es porque pienso que soy maravilloso? Bueno, no siempre pienso así, ¿no es cierto? Entonces, no son necesarias recompensas ni privaciones exageradas”. Este es el punto. Una posibilidad es que me privo a mí mismo – “no merezco tener esto” – y la otra es ser muy autocomplaciente: “soy tan increíble; merezco comerme todo el pastel de chocolate; merezco tomarme la semana completa libre”.

[Pausa para la práctica]

No tenemos que caer en los extremos de comer helado diariamente o no tomar helado nunca. Está bien hacerlo algunas veces; todo con moderación. No tenemos que estar permanentemente de vacaciones ni tampoco negarnos las vacaciones para siempre. Moderación. Ahora, por supuesto que la mayoría de nosotros no nos vamos totalmente a estos extremos, pero muchos de nosotros tendemos a ir en esa dirección. En pocas palabras, no tiene sentido decirnos constantemente a nosotros mismos: “soy un idiota, soy un idiota”. Y por otra parte, no tiene sentido decirnos constantemente: “soy magnífico, soy genial”.

Pensar en cuando hemos ignorado nuestras necesidades

El tercer ejemplo es recordar cuando hemos ignorado nuestras necesidades, como si fuéramos un don nadie insignificante que no cuenta, y no nos tratamos justamente. Obviamente, podríamos analizar cada vez con más profundidad. Puede haber muchas razones detrás de, digamos, no expresar nuestras necesidades o nuestros deseos. Podríamos temer que, si los expresamos, seremos rechazados o abandonados. Hay muchas variantes aquí.

Además, estas tres tendencias de baja autoestima, sobreestimarnos e ignorarnos a nosotros mismos, no ocurren completamente separadas una de la otra. Generalmente hay una combinación, como en este ejemplo: “ignoraré mis necesidades y no diré nada ni pondré ningún límite (eso es ingenuidad) porque temo que si lo hago seré rechazado (eso es baja autoestima)”.

Es importante que analicemos: “Pero, ¿hay alguna razón para no tratarme justamente? No soy un don nadie, ¿no es cierto? Tengo necesidades, como cualquier otra persona. Tengo limitaciones, como cualquier otra persona. Si hay pastel, ¿por qué no habría de tomar un pedazo, como todos los demás?”.

[Pausa para la práctica]

Hay otro punto en torno al cual reflexionar: “Si otras personas pueden decirme que no a mí, ¿por qué yo no puedo decirles que no?”. Esa es una pregunta mucho más difícil. Por supuesto que nos estamos refiriendo a decir que no cuando es razonable decir que no, no sólo ser alguien que siempre está diciendo que no; ese es un extremo. Como dije, ese es un aspecto muy interesante y difícil de analizar. “¿Estoy tan necesitado de afecto que tengo miedo de decir que no, porque realmente quiero agradar a las otras personas?”. ¿Es esa la mentalidad que está detrás de esto? “Estoy hambriento de afecto, estoy hambriento de agradar a la gente y por eso no quiero decir que no. Quiero más y más y más porque siento que nunca he tenido suficiente afecto o que nunca lo tuve y lo necesito desesperadamente, entonces no voy a decir que no. No pondré límites”. Estamos hablando de límites en las relaciones. Así que, cuando los demás se aprovechan de nosotros o nos tratan mal, no queremos decir que no porque estamos hambrientos de afecto, como si estuviéramos hambrientos de alimento.

El paso siguiente es que consideremos: “¿qué sucedería si en realidad se cumpliera mi deseo? Si alguien fuera muy cariñoso y estuviera sobre mí todo el tiempo, llegaría a ser muy molesto”. Por una parte, sentimos que nunca hemos tenido suficiente afecto. Por otra parte, si lo tenemos en exceso se vuelve algo molesto. Imaginemos que nuestro perro nos lamiera la cara todo el día; nos volvería locos, lo alejaríamos. Ese es, por cierto, un método budista, en el cual utilizamos ejemplos extremos y absurdos para mostrar: ¿es eso realmente lo que quieres, que el perro esté lamiendo tu cara todo el día? ¿Tener a una persona que te diga: “oh, eres tan maravilloso!”, y que te abrace y te acaricie todo el día? Después de un tiempo, sin duda diríamos: “¡Ya basta!”.

