Envidia: Lidiar con las emociones perturbadoras

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Existen muchas formas de envidia. Puede ser simplemente la incapacidad de tolerar los logros de los demás, o puede incluir el deseo de que nosotros tengamos esos logros. Podemos codiciar lo que otra persona tiene y desear tenerlo nosotros, y podemos incluso desear que la otra persona lo pierda. La competitividad también puede estar involucrada, así como el pensamiento dualista de nosotros mismos como absolutos “perdedores” y de los demás como absolutos “ganadores”. Debajo de todo esto se encuentra una obsesión con nosotros mismos. Al analizar estos componentes, el budismo ofrece métodos sofisticados para deconstruir nuestras emociones perturbadoras y deshacernos de ellas.

Emociones perturbadoras

Todos experimentamos emociones perturbadoras (tib. nyon-mongs, sct. klesha, emociones aflictivas), estados mentales que, cuando los desarrollamos, nos causan perder la paz mental y nos incapacitan a tal punto que perdemos el autocontrol. Ejemplos comunes de ellas son la codicia, el apego, la hostilidad, el enojo, la envidia y los celos. Estas disparan el surgimiento de diferentes impulsos mentales (karma), usualmente aquellos que conducen a una conducta destructiva, que puede estar dirigida hacia los demás o hacia nosotros mismos. El resultado es que creamos problemas y sufrimiento para otros e, inevitablemente, para nosotros mismos.

Hay una amplia gama de emociones perturbadoras. Cada cultura dibuja mentalmente una línea alrededor de un conjunto de experiencias emocionales, que la mayoría de los integrantes de esa sociedad comparten; decide algunas características definitorias que la describen como una categoría y le da un nombre a dicha categoría. Por supuesto, cada cultura selecciona diferentes conjuntos de experiencias emocionales comunes, diferentes características definitorias para describirlas y, de este modo, inventa diferentes categorías de emociones perturbadoras.

Por lo general, las categorías de emociones perturbadoras, especificadas por diferentes culturas, no se superponen de manera exacta porque las definiciones de las emociones son ligeramente diferentes. Por ejemplo, tanto el sánscrito como el tibetano, tienen una palabra que a menudo se traduce como “envidia” (tib. phrag-dog, sct. irshya), mientras que la mayoría de los idiomas occidentales tienen dos. El inglés tiene “jealousy” (celos) y "envy" (envidia), mientras que el alemán tiene "Eifersucht" (celos) y "Neid" (envidia). La diferencia entre los dos términos ingleses no es precisamente la misma que se presenta entre las dos palabras alemanas, y las palabras sánscrita y tibetana no corresponden exactamente con ninguno de los términos equivalentes en esos idiomas. Si, como occidentales, experimentamos problemas emocionales en esta categoría general, designada según las categorías formuladas por nuestras propias culturas y lenguas, y deseamos aprender métodos budistas para superarlos, tendremos que analizar y deconstruir nuestras emociones tal como las conceptualizamos, en una combinación de varias emociones perturbadoras, según las define el budismo.

En este contexto, centrémonos en el término budista que hace referencia a la “envidia”, dado que se acerca más a la definición tradicional. Ya hemos abordado los celos que existen en una relación, en la sección “Puntos básicos” [Cómo tratar con los celos en las relaciones].

¿Qué es la envidia?

Los textos budistas clasifican la “envidia” como parte de la hostilidad. La definen como "una emoción perturbadora que se enfoca en los logros de las demás personas (tales como sus buenas cualidades, posesiones o éxito), y es la incapacidad de tolerar dichos logros, debido al excesivo apego que tenemos por nuestros propios logros o por el respeto que recibimos".

En este contexto, el apego significa que estamos enfocados en algún área de la vida en la que otros han logrado más cosas que nosotros y de la que exageramos los aspectos positivos. En nuestra mente, transformamos esa área en uno de los aspectos más importantes de la vida y basamos en ella nuestro sentido de autoestima. Implica una obsesión excesiva y un apego por el “yo”. Así pues, tenemos envidia porque estamos "apegados a nuestra propia ganancia o al respeto que recibimos" en esta área determinada. Por ejemplo, podemos tener una fijación con respecto a la cantidad de dinero que tenemos o a cuán atractivos somos. Como un aspecto de la hostilidad, la envidia le agrega al apego un fuerte elemento de resentimiento hacia lo que otros han logrado en esta área. Es lo contrario de regocijarse y sentirse feliz por lo que otros han obtenido.

