18 Relajar las apariencias falsas de las funciones mentales naturales

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Disipar la inseguridad a través de la deconstrucción

Para disipar los problemas de inseguridad que nuestra confusión y sus instintos crean con relación a las funciones naturales de la mente, necesitamos identificar las apariencias triplistas que alimentan estos problemas. [Triplista es un término utilizado por el autor para referirse a las apariencias que tienen tres elementos: agente, objeto y acción; a diferencia de la apariencia dualista, con sólo dos elementos: agente y objeto.] Al reconocer la absurdez de nuestras fantasías, necesitamos deconstruir estas apariencias engañosas. Los métodos tales como ver las apariencias a manera de olas en el océano, nos ayudan en el proceso.

La actividad mental de la luz clara es como un océano. Sus funciones naturales, tal como producir expresiones verbales, también son actividades. Surgen de manera natural como las olas o las ondas en medio del océano. Las circunstancias, la motivación y una intención (por ejemplo, ver a la aeromoza acercarse por el pasillo, querer algo más para beber y decidir pedirlo) afectan cuándo surgen las olas de ciertas actividades y qué forma toman. Sin embargo, las olas surgen en todos de forma repetida como funciones características de la luz clara de la mente.

Cuando el impulso que hace surgir una ola de acción es kármico, mezclado con confusión, nuestra actividad mental proyecta una apariencia triplista sobre la ola, y los vientos de nuestro karma agitan la energía. En consecuencia, un lado de la ola aparece como un agente concreto, el otro lado aparece como otro agente concreto y la ola misma aparece como una acción concreta. Nuestra mente se agita y experimentamos la ola que surge naturalmente como algo monstruoso. Esta experiencia alarmante nos saca de equilibrio: nos ponemos nerviosos y excesivamente preocupados por nosotros mismos. Al ser señales de inseguridad, estas dos sensaciones desestabilizadoras nos llevan a aferrarnos, temer o tratar de ahogarnos en ser el agente aparentemente concreto o el objeto de la actividad aparentemente concreta. Por ejemplo, si exageramos al jugo de naranja, a nosotros mismos y al acto de pedirlo hasta convertirlos en objetos monumentales, nos sentimos demasiado tímidos como para pedir algo. Sufrimos enormemente.

Cuando dejamos de proyectar apariencias triplistas sobre las olas, o por lo menos dejamos de creer en esas apariencias engañosas, los vientos de nuestro karma disminuyen automáticamente. Las olas de la actividad de la luz clara continúan surgiendo de manera natural pero ya no parecen monstruosas. El problema no se encuentra en las olas, pues éstas están formadas únicamente por agua y no perturban las profundidades del océano. El problema se encuentra en las apariencias triplistas que nuestra mente proyecta inconscientemente sobre ellas. Las experiencias, como pedirle algo de tomar a la aeromoza, no son perturbadoras en sí mismas, nos perturban sólo cuando las mezclamos con confusión.

Para deconstruir nuestras experiencias perturbadoras de forma correcta, necesitamos entender que nosotros sí existimos. Sin embargo, no existimos como un “yo” concreto dentro de nuestra cabeza al que tenemos que hacer sentir seguro. No necesitamos probar, justificar ni defender nuestra existencia, y tampoco necesitamos ahogarla en nada. El vano intento de hacerlo sólo nos produce agitaciones por las olas de nuestras experiencias perturbadoras. Asimismo, necesitamos despojar a las palabras, las acciones y demás del poder irreal que imaginamos que tienen para brindarnos seguridad, si las expresamos o las evitamos.

El proceso de deconstrucción no nos deja con relaciones estériles con los demás o con nosotros mismos. Lo que permanece es el funcionamiento automático de las siete facetas de la actividad mental. Al ya no estar en una búsqueda interminable de seguridad evasiva, podemos actuar, hablar, experimentar objetos sensoriales y mentales, amar, ser energéticos, estar calmados y disfrutar la vida con una sensibilidad equilibrada.

Ejercicio 20: Relajar las apariencias falsas de las funciones mentales naturales

Durante la primera fase de este ejercicio, tratamos de recordar situaciones en las que nos aferramos buscando seguridad, basados en proyectar y creer en las apariencias triplistas de las siete facetas naturales de nuestra actividad mental. Con cada acción mental, consideramos que este síndrome puede tomar cuatro formas: aferrarse a expresar la acción, aferrarse a recibir las expresiones de la misma, temer expresar la acción y sentirse incómodo al recibir las expresiones de la misma. También tratamos de recordar cualquier insensibilidad hacia los sentimientos de otros o hipersensibilidad a la situación que puedan haber acompañado nuestra experiencia.

Durante el ejercicio, trabajamos con ejemplos comunes de cada síndrome. Más tarde, podemos explorar otras formas por nosotros mismos. Si nunca hemos experimentado algunos de los ejemplos, podemos tratar de empatizar con alguien que sufra estos problemas e imaginar cómo sería tenerlos. Para practicar en un taller, el facilitador del grupo puede escoger un síndrome para cada una de las siete funciones naturales de la mente. Al practicar en casa, podemos hacer lo mismo, eligiendo solamente las formas que sean pertinentes de manera personal. Para los practicantes avanzados o para una práctica exhaustiva, podemos considerar todas las variantes citadas.

Comenzamos creando una actitud tranquila y considerada, luego recordamos una situación específica y nuestra respuesta desequilibrada hacia ella. Al arrepentirnos del sufrimiento que nuestro comportamiento pudo haber causado y determinándonos a evitar que se repita, tratamos de reconocer la apariencia triplista involucrada. Pudo haber tomado una o dos formas: la triplicidad imaginada pudo haber consistido en (1) un “yo” como agente aparentemente concreto que esperaba obtener seguridad aferrándose a, evitando o ahogándose en (2) una actividad aparentemente concreta dirigida a (3) un objeto aparentemente concreto. De forma alternativa, la triplicidad pudo comprender: (1) un receptor o “yo” objeto aparentemente concreto que esperaba obtener seguridad aferrándose a, evitando o ahogándose en (2) una actividad aparentemente concreta realizada por (3) un agente aparentemente concreto. Proyectamos una de estas fantasías triplistas sobre las olas de nuestra experiencia, y los vientos de nuestro karma la agitaron hasta convertirla en algo monstruoso.

Al reconocer la absurdez de nuestra fantasía, nos imaginamos entrando nuevamente en la situación. Nuestra mente de luz clara forma una ola naturalmente y da surgimiento a un impulso para responder con una acción. Al mezclarse con confusión, el impulso crece como una ola y produce una apariencia triplista engañosa de la acción que llevaríamos a cabo. En consecuencia, el impulso crece más hasta convertirse en un impulso de reaccionar de manera neurótica. En este momento, detenemos el turbulento proceso. Al recordar que la apariencia proyectada no se refiere a algo real, imaginamos que el proyector de la película triplista en nuestra mente se apaga y se disuelve. Al hacer esto, nos aseguramos de evitar cualquier sensación dualista de un “yo” aparentemente concreto y paranoico que apaga un proyector aparentemente concreto dentro de nuestra cabeza. Al imaginar que los vientos de nuestro karma se apaciguan, tratamos de relajar nuestro aferramiento o nuestro temor. La ola de la experiencia ya no parece monstruosa, sino que se hace cada vez menos intensa.

Desde la perspectiva del océano entero, las olas de actividad son eventos superficiales que nunca pueden perturbarnos y pasan de manera natural. Al darnos cuenta de esto, regresamos al impulso original de simplemente responder a la situación con una acción. Sin embargo, ahora imaginamos que nos involucramos en la actividad deconstruida de forma no triplista, sin timidez, tensión ni preocupación. Tratamos de experimentar la acción imaginada como una ola que surge de forma natural de la mente de luz clara y que se asienta de manera natural en ella. De esta manera, llegamos a la experiencia no triplista de una ola de una función natural de la mente.

Como paso final, recordamos a alguien más actuando hacia nosotros de cada una de las formas perturbadoras: imponiendo su ayuda no solicitada, hablando constantemente, etc. Para desvanecer nuestra respuesta hipersensible, tratamos de entender que la otra persona estaba cubriendo una de las funciones naturales de su mente con una apariencia triplista. Dicha persona estaba aferrándose a (1) la actividad aparentemente concreta para obtener seguridad de ser (2) el agente aparentemente concreto de la misma, cuando se dirigía a nosotros como (3) su objeto aparentemente concreto. Alternativamente, la persona temía (1) a la actividad aparentemente concreta como una amenaza, cuando nosotros somos su (2) agente aparentemente concreto dirigido hacia él o ella como (3) su objeto aparentemente concreto.

Con este entendimiento profundo en mente, deconstruimos nuestra experiencia triplista de la acción de la persona. De nuevo, usamos las imágenes del proyector de nuestra fantasía que se apaga y se disuelve, los vientos de nuestro karma aquietándose y la ola de la experiencia asentándose. Al igual que en el Ejercicio 15, dirigimos nuestra compasión hacia la persona, deseando que se libere del sufrimiento que su confusión crea. Por último, tratamos de imaginar que respondemos apropiadamente, sin apariencias triplistas, con sensibilidad equilibrada.