Ahora, podríamos replicar: “¿no podría tener solamente un poco?”. Pero un poco nunca es suficiente; esa es la parte desagradable de todo esto. ¿Qué cantidad de nuestra comida favorita tenemos que comer para disfrutarla? Esa es una pregunta interesante. ¿Es suficiente una cucharada? Por medio de este ejemplo, podemos ver que nunca estamos satisfechos.

[Pausa para la práctica]

Pensar en las tres situaciones

Finalmente, pensamos acerca de nosotros mismos en estos tres estados de ánimo y estas tres formas de tratarnos: hablarnos severamente (“qué idiota soy, soy un perdedor”) porque tenemos una actitud muy negativa hacia nosotros mismos; luego, ser excesivamente autocomplacientes (“soy maravilloso, soy genial, soy muy especial”); y la tercera forma, en la cual simplemente ignoramos nuestras necesidades (“soy un don nadie insignificante”). Después tratamos de considerar las tres situaciones en términos de “es sólo el ‘yo’, sólo el ‘yo’ convencional”. No hay necesidad de añadirle actitudes negativas, actitudes exageradamente positivas o actitudes de negligencia. La forma en que nos tratamos a nosotros mismos es una consecuencia de agregar tales actitudes o de no hacerlo.

En la medida que hacemos un análisis cada más profundo de todo esto llegamos a un nivel más básico. La vida tiene altibajos, eso es perfectamente normal. Algunas veces nos sentimos tristes, otras veces nos sentimos felices (aunque tal vez no dramáticamente felices) y algunas veces parece como si no sintiéramos nada. Lo que importa aquí es ver que el “yo” es etiquetado sobre todo esto. Esa es la base para el “yo”, estos altibajos constantes de la vida. Este es el caso no solamente en términos de los eventos variables de la vida, sino también de los estados de ánimo cambiantes que experimentamos, como nos sentimos: felices, tristes, lo que sea. Así que no hay necesidad de identificarnos con ninguno de ellos: “estoy triste, entonces soy un perdedor, no soy bueno”; “estoy feliz, entonces soy increíble” o “no siento nada, entonces soy simplemente una gran nada”.

Decidimos: “no me trataré mal ni seré autocomplaciente cuando haga cosas por mi propio bien, como tratar de hacerme sentir demasiado cómodo y siempre obtener lo que quiero, siempre conseguir lo que necesito”. Es como malcriarse a uno mismo. Podemos malcriar a un niño si siempre le damos todo lo que quiere. Nos malcriamos a nosotros mismos.

Asimismo, decidimos: “tampoco voy a ignorar mis necesidades. No importa lo que esté sintiendo – felicidad, tristeza y lo que podría parecer como nada – voy a tratarme a mí mismo con ecuanimidad. Sin importar en qué clase de estado de ánimo me encuentre, voy a tener una actitud equilibrada hacia mí mismo. No voy a ir hacia ninguno de estos extremos”.

[Pausa para práctica]

Es sobre la base de esta ecuanimidad, con la cual no tenemos ninguna actitud perturbadora hacia nosotros mismos, que podemos desarrollar actitudes más positivas y saludables hacia nosotros. Podemos reconocer nuestros potenciales y habilidades sin negarlos (lo que en el budismo llamamos los diversos aspectos de nuestra “naturaleza búdica”) pero sin exagerar ni pensar: “¡oh, soy tan maravilloso! Tengo todos los aspectos de la naturaleza búdica. Tengo todos estos potenciales”. Esa es una exageración burda tanto como el “Yo Yo Yo, soy tan maravilloso, soy tan especial”. Todos tenemos habilidades; es posible que haya más obstáculos para algunos de nosotros, pero los potenciales y las habilidades humanas básicas están ahí. Necesitamos reconocer ese hecho sin hacer de ello algo extraordinario (“¡Soy tan especial! ¡Esto es tan grandioso!”); tener ecuanimidad hacia eso. Trabajar en ello con una actitud equilibrada, no con una actitud perturbadora.

Preguntas

Animar a nuestros niños a ser mejores

¿Necesitamos ayudar a nuestros hijos a ser mejores que sus amigos? ¿O es mejor ayudarles a reconocer sus limitaciones y explicarles que están bien tal como son?