Con frecuencia, la envidia también incluye un elemento de hostilidad hacia la persona que creemos que tiene una ventaja sobre nosotros. Por supuesto, la ventaja puede o no ser verdadera pero, en cualquier caso, estamos obsesionados con nosotros mismos y con lo que no tenemos.

Los celos, tal como se definen en el budismo, cubren solo una parte del significado en inglés de la palabra "envidia" (envy). El concepto en inglés añade un poco más, lo que el budismo llama "codicia" (brnab-sems). La codicia es "el deseo excesivo por algo que alguien más posee". Así pues, la definición de "envidia" (envy) en inglés es: "un darse cuenta doloroso o resentido por el beneficio que alguien más disfruta, aunado al deseo de disfrutar del mismo beneficio". En otras palabras, además de la incapacidad de tolerar los logros de los demás en un área de la vida cuya importancia exageramos (según la perspectiva budista), la envidia es el deseo de que nosotros tengamos esos logros. Es posible que seamos carentes o pobres en esta área, o que tengamos una medida adecuada, o incluso más que el promedio. Si somos envidiosos y queremos más, nuestra codicia se habrá convertido en avaricia. Con frecuencia, aunque no necesariamente, la envidia implica el deseo agregado de que los demás pierdan lo que han obtenido, para que nosotros podamos obtenerlo. En este caso se añade un ingrediente más a la emoción, el rencor.

En combinación con la codicia, la envidia conduce a la competitividad. Así, Trungpa Rinpoche habló de la envidia como una emoción perturbadora que nos impulsa a ser altamente competitivos y a trabajar fanáticamente para superar a otros o a nosotros mismos. Está conectada con una acción contundente, llamada "familia del karma". Al tener envidia de lo que los demás han conseguido, nos presionamos a nosotros mismos o presionamos a nuestros subordinados a hacer cada vez más, como en las competencias extremas en los negocios o en los deportes. Por ello, el budismo representa a la envidia con un caballo, el cual compite contra otros debido a la envidia; no puede tolerar que otro caballo corra más rápido.

Envidia y competitividad

Es verdad que, en el budismo, la envidia está íntimamente relacionada con la competitividad, aunque la primera no necesariamente conduce a la segunda. Alguien puede tener envidia de otros y, a causa de una baja autoestima, ni siquiera intentar competir con ellos. De modo similar, ser competitivo no necesariamente implica envidia. Algunas personas gustan de competir en deportes simplemente para divertirse y disfrutar de la compañía de otros, sin llevar un marcador.

El budismo conecta a la envidia y la competitividad de modo diferente. Por ejemplo, en Involucrarse en el comportamiento del bodisatva (sPyod-‘jug, sct. Bodhicaryavatara), Shantideva coloca juntas en una misma discusión: a la envidia hacia aquellos que tienen una posición superior, a la competitividad con aquellos que son nuestros iguales y a la arrogancia hacia aquellos que tienen un estado inferior. Su discusión está dentro del contexto de aprender a ver a todos los seres como iguales.

El problema que aborda aquí el budismo es el sentimiento de que "yo" soy especial, el cual subyace a las tres emociones perturbadoras. Si creemos y pensamos que "yo" soy el único que merece hacer algo específico, como salir adelante en la vida, y sentimos envidia de que alguien más tenga éxito, nos volvemos competitivos. Necesitamos superar a la otra persona, incluso si ya somos moderadamente exitosos. Aquí, la envidia es un fuerte sentimiento del "yo" y una fuerte obsesión únicamente con nosotros mismos. No consideramos a los demás del mismo modo que nos consideramos a nosotros; nos creemos especiales.