Actividad Física

(1a) Para disipar la sensación de que siempre necesitamos estar ocupados, recordamos una maravillosa conversación de sobremesa. Dado que nos sentimos demasiado tensos como para continuar platicando cuando los comensales ya han terminado el postre, saltamos inmediatamente a lavar los platos. Es posible que nos hayamos sentido fuera de lugar en la conversación e inconscientemente tuvimos la esperanza de escapar de nuestra inseguridad e incomodidad perdiéndonos en la tarea de lavado. Nuestra insensibilidad de recoger los platos aniquiló la conversación. Al arrepentirnos de nuestra acción, vemos a través de la apariencia triplista de un “yo” servil aparentemente concreto, los intolerables platos sucios aparentemente concretos y la imperativa tarea de lavarlos aparentemente concreta, e imaginamos que podemos manejar la situación de manera diferente. Tratamos de sentir que el proyector se detiene y que la ola de nuestra tensión de hacer algo se asienta. Luego, nos imaginamos disfrutando el resto de la conversación sin sentirnos intranquilos. Limpiamos sólo cuando la conversación ha terminado.

Recordamos a alguien más que sufre del síndrome de limpiar compulsivamente y pensamos en lo tensa y desdichada que debe hacer sentir a esa persona. En lugar de sentir intolerancia, le deseamos que se libere de ese sufrimiento. Imaginamos que le decimos a la persona que está bien lavar los platos más tarde.

(1b) Para superar nuestra necesidad de dar órdenes a los que nos rodean, recordamos haber visto a algún familiar o amigo sentado ociosamente frente a la televisión. Al reconocer la escena triplista de un “yo” policía aparentemente concreto, un holgazán aparentemente concreto y una acción productiva aparentemente concreta para justificar la existencia de la persona, tratamos de ver su absurdez. Imaginamos que el proyector se apaga y tratamos de sentir que soltamos la tensión. La ola del impulso pierde intensidad, de tal forma que ya no nos sentimos forzados a ordenarle a la persona que se mueva. Nos imaginamos pidiéndole que haga algo sólo si es urgente, o si no, somos pacientes.

Con entendimiento y compasión, de manera similar nos imaginamos soltando los sentimientos triplistas de ira hacia alguien que nos dice lo que tenemos que hacer. Imaginamos que le decimos calmadamente a la persona que estamos disfrutando del programa de televisión, o simplemente nos levantamos a hacerlo si se trata de algo urgente.

(2) Para dejar de esperar que otros hagan siempre las cosas por nosotros, recordamos estar sentados a la mesa y notar que no tenemos servilleta. Al ver su absurdez, desechamos nuestra sensación triplista de un “yo” aristocrático aparentemente concreto, un “tú” sirviente aparentemente concreto y el acto aparentemente concreto de alguien que atiende las necesidades de los demás, e imaginamos que la película termina abruptamente. Conforme disminuye la ola de nuestra tensión, imaginamos que nos levantamos por nuestra servilleta.

Al pensar en alguien que espera que lo atendamos, aplicamos el mismo método para tratar de calmar nuestra respuesta triplista de ira o servilismo. Nos imaginamos diciéndole educadamente que estamos comiendo, o simplemente nos levantamos para darle lo que nos pide, si es que ya terminamos.

(3) Para trascender el temor de hacer algo, recordamos haber necesitado cambiar el cartucho de tinta de nuestra impresora. Nuestra mente proyectó la absurda escena triplista de un “yo” incompetente aparentemente concreto, una máquina abrumadora aparentemente concreta, y la tarea imposible, aparentemente concreta, de cambiar el cartucho. Al imaginar que el proyector se apaga y se disuelve en una ficción, tratamos de relajarnos. A medida que la ola del impulso de actuar se suaviza, nos imaginamos enfrentando el reto directamente, sin melodrama. Aún si no logramos hacerlo, ese hecho no nos convierte en una persona sin valor. Nos imaginamos tratando de encontrar la manera de hacerlo nosotros mismos y sólo pidiendo ayuda si todo lo demás falla.

Ahora pensamos en una persona que siempre nos pide que hagamos las cosas por ella, debido a su falta de confianza en sí misma. Tratamos de imaginar que enfrentamos a dicha persona sin la sensación de que su solicitud es una imposición a un “yo” aparentemente concreto de cuya nobleza todos abusan. En lugar de ello, nos imaginamos guiando pacientemente a la persona para llevar a cabo la tarea. Si la persona no puede lograrlo, nos imaginamos ayudándola sin resentimiento.

(4) Para disipar la incomodidad de aceptar que alguien haga algo por nosotros, recordamos haber compartido el volante con otra persona en un largo viaje en automóvil. Se echó a andar la película de un “yo” aparentemente concreto que no está en control, un “tú” aparentemente concreto que tiene todo el poder, y un acto terrorista aparentemente concreto de alguien que está usurpando el mando. Con nuestro entendimiento profundo, la película triplista se detiene. Al sentir que la ola de terror se aquieta, tratamos de imaginarnos sentados en el asiento del copiloto sin tensión alguna. También tratamos de imaginar que no ponemos nerviosa a la otra persona haciendo comentarios sobre su forma de manejar durante todo el viaje.

Después, tratamos de imaginar que respondemos de forma no triplista, con sensibilidad equilibrada, a alguien que encuentra difícil ser copiloto mientras nosotros manejamos, y nos aseguramos de manejar de forma segura.

Expresión verbal

(1) Para superar la insistencia en tener la última palabra, recordamos haber escuchado a alguien decir algo con lo que no estábamos de acuerdo. Debido a la proyección triplista de un “yo” amenazado aparentemente concreto, un “tú” retador aparentemente concreto y el acto aparentemente concreto de hablar que tendría el poder de restablecer nuestra integridad, nos sentimos obligados a replicar mordazmente. Recordamos que verbalizar nuestra opinión no asegura nuestra supuesta identidad sólida. Al recordar esto, imaginamos que el proyector se apaga y desaparece. Tratamos de sentir que la ola de tensión por hablar se calma lentamente. Sin hacer sentir a la persona que nunca podremos aceptar lo que dice, nos imaginamos añadiendo algo sólo si es constructivo.

Ahora, recordamos a alguien que siempre se siente forzado a estar en desacuerdo con nosotros. Con entendimiento, paciencia y compasión, tratamos de imaginar que escuchamos a la persona en silencio.

(2) Para aquietar la inseguridad que hay detrás de nuestra insistencia de que alguien hable cuando no tiene nada qué decir, recordamos alguna vez en la que nos visitó alguien de pocas palabras. Nos sentíamos perseguidos por visiones triplistas de un “yo” aparentemente concreto al que nadie ama, un “tú” rechazador aparentemente concreto y el acto aparentemente concreto de decir palabras que pudieran probar el afecto de alguien. Sin embargo, el silencio de la persona no significaba que no nos quisiera, no invalidaba la visita. Al enfocarnos en este entendimiento, la película se detiene. Conforme relajamos nuestras expectativas, tratamos de sentir que la ola de inseguridad que presionaba nuestra exigencia se aquieta lentamente. En su lugar, tratamos de imaginar que disfrutamos la silenciosa compañía de alguien.

De manera similar, recordamos a un ser querido que se lamenta porque nunca le hablamos. Al ver esta queja sin apariencias triplistas, tratamos de calmar nuestra reacción exagerada ante la acusación implícita de que la persona no nos interesa. Existen muchas maneras de mostrar amor.

(3) Para disipar la timidez de hablar, recordamos haber tenido que presentar un reporte en el trabajo, y que temíamos hacer el ridículo y que el público se riera de nosotros. La sensación triplista era la de un “yo” idiota aparentemente concreto, un “tú” censurador aparentemente concreto y el acto aparentemente concreto de abrir la boca y probar la propia incapacidad. Al darnos cuenta de que el mundo no se termina aun si los demás nos critican por ser malos oradores, tratamos de sentir que el proyector se descompone y nuestra pesadilla termina. Relajamos lentamente la ola de nuestra tensión y tratamos de imaginar que damos el reporte de tal forma que la gente nos escuche, sin sentirnos nerviosos.

De manera similar, si alguien se siente intimidado para hablar lo suficientemente fuerte cuando le hacemos una pregunta, imaginamos que nos disculpamos amablemente por no poder escuchar. Exigirle con fastidio que hable más fuerte sólo hace sentir más insegura a la otra persona.

(4) Para dejar de sentirnos incómodos con las palabras de otros, recordamos a alguien que dijo algo políticamente incorrecto. Aunque la persona nos haya dirigido esas palabras a nosotros, nos damos cuenta de que no tienen el poder de robarnos nuestra dignidad personal. Nos sentimos ofendidos sólo porque nos subscribimos al programa triplista del “yo” moralista aparentemente concreto, el “tú” prejuicioso aparentemente concreto y el acto aparentemente concreto de hablar desde una mente prejuiciosa. Al imaginar que el proyector se apaga, tratamos de relajarnos. La ola de que alguien está hablando pasa. Si la persona es receptiva, nos imaginamos sugiriéndole una forma más sensible de hablar. Si la persona piensa que somos muy exagerados, tratamos de imaginar que nos mordemos la lengua.

