Surgimiento de confusión en la relación estudiante-maestro

Contacto inicial entre buscadores occidentales y maestros espirituales tibetanos

Desde la migración de los mongoles de Kalmykia a la región del Volga de la Rusia europea a principios del siglo diecisiete, la forma tibetana de budismo ha estado presente en Occidente. A través de los siglos, el contacto aumentó a medida que los alemanes se establecían a lo largo de las riberas inferiores del Volga y los zares reclutaban jinetes de Kalmykia para el ejército imperial. Lentamente, las creencias de Kalmykia y las prácticas budistas atrajeron la atención de los buscadores espirituales occidentales.

Las barreras del idioma y una falta de materiales traducidos naturalmente condujeron a que se desarrollara una perspectiva romántica inicial. Por ejemplo, Madame Blavatsky, la mística rusa fundadora de la teosofía, popularizó la imagen de misteriosos adeptos espirituales que, desde cuevas en los Himalayas, enviaban enseñanzas secretas telepáticamente a personas especialmente receptivas de Occidente. Esta imagen encendió la imaginación de muchos buscadores sinceros y llevó a mayores exageraciones sobre los maestros tibetanos y los tipos de relaciones posibles con ellos. Desde hace tiempo el Tíbet tiene un lugar elevado en el pináculo del “Oriente misterioso”.

En los Estados Unidos, el primer contacto apropiado con el budismo tibetano llegó con otra migración de los mongoles de Kalmykia. Desplazados de Alemania después de la Segunda Guerra Mundial, un grupo de ellos se estableció en Nueva Jersey a principios de 1950. En 1955, Gueshe Wangyal, un gran maestro de Kalmykia se mudó a Norteamérica como su guía espiritual. Al romper la burbuja de la fantasía, introdujo a muchos norteamericanos, incluyéndome a mí, a la faz más realista del budismo tibetano.

En 1959, con el exilio en la India de Su Santidad el decimocuarto Dalái Lama y alrededor de cien mil de sus seguidores, se abrieron más oportunidades para que los occidentales conocieran maestros auténticos de budismo tibetano. Los primeros grupos de buscadores extranjeros consistían en su mayor parte de jóvenes aventureros espirituales que viajaron a la India y Nepal a fines de 1960, entusiasmados por ideales románticos. Yo también fui parte de esa ola, aunque más como un sobrio estudiante de post grado becado que como hippie en un viaje mágico de misterio. Con pocos traductores competentes y casi ningún libro confiable disponible, era mucho lo incomprensible. Sin embargo, el fácil acceso a la generación de los maestros mayores, incluyendo el Dalái Lama, sus tutores y las cabezas de linaje de las cuatro tradiciones tibetanas, compensó con creces esa limitación del lenguaje.

Profundamente conmovidos por nuestras impresiones iniciales, muchos de nosotros empezamos a construir relaciones con estos maestros espirituales y comenzamos a aprender y a practicar budismo tibetano. Sin antecedente disponible alguno en nuestros historiales occidentales, la mayoría de nosotros moldeó la relación con estos maestros copiando las de los discípulos tibetanos y sus mentores espirituales. Algunos adoptaron incluso la ropa tibetana. La promesa de una cultura shangrilá alternativa estimuló nuestro interés.

La mayoría de los jóvenes occidentales de la generación de los sesentas tenía poco o ningún respeto por los mayores en sus hogares. Incapaces de comprender las adversidades que habían enfrentado nuestros padres con la depresión y la Segunda Guerra Mundial, la generación de los mayores nos parecía materialista y emocionalmente rígida. Buscábamos apertura y amor incondicional. Nuestros torpes intentos con el amor libre entre nosotros no habían podido remover nuestra enajenación y tensión subyacentes. Por otro lado, la calidez natural y la aceptación que sentíamos de parte de los maestros tibetanos eran innegables, incluso si las prácticas espirituales detrás de sus realizaciones permanecían incomprensibles. La autenticidad de las realizaciones de estos maestros se dirigía a nosotros en voz alta. Por fin, aquí había personas dignas de respeto, algo que habíamos buscado desesperadamente, aunque quizás sólo de forma inconsciente. Con alegría y entusiasmo, nos postramos libremente a los pies de estos maestros.

Top