Esa es una pregunta difícil porque, obviamente, distintos niños serán diferentes en este aspecto. Usar a otros como ejemplo, “¿por qué no te va bien en la escuela como a tu hermano o a tu hermana mayor?”, en ocasiones puede ser realmente contraproducente y hacer que el niño se sienta absolutamente inútil, aunque no se haga la comparación explícitamente.

Conozco ejemplos en los cuales el hijo mayor de la familia era como una superestrella en el colegio. Era bueno en los deportes, obtenía buenas calificaciones y todo lo demás. Más tarde, el hermano o la hermana menor llegaban a tener los mismos profesores, e incluso, aunque los padres no decían nada, los profesores hacían estas comparaciones: “¿por qué no eres tan buena (o) como tu hermano o tu hermana mayor?”. Esto es difícil, muy difícil.

Así que, en términos de animar a nuestros hijos a crecer y desarrollarse dándoles el ejemplo de otros, tenemos que ser muy cuidadosos de no presionarlos demasiado. Necesitamos evitar causarles la actitud de “no soy suficientemente bueno”. Pero me parece que cuando se trata de alentar al niño a tener más disciplina o a trabajar con más esfuerzo para desarrollar distintas habilidades, en términos escolares, en términos de cualquier otra cosa (y si el niño es muy pequeño, quizá no comprenderá), si les explicamos “esto te hará más feliz”, en vez de “esto te traerá más éxito”, y ese tipo de cosas, decir “simplemente te hará una persona más feliz”, puede ser una forma más hábil de hacerlo. Y no usemos la razón de que “así harás más dinero en la vida”. Eso también puede ser un poco problemático. Sólo háganlo más sencillo: “Simplemente serás más feliz. Si hay algo que quieras hacer, tendrás la disciplina y la concentración para lograrlo”.

Es algo difícil decir si eso funcionará o no, porque incluso si nos usamos a nosotros mismos como ejemplo, los hijos de padres muy exitosos pueden llegar sentirse completamente inadecuados. Entonces, nuevamente, tener esta ecuanimidad es muy importante. Si eres una persona de negocios muy exitosa o lo que seas como padre, no lo enfatices en exceso a tus hijos, porque ellos podrían llegar a sentirse inadecuados: “tengo que estar a la altura de esto. No puedo estar a la altura de esto. No soy bueno. No me amarás si no hago lo que tú hiciste, y no soy capaz de hacerlo”, y generará muchos problemas. Lo mismo aplica cuando dices a tu hijo “soy un fracasado; no seas un fracasado como yo”. Eso también puede ser bastante extraño. “Si soy el hijo de un fracasado, necesito ser un fracasado también por lealtad a la tradición familiar”. Eso realmente trae muchos problemas.

Entonces, esta ecuanimidad de la que estamos hablando tiene muchas aplicaciones positivas.

El problema del nihilismo

Si somos nihilistas hacia nosotros mismos y pensamos “no existo, nada existe”, entonces nos podemos ir hacia el otro extremo. “Si nada existe, nada importa. Puedo hacer cualquier cosa que quiera y comprar todo el helado que desee porque nada existe”.

Sí, absolutamente. Hay muchas consecuencias de la ingenuidad. La ingenuidad acerca del “yo”, “no existo, no cuento”, lo cual es ingenuidad acerca de la realidad, puede llevarnos a la ingenuidad acerca de la causa y el efecto: “no interesa lo que haga, no importará; no habrá ninguna consecuencia de ello”.

Así, en el budismo identificamos dos tipos de ingenuidad o no darse cuenta (no darse cuenta es el término técnico, o ignorancia). Uno de ellos se refiere a la ingenuidad de causa y efecto (con respecto a la causa y efecto conductual, no sólo a las leyes de la física), y eso conduce al comportamiento destructivo, ya sea hacia otros o hacia uno mismo, porque pensamos que no hay consecuencias ni efectos de lo que hacemos. Luego está el no darse cuenta o confusión acerca de la realidad (cómo existo, cómo existen todos los demás, cómo existe el mundo) y eso está detrás de las continuas e interminables dificultades oscilantes de la vida que llamamos “samsara”.

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