Luego recordamos haber usado sin querer un término políticamente incorrecto y haber ofendido a alguien por ello. Sin sentir molestia o culpa, tratamos de imaginar que aceptamos la corrección de la persona de forma no triplista, con paciencia y gratitud.

Experiencias mentales y sensoriales

(1) Para superar la tendencia compulsiva de complacer a nuestros sentidos, recordamos estar en un buffet y probar todos los platillos. Nos comportamos como si se tratara de la película triplista de un “yo” aparentemente concreto a punto de ser ejecutado, una “última cena” aparentemente concreta y un acto de comer aparentemente concreto que podría de alguna forma hacer que nuestra vida valiera la pena. Creer en dicha película fue claramente absurdo. Al imaginar que la ridícula proyección se detiene, tratamos de relajar cualquier ola de sentirnos privados de nuestra última oportunidad de comer. En lugar de ello, tratamos de imaginar que dejamos de lado muchos platillos una vez que nos sentimos satisfechos.

Ahora recordamos estar con alguien que atasca su plato. Sin desaprobación ni disgusto, sugerimos, antes de que la persona se pare a servir por segunda vez, que nosotros iremos de nuevo cuando tengamos hambre.

(2) Para dejar de sentir que necesitamos que los demás sepan todo acerca de nosotros, recordamos estar sentados en el avión junto a otra persona y contarle todos nuestros problemas. Al entender que el que otros conozcan lo que hacemos no establece ni confirma nuestra realidad, tratamos de ver a través de nuestra fantasía narcisista. Nos habíamos imaginado de forma triplista a un “yo” aparentemente concreto, extremadamente importante e interesante, un “tú” aparentemente concreto que moría por conocer la historia de nuestra vida, y el acto reafirmador aparentemente concreto de conocer la información vital de una persona. Imaginamos que el proyector se apaga y desaparece, y tratamos de sentir que la ola de nuestra importancia personal se extingue. Al ejercer la discriminación, tratamos de imaginar que les decimos a otros sólo lo que es necesario y que les contamos nuestras confidencias sólo a aquellos en quienes podamos confiar.

A continuación recordamos a alguien que compulsivamente nos cuenta cada detalle de su día, lo cual normalmente nos parece bastante tedioso. Sin embargo, al comprender la inseguridad de la otra persona, tratamos de imaginar que cambiamos gentilmente de tema.

(3) Para disipar la incomodidad que sentimos con las experiencias sensoriales, recordamos sentirnos tímidos y nerviosos al ver a alguien directamente a los ojos durante una conversación. Nos damos cuenta de que el acto aparentemente concreto de mirar a alguien a los ojos no expone a un “yo” inadecuado aparentemente concreto que está sentado detrás de nuestros ojos, a quien el “tú” aparentemente concreto descubrirá y seguramente rechazará, e imaginamos que esta película triplista se termina. Conforme tratamos de relajarnos, la ola de la experiencia se suaviza. En lugar de hacer sentir mal a la otra persona porque vemos la pared mientras nos habla, imaginamos que mantenemos un contacto visual normal durante la conversación.

Al recordar a alguien que no nos mira mientras le hablamos, tratamos de entender la sensación triplista de la persona y no lo tomamos de manera personal. En lugar de ello, tratamos de sentir compasión por la timidez y la incomodidad de la persona. Por ejemplo, cuando regañamos a un niño, si insistimos en que nos vea a los ojos o lo seguimos viendo a los ojos, no le permitimos ningún sentido de dignidad.

(4) Para disipar nuestro temor de ser el objeto de la experiencia sensorial de otros, recordamos haber tenido contacto corporal cercano mientras estábamos en medio de una muchedumbre, en el metro. Al entender que el hecho de que el cuerpo de un extraño toque el nuestro no es equivalente a una violación, no hacemos muecas haciendo que la otra persona se sienta mal. En lugar de ello, imaginamos que el proyector deja de pasar la película triplista de un “yo” virginal aparentemente concreto, un “tú” repugnante aparentemente concreto y el acto asqueroso aparentemente concreto del contacto físico. Hacerlo nos permite relajarnos. Con una ola de respuesta más calmada ante el encuentro, imaginamos que simplemente experimentamos la sensación y la dejamos pasar.

Recordamos una ocasión en la que nuestro cuerpo tocó inadvertidamente el de otra persona mientras estábamos en una muchedumbre en el metro, y la persona hizo un gesto de disgusto. Tratamos de imaginar que cambiamos de posición sin sentirnos ofendidos.

Expresión de interés cálido

(1) Para superar las muestras compulsivas de afecto por nuestra parte, recordamos haber visto a nuestra pareja o a nuestro hijo y sentir que simplemente teníamos que expresar nuestro amor, pero hacerlo frente a sus amigos avergonzó y molestó a la persona. El proyector estaba pasando la película triplista de un “yo” hambriento de cariño aparentemente concreto, un “tú” aparentemente concreto que debe estar similarmente hambriento de cariño, y el acto aparentemente concreto de expresar amor capaz de llenar el vacío interno. Imaginamos que el proyector se detiene cuando entendemos que decir “te amo” no da más realidad a nuestro amor o a nosotros. A medida que la ola de ansiedad que hay detrás de la compulsión de expresar amor pierde su ímpetu, tratamos de relajarnos y de no hacer sentir incómoda a la persona. Nos imaginamos que decimos “te amo” sólo en momentos apropiados, ni muy seguido ni muy ocasionalmente, sino especialmente en los momentos en los que la persona necesita escucharlo. Cuando se utiliza en exceso, la expresión “te amo” pierde su significado.

Ahora, al pensar en alguien que compulsivamente nos dice que nos ama, tratamos de relajar nuestra sensación triplista de ser humillados. Imaginamos que respondemos cálida y sinceramente diciendo “yo también te amo”.

(2) Para superar el aferramiento a recibir afecto, recordamos haber visto a nuestra pareja o hijo y haberles pedido un abrazo, pero que ellos nos contestaron que no fuéramos tontos. Aunque recibir un abrazo reconfortante puede hacernos sentir mejor temporalmente, no nos da mayor realidad. Al darnos cuenta de que nuestra necesidad de que alguien esté abrazándonos constantemente es equivalente a la mantita de seguridad de un bebé, relajamos nuestras exigencias. Imaginamos que se termina la película triplista de un “yo” aparentemente concreto al que nadie quiere, un “tú” aparentemente concreto cuyo amor deseamos que sea real, y el acto aparentemente concreto de expresar, y por lo tanto, confirmar el afecto . A medida que decae la ola de tensión que hay detrás de nuestra compulsión, tratamos de imaginar que pedimos que nos abracen sólo en los momentos apropiados y, por otra parte, imaginamos que nos sentimos seguros en nuestras relaciones y con nosotros mismos.

Recordamos a alguien que nos hace tales peticiones verbales y no verbales, y tratamos de relajar nuestra sensación triplista de protestar porque alguien tenga expectativas de lo que deberíamos hacer. Imaginamos que abrazamos a la persona si el lugar y el momento son apropiados y, si no lo son, diciéndole que la abrazaremos más tarde cuando la situación sea más apropiada.

(3) Para disipar la incomodidad de expresar afecto, recordamos ver a un ser amado que necesitaba confirmación de nuestros sentimientos hacia él. Nos fue difícil decirle a esta persona que la amábamos. Sin embargo, decir “te amo” o abrazar a alguien no es un signo de debilidad, no nos quita nada; tampoco significa que nos hayamos convertido en un esclavo de nuestras pasiones o de esta persona, ni que hayamos perdido el control. Entender esto nos permite ver más allá de las apariencias triplistas del “yo” autosuficiente aparentemente concreto, el “tú” impositivo aparentemente concreto, y el acto aparentemente concreto de expresar afecto como una exigencia amenazante. Al imaginar que el proyector se apaga, tratamos de relajar la ola de nuestra tensión y no dejamos que la persona se sienta no amada, especialmente cuando está deprimida. Por el contrario, nos imaginamos diciéndole “te amo” sinceramente y dándole un abrazo reconfortante.

Recordamos a un ser amado al que se le dificulta expresar el afecto y tratamos de entender que no tiene que verbalizar su amor para que estemos seguros de su existencia. En lugar de sentirnos no amados o rechazados, tratamos de sentir compasión por la persona.

(4) Para disipar la incomodidad de recibir afecto, recordamos habernos sentido amenazados o tensos cuando un ser amado nos besó. Sin embargo, recibir muestras físicas de afecto no nos quita nuestra independencia. No puede convertirnos en un bebé que ya no tiene control alguno de la situación. Al darnos cuenta de esto, evitamos hacer sentir mal a la persona diciéndole algo desagradable o comportándonos de forma pasiva. Imaginamos que el proyector corta la película triplista de un “yo” adulto aparentemente concreto, un “tú” degradante aparentemente concreto y el acto infantil aparentemente concreto de expresar amor. A medida que la ola de nuestra ansiedad se calma, tratamos de relajarnos e imaginar que aceptamos cálidamente la muestra de afecto y que respondemos de la misma forma. Si nuestra incomodidad se debe al sentimiento de que no merecemos ser amados, recordamos las buenas cualidades naturales de nuestra mente y corazón. De esta manera, viendo su absurdez, tratamos de desvanecer nuestra baja autoestima.

Ahora, recordamos a alguien que se siente incómodo de recibir muestras de afecto. Imaginamos que nos contenemos compasivamente para no incomodar a la persona. Podemos mostrar nuestro cariño de otras maneras.

Expresión de energía

(1) Para dejar de sentir la necesidad de afirmar nuestra voluntad, recordamos alguna vez en la que salimos con nuestros amigos e insistimos en ir al restaurante de nuestra elección. Salirnos con la nuestra no prueba nuestra existencia. No tenemos que sentirnos inseguros si no tenemos el control de todo lo que pasa. De todas formas, nadie puede controlarlo todo. Al recordar esto imaginamos un abrupto final para la película triplista del “yo” aparentemente concreto que debe controlar lo que sucede, el “tú” aparentemente concreto al que hay que dirigir, y el acto aparentemente concreto de afirmar la energía para obtener seguridad a través de la dominación. El proyector se disuelve y se debilita la ola imperiosa de la presión interna por afirmar nuestra voluntad. En lugar de eso, tratamos de imaginar que estamos relajados al discutir en dónde cenar y que nos sentimos abiertos a otras sugerencias.

Si un amigo insiste en salirse con la suya y no hay una buena razón para objetar, tratamos de imaginar que aceptamos afablemente si sólo vamos a salir nosotros dos, y lo hacemos sin sentirnos vencidos o lastimados. Si estamos con un grupo de amigos, imaginamos que pedimos su opinión y elegimos lo que decide la mayoría.

(2) Para superar la sensación de necesidad de que otros se enfoquen en nosotros, recordamos sentirnos frustrados al visitar o vivir con alguien que está absorto en la televisión o en la computadora. Como nos sentimos insignificantes o no queridos, insistimos en que la persona apague el aparato y nos ponga atención. Nuestra inseguridad causa resentimiento y ninguno de los dos disfrutamos del encuentro. Tratamos de imaginar que vemos a la persona absorta de este modo y que no lo tomamos como un rechazo personal. Incluso si la persona está tratando de evitarnos, reflexionamos que quizás estemos contribuyendo con el problema al presionar demasiado o exigir más atención de la razonable. Tratamos de relajarnos mientras imaginamos que el proyector deja de transmitir el melodrama triplista del “yo” aparentemente concreto que necesita atención para establecer su valía, el “tú” aparentemente concreto cuya atención es vital, y el acto aparentemente concreto de dirigir la energía que puede afirmar la existencia y la valía de su objeto. La ola de tensión que nos impulsa a pedir atención se desvanece lentamente.

Si no tenemos nada más que hacer y queremos pasar tiempo compartiendo algo con la persona, podemos tratar de desarrollar interés en el programa de televisión o en la computadora. ¿Por qué sentimos que el tiempo de calidad con alguien está restringido a compartir sólo aquello que a nosotros nos gusta? Sin embargo, algunas veces tendremos que recordarle a alguien que es adicto a la televisión o a la computadora que hay otras cosas en la vida, pero necesitamos hacerlo de forma no triplista, sin desaprobación altiva ni temor al rechazo.

Recordamos a alguien que exige nuestra atención cuando estamos absortos en algo o en medio de una conversación y tratamos de imaginar que no nos sentimos invadidos. Imaginamos que incluimos cálidamente a la persona, si es apropiado. Supongamos que la persona es un niño pequeño y no se conforma con que lo tomemos de la mano o lo sentemos en nuestro regazo. Imaginamos que dejamos lo que estamos haciendo o que nos disculpamos por un momento. Sin sentimientos triplistas de resentimiento, imaginamos que atendemos las necesidades del niño.

(3) Para superar el temor de hacernos valer por miedo al rechazo, recordamos haber cumplido silenciosamente la voluntad de alguien o habernos sometido a su comportamiento ofensivo. Si deseamos evitar confrontaciones, necesitamos deshacernos de los sentimientos triplistas, no de nuestra aportación activa a la relación. La contribución pasiva de nuestro silencio resentido moldea la relación tanto como si dijéramos algo. Tratamos de ver más allá de la apariencia triplista de un “yo” indigno aparentemente concreto, un “tú” aparentemente concreto cuya aceptación es crucial, y el acto aparentemente concreto de expresar energía como algo irrazonable. Con este entendimiento profundo, el proyector deja de pasar la desafortunada escena y la ola de inseguridad personal se asienta. En su lugar, tratamos de imaginarnos siendo más asertivos sin sentirnos nerviosos ni tensos. Aun si la persona se enoja y nos rechaza, esto no refleja nuestro valor como seres humanos.

Ahora recordamos a alguien que teme hacerse valer ante nosotros. Al desechar cualquier sentimiento triplista que nos conduzca a aprovecharnos de la docilidad de la persona o a exasperarnos con ella, tratamos de imaginar que, gentilmente, la animamos a hablar. Le hacemos saber que, aun si nos enojamos momentáneamente por sus palabras, esto no nos hará abandonar la relación. En lugar de ello, ese cambio en su actitud acrecentará nuestro respeto hacia ella y mejorará la relación.

(4) Para disipar el temor a la energía de otros, recordamos tener miedo de visitar a un pariente que siempre se queja, por temor a infectarnos con su energía. La película triplista proyectada en nuestra mente era protagonizada por un “yo” amenazado aparentemente concreto, un “tú” deprimido aparentemente concreto, representando el acto aparentemente concreto de emitir energía que drena. Al reconocerlo, imaginamos que el proyector se apaga y desaparece, y así la ola de ansiedad se calma. Más relajados, tratamos de imaginar que escuchamos las quejas y dejamos que la energía pase de largo. La depresión o el fastidio provienen de convertir la energía de la persona en una fuerza invasora, y de poner barreras para defendernos de ella. La energía misma es sólo una ola de actividad de la luz clara, al igual que nuestra experiencia de ella. Tomamos en serio a nuestro familiar, pero no tomamos las quejas como un asunto personal.

Ahora recordamos a alguien que pensó que nuestra energía era demasiado amenazante, por lo que se apartó de nosotros. Puede tratarse de un hijo adolescente que se rebeló ante nosotros por ser padres dominantes. Tratamos de imaginar que nos calmamos sin sentir ansiedad. Tener un papel más alejado en la vida de nuestro adolescente no significa que dejemos de ser padres cariñosos. Aún podemos estar involucrados, pero a una distancia que el adolescente encuentre más cómoda.

Descanso

(1) Para superar el aferramiento al descanso, recordamos habernos sentido abrumados por el trabajo. Sentimos que no somos nosotros mismos en la oficina, y que sólo podemos sentirnos como personas durante el fin de semana. La película triplista de ciencia ficción de un “yo” exhausto aparentemente concreto que no soy yo mismo, un “yo” revitalizado aparentemente concreto que soy yo mismo, y el acto aparentemente concreto de descansar que puede producir esa metamorfosis, es claramente absurda. Somos una persona tanto entre semana como los fines de semana, y ambas partes son igualmente válidas en nuestra vida. Es posible que necesitemos un descanso después de una pesada semana de trabajo, pero un descanso no puede volvernos reales de nuevo. Este entendimiento apaga el proyector, y la ola de ansiedad anhelante se asienta y pasa. Tratamos de imaginar que esperamos calmadamente el fin de semana sin sentir resentimiento por estar atrapados en el trabajo.

Al recordar a alguien que toma constantes recesos de café, tratamos de imaginar que respondemos calmadamente, sin sensaciones triplistas de desaprobación o fastidio. Si la persona es perezosa, quizá necesitemos hablar con ella al respecto. Por otro lado, si la carga de trabajo de dicha persona es excesiva o el ambiente de trabajo es desagradable, quizá necesitemos hacer algo para mejorar la situación.

(2) Para calmar nuestro aferramiento a que los demás nos dejen descansar recordamos, por ejemplo, a nuestros padres presionándonos para que encontráramos un empleo o para que nos casáramos. Sentimos que si tan sólo nos dejaran en paz, estaríamos bien. Para soltar la sensación de ansiedad de un “yo” victimizado aparentemente concreto, un “tú” opresor aparentemente concreto, y un acto de descanso aparentemente concreto que resolverá todos nuestros problemas, imaginamos que el proyector de esta película triplista se apaga y se disuelve. Conforme nuestra ola de tensión pasa, reconocemos y tratamos de apreciar la preocupación de nuestros padres. Cuando construimos barreras emocionales para evitar una embestida de nuestros padres, nunca podemos relajarnos ni descansar. Siempre estamos a la defensiva y nos volvemos hipersensibles ante cualquier comentario que hacen.

Supongamos que la preocupación de nuestros padres es válida y que hemos evitado hacer algo porque, infantilmente, queremos ser independientes y no nos gusta que nos presionen. Sin el proyector, podemos relajar nuestra tensión con mayor facilidad. Al imaginar que llevamos a cabo acciones para mejorar nuestra situación, tratamos de sentirnos fortalecidos en lugar de hostigados por la preocupación de nuestros padres. Si hemos estado tratando de encontrar trabajo o pareja pero no lo hemos logrado, nos imaginamos explicándolo amablemente, sin sentimientos de culpa. Si tenemos razones válidas para no encontrar un trabajo o para no casarnos, tratamos de imaginar que lo explicamos calmadamente, sin estar a la defensiva ni pedir disculpas.

Supongamos que nuestros padres se ponen melodramáticos. Tratamos de experimentar sus palabras y su energía sin apariencias triplistas y les aseguramos que somos felices tal como somos, que vamos a estar bien. Si nuestros padres se enfrentan a las burlas de sus amigos por nuestra falta de empleo o cónyuge, necesitamos mostrarles nuestra comprensión. Sin embargo, esto no significa que tengamos que ser insensibles hacia nosotros mismos. Por ejemplo, sin arrogancia, podemos preguntarles qué es más importante, la felicidad de su hijo (a) o la satisfacción de sus amigos.

Ahora recordamos a alguien que necesita que lo dejemos en paz para sentirse una persona real e independiente. Sin tomar esto como un rechazo personal, tratamos de imaginar de forma no triplista que le damos a esta persona el tiempo y el espacio que necesita para estar sola. Todos necesitamos un descanso alguna vez.

(3) Para superar el temor de tomar un descanso, recordamos habernos sentido intranquilos ante la idea de salir de vacaciones. Luego pensamos que nadie es indispensable. Supongamos que morimos: el negocio continuaría. Al entender esto, imaginamos que el proyector deja de pasar la película triplista de un “yo” irremplazable aparentemente concreto, un trabajo aparentemente concreto que nadie más puede hacer, y el acto irresponsable aparentemente concreto de tomarse un descanso. Con la ola de tensión aquietada, tratamos de relajarnos e imaginar que dejamos nuestro trabajo sin sentirnos ansiosos o culpables.

Al recordar a alguien más en el trabajo que no quiere tomar vacaciones por la misma razón, imaginamos que le aseguramos a la persona que todo va a estar bien mientras ella no está.

(4) Para aquietar nuestro temor a ser abandonados, recordamos una vez en la que nadie nos llamó ni nos visitó cuando estuvimos enfermos. Sentimos que nadie nos quería. Sin embargo, las personas están ocupadas y quizás pensaron que necesitábamos descansar sin ser molestados. Al considerar esta posibilidad, tratamos de imaginar que ponemos un alto a la escena triplista sensiblera de un “yo” abandonado aparentemente concreto, un “tú” indiferente aparentemente concreto y el acto aparentemente concreto de estar en cama abandonados. La ola de lástima por nosotros mismos que nos conduce a rechazar cualquier descanso, se aquieta. Tratamos de imaginar que consideramos el silencio de nuestros seres queridos sin apariencias triplistas y que disfrutamos del silencio y la paz.

Ahora pensamos en alguien que está enfermo, que se sentiría abandonado si no lo llamamos o visitamos constantemente. Al relajar nuestra impaciencia, nos imaginamos explicándole a la persona nuestra intención de permitirle un descanso pleno.

Expresión de placer

(1) Para superar el aferramiento al placer, recordamos cambiar incesantemente los canales de televisión por aburrimiento o insatisfacción. Nunca le damos la oportunidad a ningún programa porque buscamos compulsivamente algo mejor. Sin embargo, no vamos a ser tragados por un hoyo negro si no encontramos nada que ver. Al darnos cuenta de esto, imaginamos que el proyector apaga la película triplista de un “yo” aparentemente concreto que requiere diversión constante, un programa de televisión aparentemente concreto que provee entretenimiento total, y un acto aparentemente concreto de disfrutar el placer. La ola de energía que nos empuja a una búsqueda interminable de placer, cesa. Más relajados, imaginamos que prendemos la televisión solamente cuando realmente queremos ver algo. Si encontramos algo interesante, tratamos de imaginar que lo disfrutamos, sin apretar el control remoto en caso de que en un momento dado el programa nos disguste. También imaginamos que apagamos el equipo cuando el programa termina. Si no hay nada interesante, imaginamos que aceptamos ese hecho y apagamos la televisión sin repetir la incesante búsqueda.

Ahora recordamos haber visto la televisión con alguien que cambiaba compulsivamente los canales. Al sentir compasión por esta persona que nunca puede disfrutar nada, tratamos de experimentar su intranquilidad sin apariencias triplistas, sin sentirlo como un ataque a nuestro placer. De esta manera, evitamos que la situación se convierta en una lucha de voluntades. Esto nos permite negociar un acuerdo razonable.

(2) Para dejar de buscar compulsivamente la aprobación de otros, recordamos haber hecho algo solamente para complacer a alguien, como aceptar un trabajo prestigioso pero aburrido. Complacer a otros, por ejemplo a nuestros padres, es sin duda algo bueno, pero no a costa de lo que es beneficioso para otros, tales como nuestro cónyuge, nuestros hijos o nosotros mismos. Al darnos cuenta de que no necesitamos justificar nuestra existencia obteniendo la aprobación de los demás, tratamos de relajarnos. Esto significa el final de la película triplista del “yo” inadecuado aparentemente concreto, el “tú” aparentemente concreto que está en un pedestal, y el acto aparentemente concreto de complacer a alguien como una afirmación de valía. Una vez que la ola de nuestra inseguridad se ha calmado, tratamos de imaginar que tomamos decisiones con las que nos sentimos a gusto y que son correctas para nosotros. Si otros están de acuerdo y se sienten complacidos, qué bueno; si no están de acuerdo, nos sentimos lo suficientemente seguros como para no darle mayor importancia.

Ahora recordamos a alguien que siempre trata de obtener nuestra aprobación. Tratamos de relajar nuestra sensación triplista de un “tú” aparentemente concreto que está tratando de colocar la responsabilidad del éxito o el fracaso de sus decisiones en un “yo” aparentemente concreto, y el acto aparentemente concreto de alguien que concede su aprobación. Tratamos de imaginar que alentamos a la persona a decidir por sí misma y que le aseguramos nuestro amor sin importar las decisiones que tome.

(3) Para dejar de tener miedo a pasarla bien, recordamos haber estado en una fiesta de la oficina pensando que perderíamos nuestra dignidad si bailábamos. Al darnos cuenta de que pasarla bien y bailar son expresiones de nuestras cualidades humanas, no su negación, vemos a través de la película triplista. El proyector deja de reflejar un “yo” formal aparentemente concreto, un baile indigno aparentemente concreto, y el acto degradante aparentemente concreto de expresar placer. La ola de tensión cesa. Sin hacer que los demás se sientan incómodos por sentarnos con un gesto de desaprobación, nos relajamos y tratamos de imaginar que bailamos y disfrutamos como todos los demás.

Al pensar en alguien que tiene miedo de relajarse y pasarla bien en nuestra presencia, tratamos de soltar nuestra sensación triplista de impaciencia y desaprobación por su timidez. Eso sólo hace que la otra persona se sienta más nerviosa e insegura. Ahora tratamos de imaginar que la aceptamos sin importar lo que haga.

(4) Por último, para disipar la sensación de incomodidad de aceptar que los demás estén complacidos con nosotros, recordamos a alguien que expresó su aprobación ante nuestro trabajo. Protestamos, sintiendo que lo que habíamos hecho era inadecuado y que no somos lo suficientemente buenos. Sin embargo, no hay nada de malo en sentirnos bien por lo que hemos logrado, no nos hace vulnerables ni presumidos. Entenderlo apaga la película triplista de un “yo” indigno aparentemente concreto, un “tú” condescendiente aparentemente concreto, y el acto poco sincero aparentemente concreto de mostrar complacencia. Sin el proyector y con la ola de tensión calmada, tratamos de imaginar que, en lugar de eso, aceptamos la aprobación cortésmente dando las gracias y sintiéndonos felices.

Ahora recordamos a una persona incapaz de aceptar nuestra complacencia hacia ella. Esa persona está convencida de que no la amamos y la rechazamos, sin importar lo que podamos decir o hacer. Tratamos de imaginar que aquietamos nuestra sensación triplista de enojo por el hecho de que la persona no nos crea. Esto nos permite relajarnos y ser más compasivos para que dicha persona se sienta más segura con nuestra aprobación.

Sentirnos cómodos con los demás y con nosotros mismos

Durante la segunda fase del ejercicio, practicamos con un compañero. Tratamos de experimentar las siete olas de las actividades naturales sin una sensación triplista de un “yo” aparentemente concreto que se encuentra con un “tú” aparentemente concreto, al involucrarse en un acto aparentemente concreto. Esto significa involucrarse en y recibir las acciones sin preocupación excesiva por nosotros mismos, sin estar nerviosos por la otra persona y sin preocuparnos por nuestro desempeño o por ser aceptados. Para hacer esto, necesitamos estar totalmente receptivos y aceptantes de la otra persona y de nosotros mismos. Estar libres de prejuicios y de comentarios mentales es la clave para esta práctica.

Si surgen sensaciones triplistas de nerviosismo o preocupación excesiva por uno mismo, tratamos de deconstruirlas como en la primera fase del ejercicio. Imaginamos que el proyector de la fantasía que está en nuestra mente se apaga y se disuelve. Luego, tratamos de imaginar que los vientos de nuestro karma se aquietan, la ola de la experiencia ya no parece tan monstruosa y finalmente la ola se asienta en el océano de nuestra mente. Si surgen diferentes sentimientos positivos o negativos al hacer este ejercicio, también tratamos de sentirlos pasar como una ola en el océano, sin aferrarnos a ellos ni temerles.

Sostenemos nuestra propia mano por un momento para acostumbrarnos a las sensaciones no triplistas. A continuación, comenzamos a masajear los hombros de la persona y luego nosotros recibimos el masaje. Siguiendo esta ronda, nos sentamos cara a cara para masajearnos los hombros simultáneamente. Sin preocuparnos por lo que estamos haciendo o por qué tan bien lo estamos haciendo, y sin juzgar nuestro desempeño ni el de nuestro compañero, simplemente experimentamos la ola de actividad física y la dejamos pasar. Disfrutamos la ola, pero no la exageramos hasta convertirla en algo concreto a lo cual aferrarnos, algo que temer, o algo en lo que podamos perdernos.

A continuación, hablamos honestamente con la persona durante unos minutos sobre cómo hemos estado y cómo nos hemos sentido los últimos días. Luego, escuchamos a la otra persona decir lo mismo. Al hablar tratamos de no preocuparnos por la aceptación o el rechazo del otro. Al escuchar tratamos de estar totalmente atentos, receptivos y no juzgadores. En ambas situaciones, tratamos de no hacer la gran cosa de la conversación. Esto lo logramos al reconocer la absurdez y después imaginar un final para la película triplista que proyectamos sobre la interacción.

Después miramos suavemente a la persona a los ojos, sin sentir que tenemos que decir o hacer nada, y la otra persona hace lo mismo. Nos aceptamos completamente el uno al otro. Cuando lo sintamos apropiado, expresamos mutuamente nuestra calidez, sin forzarlo y sin sentirnos tímidos o nerviosos. Podemos tomar la mano de la persona, abrazarla o decir “me caes muy bien” o “es muy agradable estar contigo”, lo que sintamos más natural. Después tratamos de sentir y aceptar la energía del otro sin ponernos nerviosos y sin levantar barreras. Luego nos relajamos completamente y nos sentamos juntos en silencio. Al final, sólo sentimos la alegría de estar en la presencia del otro.

Primero practicamos esta secuencia con alguien del sexo opuesto y luego con alguien del mismo sexo. Si es posible, practicamos con personas de ambos sexos que sean de nuestra edad, luego menores y luego mayores; primero los tres del sexo opuesto y luego los tres del mismo sexo que nosotros. Es útil incluir entre estas personas a individuos de diferentes antecedentes culturales o raciales, y alternar a quienes ya conocemos con quienes acabamos de conocer. Tratamos de notar los diferentes niveles de timidez y nerviosismo que experimentamos con las personas de cada categoría. En cada caso, utilizamos la imagen del proyector que se apaga para deconstruir nuestras sensaciones triplistas y sólo estar relajados y aceptantes.

Practicamos la tercera fase mientras nos enfocamos en nosotros mismos. Ya que mirarnos al espejo o vernos en fotografías de nuestro pasado a menudo supone una sensación dualista, que a su vez sirve de base para una sensación triplista, trabajaremos sin utilería. Tratamos de experimentar las siete acciones naturales dirigidas a nosotros mismos sin la sensación triplista de una acción aparentemente concreta y dos “yos” presentes, el agente y el objeto de la acción. Esto significa no ser juzgador, estar totalmente relajados y aceptantes de nosotros mismos y estar verbalmente en silencio en nuestra mente.

Primero nos acomodamos el cabello sin exagerar la acción y sin sentirnos como el padre consentidor o el hijo que soporta el insulto de ser acicalado. Luego, nos hablamos en silencio acerca de cómo tenemos que trabajar más duro o ser más relajados. Al imaginarnos que el proyector deja de mostrar la película triplista, llevamos esto a cabo sin identificarnos con quien disciplina ni con el niño malcriado. Relajar nuestra confusión también nos permite evitar que el soliloquio sea traumático. Sin sentimientos de odio hacia nosotros mismos, enojo o culpa, simplemente decimos lo que necesitamos hacer.

Ahora tomamos nuestra mano de forma tranquilizadora, sin un proyector y una película confusa. De esta forma, tratamos de relajar la sensación triplista de una persona aparentemente concreta que toca a alguien, otra persona aparentemente concreta que siente ser tocada, y un acto de tocar aparentemente concreto y bastante tonto. Luego, nos mostramos interés cálido estirando las piernas, si estamos sentados con las piernas cruzadas o desabrochándonos el cinturón. Tratamos de hacerlo sin sentir que estamos recompensando a alguien, que se nos está permitiendo relajarnos o que estamos haciendo algo monumental. A continuación, tratamos de sentir nuestra propia energía, sin estar asustados. Al aceptarnos totalmente, tratamos de relajarnos por completo y de sentarnos en silencio sin sentirnos perdidos, inquietos o aburridos. Finalmente, tratamos de sentir la alegría de simplemente estar con nosotros mismos. Disfrutamos de nuestra propia compañía, sin apariencias triplistas y completamente cómodos. Practicar esta fase del ejercicio inmediatamente después del segundo, hace que el proceso de relajación sea mucho más fácil.

Esquema de Ejercicio 20: Relajar las apariencias falsas de las funciones mentales naturales 

I. Mientras te enfocas en una persona o en una situación de tu vida

Procedimiento

  • Crea un espacio silencioso y considerado.
  • Recuerda situaciones en las que te aferraste en busca de seguridad basado en proyectar y creer en las apariencias triplistas de las facetas naturales de tu actividad mental, como en los siguientes ejemplos:
    • Para practicar en un taller elige un síndrome para cada unas de las siete funciones naturales de la mente.
    • Cuando practiques en casa, haz lo mismo o trabaja sólo con los ejemplos que sean personalmente relevantes.
    • Para una práctica avanzada o exhaustiva, considera todas las variantes citadas.
  • Recuerda cualquier insensibilidad hacia los sentimientos de los demás o hipersensibilidad a la situación que pueda haber acompañado tu experiencia.
    • Si nunca has experimentado algunos de los ejemplos, recuerda a alguien que conozcas que sufra de estos síndromes e imagina cómo debe ser experimentarlos.
  • Arrepiéntete del sufrimiento que tu desequilibrio pueda haber causado.
    • Determínate a evitar que se repita.
  • Reconoce la apariencia triplista involucrada, en una de dos formas:
    • (1) un “yo” agente aparentemente concreto que esperaba obtener seguridad aferrándose a, evitando o ahogándose en (2) una actividad aparentemente concreta dirigida a (3) un objeto aparentemente concreto.
    • (1) un objeto o “yo” receptor aparentemente concreto que esperaba obtener seguridad aferrándose a, evitando o ahogándose en (2) una actividad aparentemente concreta realizada por (3) un agente aparentemente concreto.
  • Reconoce que tu mente ha proyectado esta fantasía sobre una ola de experiencia y que los vientos de tu karma han agitado la ola hasta convertirla en algo monstruoso.
    • Reconoce lo absurdo de la fantasía.
    • Imagina que el proyector de tu mente se apaga y se disuelve.
    • Imagina que los vientos de tu karma se aquietan.
    • Relaja tu aferramiento o tu miedo.
    • Imagina que la ola de la experiencia ya no parece monstruosa; comienza a asentarse y llegas a la experiencia subyacente no triplista de una ola de una de las cualidades naturales de la mente.
    • Al darte cuenta de que las olas de actividad nunca pueden perturbar las profundidades del océano de tu mente, imagina que te involucras de forma no triplista en la actividad deconstruida, sin timidez, tensión o preocupación.
    • Imagina que experimentas la acción como una ola que surge naturalmente de la mente de luz clara y que se asienta de manera natural en ella.
  • Recuerda a alguien más que actuó de la misma forma perturbadora hacia ti.
  • Para calmar tu reacción hipersensible, comprende que la persona estaba cubriendo una de las funciones naturales de la mente con una apariencia triplista, en una de dos formas:
    • La persona se estaba aferrando a (1) la actividad aparentemente concreta para obtener seguridad de ser (2) su agente aparentemente concreto, cuando estaba dirigida a ti como (3) su objeto aparentemente concreto.
    • La persona temía (1) la actividad aparentemente concreta como una amenaza cuando tú como su (2) agente aparentemente concreto la dirigiste a él o ella como (3) su objeto aparentemente concreto.
  • Deconstruye tu experiencia triplista de la acción de la persona utilizando la imagen del proyector que se apaga y se disuelve, los vientos del karma que se aquietan y la ola que se asienta.
    • Dirige compasión hacia la persona, deseándole que se libere del sufrimiento que su confusión le crea.
    • Imagina que respondes de forma apropiada y no triplista, con sensibilidad equilibrada.
  • Para abreviar la práctica, elige un ejemplo para cada síndrome, o trabaja sólo con aquéllos que sean personalmente relevantes.

Ejemplos

1. Actividad física

  • Para disipar la sensación de que siempre necesitas estar haciendo algo.
    • La escena – tener una maravillosa conversación durante la cena.
    • La sensación triplista – un “yo” servil aparentemente concreto, los insoportables platos sucios aparentemente concretos, y la imperativa tarea de lavarlos aparentemente concreta.
    • La respuesta no triplista – disfrutar el resto de la conversación y limpiar sólo cuando la conversación haya terminado.
    • La respuesta no triplista a alguien que actúa de esta forma – decirle a la persona que está bien lavar los platos más tarde.
  • Para superar el darles órdenes a los demás.
    • Ver que un familiar está sentado ociosamente frente a la televisión.
    • Un “yo” policía aparentemente concreto, un holgazán perezoso aparentemente concreto y una acción productiva aparentemente concreta que justifique la existencia de la persona.
    • Pedirle a la persona que haga algo sólo si se trata de una tarea urgente, de lo contrario, ser paciente.
    • Decirle a la persona en forma calmada que estás disfrutando del programa, o simplemente levantarte si es que se trata de algo urgente.
  • Para dejar de esperar que alguien más haga siempre las cosas por ti.
    • Sentarte a la mesa y notar que no tienes servilleta.
    • Un “yo” aristócrata aparentemente concreto, un “tú” sirviente aparentemente concreto y el acto aparentemente concreto de alguien que atiende las necesidades de otro.
    • Conseguirla tú mismo.
    • Decirle de forma educada a la persona que estás comiendo, o llevarle la servilleta si es que ya terminaste.
  • Para superar el miedo de hacer algo.
    • Necesitas cambiar el cartucho de tinta de tu impresora.
    • Un “yo” incompetente aparentemente concreto, una máquina abrumadora aparentemente concreta y una tarea imposible aparentemente concreta.
    • Tratar de averiguar cómo hacerla por ti mismo y sólo buscar ayuda si todo lo demás falla.
    • Guiar pacientemente a la persona en la resolución de la tarea o, si la persona no puede hacerlo, ofrecer ayuda.
  • Para disipar la sensación de incomodidad al aceptar que alguien haga algo por ti.
    • Compartes con alguien más el turno para manejar en un viaje largo.
    • Un “yo” aparentemente concreto que no tiene el control, un “tú” aparentemente concreto que tiene todo el poder, y un acto terrorista aparentemente concreto de alguien que usurpa el mando.
    • Sentarse en el lugar del copiloto y no poner nerviosa a la otra persona haciendo comentarios durante todo el viaje sobre su forma de manejar.
    • Asegurarte de que manejas de forma segura.

2. Expresión verbal

  • Para superar la insistencia de tener siempre la última palabra.
    • Escuchar que alguien dice algo con lo que no estás de acuerdo.
    • Un “yo” amenazado aparentemente concreto, un “tú” retador aparentemente concreto y el acto aparentemente concreto de hablar, que tendría el poder de restaurar la dignidad propia.
    • Añadir algo solamente si es constructivo.
    • Escuchar en silencio, con paciencia.
  • Para aquietar la insistencia de que alguien te hable cuando él o ella tienen poco que decir.
    • Alguien te visita y casi no habla.
    • Un “yo” no amado aparentemente concreto, un “tú” rechazador aparentemente concreto y el acto aparentemente concreto de decir palabras que podría probar el afecto de la persona.
    • Disfrutar de la compañía silenciosa de la persona.
    • Confirmar que hay muchas maneras de demostrar el amor.
  • Para superar la timidez de hablar.
    • Tener que exponer un reporte frente a tus compañeros de trabajo.
    • Un “yo” tonto aparentemente concreto, un “tú” juzgador aparentemente concreto y el acto aparentemente concreto de abrir la boca y, por lo tanto, probar nuestra ineptitud.
    • Exponer el reporte de tal forma que otros puedan escucharte.
    • Disculparte amablemente por no ser capaz de escuchar.
  • Para dejar de sentirte incómodo con las palabras de otros.
    • Alguien dice algo políticamente incorrecto.
    • Un “yo” moralista aparentemente concreto, un “tú” intolerante aparentemente concreto, y el acto aparentemente concreto de hablar con estrechez mental.
    • Sugerir una forma más sensible de hablar, si es que la persona es receptiva, o no decir nada si la persona piensa que eres demasiado quisquilloso.
    • Aceptar la corrección con paciencia y gratitud.

3. Experiencia sensorial o mental

  • Para superar la compulsión de satisfacer a tus sentidos.
    • Estar en un buffet.
    • Un “yo” aparentemente concreto que está a punto de ser ejecutado, una “última comida” aparentemente concreta y un acto de comer aparentemente concreto que, de alguna manera, le daría valor a nuestra vida.
    • Dejar a un lado muchos platillos una vez que estás satisfecho.
    • Antes de que la persona acuda a servirse otra vez, sugerirle que vayan de nuevo cuando tengan hambre.
  • Para dejar de sentir que necesitas que los demás sepan todo acerca de ti.
    • Estar sentado en un avión junto a otra persona.
    • Un “yo” aparentemente concreto, extremadamente interesante e importante, un “tú” aparentemente concreto que se muere por conocer la historia de mi vida, y un acto afirmador aparentemente concreto de conocer la información vital de la persona.
    • Decirles a los demás sólo lo que es necesario que sepan y relatar confidencias únicamente a aquellos en los que puedes confiar.
    • Cambiar amablemente el tema de conversación.
  • Para disipar la sensación de incomodidad con la experiencia sensorial.
    • Tener una conversación con alguien.
    • Un “yo” inadecuado aparentemente concreto que está sentado detrás de mis ojos, un “tú” aparentemente concreto que seguramente descubrirá y rechazará a este “ yo”, y el acto aparentemente concreto de ver a alguien a los ojos como una forma de exponer el verdadero yo de la persona.
    • Mantener un contacto visual normal durante la conversación.
    • No insistir en que la persona te vea.
  • Para disipar el temor de ser el objeto de la experiencia sensorial de alguien más.
    • Tener contacto corporal cercano con una multitud en el metro.
    • Un “yo” virginal aparentemente concreto, un “tú” sucio aparentemente concreto y el acto desagradable aparentemente concreto de tener contacto físico.
    • Experimentar la sensación y dejarla pasar.
    • Cambiar posiciones, si es posible.

4. Expresión de interés cálido

  • Para superar la compulsión a expresar afecto.
    • Ver a tu pareja o hijo.
    • Un “yo” aparentemente concreto que está hambriento de amor, un “ tú” aparentemente concreto que debe estar igualmente hambriento de amor y el acto aparentemente concreto de expresar amor, que puede llenar el vacío interno.
    • Decir “te amo” sólo en ocasiones apropiadas.
    • Responder de forma cálida y sincera: “yo también te amo”.
  • Para superar el aferramiento a recibir afecto.
    • Ver a tu pareja o hijo.
    • Un “yo” aparentemente concreto al que nadie ama, un “tú” aparentemente concreto cuyo amor desearía que fuera real y el acto aparentemente concreto de expresar y, por lo tanto, confirmar el afecto.
    • Solicitar un abrazo solamente en los momentos apropiados.
    • Abrazar a la persona si el tiempo y el lugar son adecuados y, si no lo son, decirle a la persona que la abrazarás más tarde, cuando la situación sea más cómoda.
  • Para disipar la incomodidad al expresar afecto.
    • Ver que un ser amado necesita que le confirmes tu cariño.
    • Un “yo” autosuficiente aparentemente concreto, un “tú” impositor aparentemente concreto y el acto aparentemente concreto de expresar afecto como una solicitud amenazante.
    • Decir “te amo” y sentirlo sinceramente.
    • Entender que la persona no necesita verbalizar su amor para que te sientas seguro de él.
  • Para disipar la incomodidad de recibir afecto.
    • Que un ser amado nos dé un beso.
    • Un “yo” adulto aparentemente concreto, un “tú” humillante aparentemente concreto y el acto aparentemente concreto de expresar amor como algo infantil.
    • Aceptar cálidamente la muestra de afecto y responder de manera similar.
    • Demostrar tu amor de formas que no sean físicas.

5. Expresión de energía

  • Para dejar de sentir la necesidad de hacer valer tu voluntad.
    • Salir a cenar con amigos.
    • Un “yo” aparentemente concreto que debe controlar lo que sucede, un “tú” aparentemente concreto que debe ser dirigido y el acto aparentemente concreto de afirmar tu energía para sentirte seguro al obtener el dominio de la situación.
    • Estar abierto a otras sugerencias.
    • Aceptar amablemente, a menos que exista una buena razón para oponerse.
  • Para superar la necesidad de que otros te pongan atención.
    • Visitar o vivir con alguien que está ensimismado con la televisión o la computadora.
    • Un “yo” aparentemente concreto que necesita atención para establecer su valía, un “tú” aparentemente concreto cuya atención es vital y el acto aparentemente concreto de dirigir la energía que puede afirmar la existencia y la valía de su objeto.
    • Desarrollar interés en el programa o recordarle amablemente a la persona que existen otras cosas en la vida.
    • Incluir a la persona en lo que tú estás haciendo.
  • Para superar el temor a expresar tu punto de vista.
    • Estar con alguien que se está portando muy mal contigo.
    • Un “yo” indigno aparentemente concreto, un “tú” aparentemente concreto cuya aceptación es crucial, y un acto aparentemente concreto de expresar energía como algo inaceptable.
    • Ser más asertivo.
    • Animar amablemente a la persona a expresar su punto de vista.
  • Para disipar tu temor a la energía de otros.
    • isitar a alguien que siempre se está quejando.
    • Un “yo” amenazado aparentemente concreto, un “tú” deprimente aparentemente concreto y el acto aparentemente concreto de emitir energía que drena.
    • Escuchar las quejas y dejar que la energía pase a través de ti.
    • Relajarte.

6. Descanso

  • Para superar el aferramiento a tomar un descanso.
    • Sentirte abrumado por el trabajo
    • Un “yo” exhausto aparentemente concreto que no es yo mismo, un “ yo” revitalizado aparentemente concreto que es yo mismo y el acto aparentemente concreto de descansar que puede producir esa metamorfosis.
    • Esperar con calma el fin de semana, pero sin anhelarlo.
    • Mejorar la situación laboral, si es posible.
  • Para aquietar el aferramiento a que los demás nos dejen en paz
    • Tus padres te presionan para que encuentres un trabajo o para que te cases.
    • Un “yo” víctima aparentemente concreto, un “yo” opresor aparentemente concreto, un acto aparentemente concreto de tomarte un descanso que resolverá todos tus problemas.
    • Reconocer su preocupación y explicar con calma lo que has estado haciendo y por qué.
    • Darle a la persona el tiempo y el espacio para estar sola.
  • Para superar el temor a tomar un descanso.
    • Tener mucho trabajo en la oficina cuando es tu temporada vacacional.
    • Un “yo” irremplazable aparentemente concreto, un trabajo aparentemente concreto que nadie más puede hacer y el acto irresponsable aparentemente concreto de tomar un descanso.
    • Dejar que alguien más se haga cargo de tu trabajo o dejarlo pendiente hasta tu regreso.
    • Asegurarle a la persona que todo estará bien en su ausencia.
  • Para calmar tu miedo al abandono.
    • Estar enfermo y que nadie te visite ni te llame.
    • Un “yo” abandonado aparentemente concreto, un “tú” desinteresado aparentemente concreto y el acto aparentemente concreto de estar en cama, desamparado.
    • Disfrutar la paz y el silencio.
    • Hacerle saber a la persona tu intención de no llamarla ni visitarla con el fin de que descanse plenamente.

7. Expresión de placer

  • Para superar el aferramiento al placer.
    • Estar aburrido y cambiar interminablemente los canales de la televisión.
    • Un “yo” aparentemente concreto que requiere entretenimiento constante, un programa aparentemente concreto que provee entretenimiento completo y el acto aparentemente concreto de disfrutar el placer.
    • Si encuentras algo interesante, disfrútalo sin cambiar de canal; si no hay nada interesante, apaga la televisión.
    • Llegar a un acuerdo razonable en torno a qué programa ver.
  • Dejar de buscar compulsivamente la aprobación de los demás
    • Hacer algo sólo para complacer a alguien más, como aceptar un trabajo prestigioso, pero aburrido.
    • Un “yo” inadecuado aparentemente concreto, un “tú” aparentemente concreto que se encuentra sobre un pedestal y el acto aparentemente concreto de complacer a alguien como una afirmación de valía personal.
    • Tomar decisiones con las que te sientas cómodo y que sean apropiadas para ti.
    • Animar a la persona a tomar sus propias decisiones y asegurarle tu amor sin importar qué decisiones tome.
  • Para dejar de tener miedo de pasar un buen rato.
    • Estar en una fiesta de la oficina.
    • Un “yo” formal aparentemente concreto, un baile indigno aparentemente concreto y el acto degradante aparentemente concreto de expresar placer.
    • Bailar y disfrutar como todos los demás.
    • Aceptar a la persona sin importar lo que haga.
  • Para disipar la incomodidad de aceptar que otros se sientan complacidos contigo.
    • Alguien expresa estar complacido con tu trabajo.
    • Un “yo” indigno aparentemente concreto, un “tú” condescendiente aparentemente concreto y el acto insincero aparentemente concreto de mostrar placer.
    • Aceptar amablemente la aprobación, dando las gracias y sintiéndote feliz.
    • Ser más relajado y compasivo con la persona de tal forma que él o ella se sienta más segura con tu aprobación.

II. Mientras te enfocas en alguien en persona

Procedimiento

  • Mientras estás frente a un compañero, haz lo siguiente sin una sensación triplista de un “yo” aparentemente concreto que se encuentra con un “tú” aparentemente concreto, mientras se involucran en un acto aparentemente concreto; en otras palabras:
    • Sin sentirte cohibido.
    • Sin sentirte nervioso por la persona.
    • Sin preocuparte por tu desempeño o por ser aceptado.
    • Siendo totalmente receptivo y aceptante de la persona y de ti mismo.
    • Sin juzgar.
    • Sin hacer comentarios mentales.
  • Si surge una sensación triplista de nerviosismo o cohibición, sigue el mismo procedimiento que en la primera fase del ejercicio para deconstruirla.
    • Imagina que el proyector de fantasías que está en tu mente se apaga y se disuelve.
    • Imagina que los vientos de tu karma se aquietan.
    • Imagina que la ola de la experiencia ya no parece monstruosa.
    • Siente que la ola se asienta de nuevo en el océano de tu mente.
  • Si surgen diversos sentimientos positivos o negativos, también siente que pasan como una ola en el océano, sin aferrarte a ellos ni temerles.
  • Practica la secuencia primero con alguien del sexo opuesto y después con alguien del mismo sexo.
    • Si es posible, practica con personas de ambos sexos que sean de tu misma edad, luego menores y después mayores; primero practica con las tres personas del sexo opuesto y posteriormente con las tres personas de tu mismo género.
    • Entre estas personas incluye individuos de antecedentes culturales o raciales diferentes y alterna trabajar con personas que conoces y personas que no conoces.
    • Nota los diferentes niveles de cohibición y nerviosismo que experimentas con personas de cada una de las categorías.

Pasos

  • Crea un espacio silencioso y aquietado.
  • Sostén tu mano por unos momentos para acostumbrarte a las sensaciones no triplistas.
  • Masajea los hombros de la persona, experimenta que te den un masaje y después siéntense frente a frente y masajeen sus hombros simultáneamente.
  • Durante unos minutos, habla con la persona desde el fondo de tu corazón acerca de cómo te has sentido en los últimos días y qué es lo que has estado sintiendo, y después escucha a la otra persona hacer lo mismo.
  • Ve a la persona a los ojos con amabilidad, sin sentir que tienes que decir o hacer algo, mientras la otra persona hace lo mismo; acéptense plenamente el uno al otro.
  • Cuando lo sientas apropiado, expresa tu calidez a la persona y después acepta que la otra persona haga lo mismo.
    • Toma la mano de la persona, dale un abrazo o di “me caes muy bien”, lo que sea que sientas natural.
  • Sientan y acepten la energía del otro.
  • Relájense completamente y siéntense juntos en silencio.
  • Sientan la alegría de estar en la presencia del otro.

III. Mientras te enfocas en ti mismo

1. Repite el procedimiento utilizado con alguien en persona, sin un espejo o fotografías de ti mismo.

  • Alísate el cabello.
  • Habla mentalmente contigo mismo acerca de que necesitas trabajar con más ahínco o ser más relajado.
  • Toma tu propia mano de forma tranquilizadora.
  • Muéstrate interés cálido estirando tus piernas, si es que estás sentado con las piernas cruzadas, o aflojando tu cinturón.
  • Siente tu propia energía, sin sentirte asustado.
  • Acéptate totalmente, relájate completamente y siéntate en silencio sin sentirte perdido, inquieto o aburrido.
  • Siente la alegría de simplemente estar contigo mismo y disfruta de tu propia compañía.
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