El remedio que ofrece el budismo a los problemas y a la infelicidad causada por estos tipos de envidia, competitividad y arrogancia, es tratar la falacia subyacente concerniente al "yo" y al "tú". Necesitamos darnos cuenta de que todos somos iguales y verlos así. Todos tenemos las mismas habilidades básicas, en el sentido de que todos poseemos la naturaleza búdica (los potenciales que nos permiten alcanzar la iluminación). De igual modo, todos tenemos el mismo deseo de ser felices y de triunfar, y de no ser infelices o fallar. Todos tenemos el mismo derecho a ser felices y a triunfar, así como el mismo derecho a no ser infelices o fallar. No hay nada especial acerca del "yo" en estas consideraciones. El budismo también enseña el amor: el deseo de que todos sean felices por igual.

Cuando aprendemos a ver a todos como iguales, en términos de la naturaleza búdica y el amor, entonces estamos abiertos para ver cómo relacionarnos con alguien que ha triunfado más que nosotros, o que ha logrado lo que nosotros no hemos podido lograr. Nos regocijamos por su éxito, puesto que queremos que todos sean felices. Tratamos de ayudar a nuestros iguales a que triunfen también, en lugar de competir con ellos y tratar de superarlos. Tratamos de ayudar a aquellos que son menos exitosos que nosotros en lugar de sentirnos superiores y regodearnos con arrogancia.

Refuerzo cultural de la envidia y la competitividad

Estos métodos budistas son extremadamente avanzados y particularmente difíciles de aplicar cuando nuestra envidia y competitividad de surgimiento automático son reforzadas, fortalecidas e, incluso, premiadas por ciertos valores culturales occidentales. Después de todo, a casi todos los niños les gusta ganar de manera automática y lloran cuando pierden. Además, muchas culturas occidentales presentan al capitalismo como la mejor forma natural de una sociedad democrática. Debajo de todo eso está la teoría de la supervivencia del más fuerte, que establece la competencia como la fuerza básica conductora de la vida en lugar de, por ejemplo, el amor y el afecto. Asimismo, las culturas occidentales refuerzan la importancia del éxito y del triunfo con una obsesión por deportes competitivos y con la glorificación de los mejores atletas y de las personas más ricas del mundo.

Por añadidura, todo el sistema político de la democracia y el voto supone una competencia, en la que nos ofrecemos y nos vendemos como candidatos, publicitando cuán mejores somos que nuestros rivales para el puesto. De acuerdo a como se estila en Occidente, las campañas agregan a ello el esfuerzo por encontrar cualquier posible punto débil en los candidatos rivales, incluso en términos de sus vidas privadas, para exagerarlos y publicitarlos a gran escala con el fin de desacreditarlos. Incluso muchas personas consideran ese tipo de conducta, basada en los celos y la competencia, como loable y justa. En este contexto, es más adecuado traducir el término budista como “celos” en lugar de “envidia”, a pesar de que la dinámica emocional es la misma.

Por otro lado, la sociedad tibetana desaprueba a cualquier persona que deprecie a los demás y que afirme ser mejor que otros. Estos son considerados rasgos negativos de personalidad. De hecho, el primer voto raíz del bodisatva es nunca alabarse a uno mismo ni menospreciar a quienes se encuentran en posiciones inferiores, lo cual incluiría publicitarse para obtener el voto público. Se especifica que la motivación es el deseo de obtener ganancias, alabanzas, amor, respeto, etc. de las personas a quienes se dirige, y envidia de las personas que menosprecia. El hecho de que lo que digamos sea verdadero o falso no hace ninguna diferencia. Por el contrario, cuando hablamos de nosotros mismos, la extrema modestia y decir: "No tengo buenas cualidades; no sé nada" es considerado elogiable. Así pues, la democracia y las campañas políticas, según se practican en la forma occidental común, son totalmente ajenas y no funcionan en la sociedad tibetana.

Incluso el sólo hecho de querer ser candidato para un cargo público se considera como un sospechoso signo de arrogancia y como un móvil no altruista. El único compromiso posible sería que los representantes de los candidatos –y nunca los candidatos mismos- expusieran las cualidades y los talentos de su candidato, sin compararlos con los de sus rivales y sin decir nada malo acerca de ellos. Esto, sin embargo, rara vez se lleva a cabo. Por lo general, los candidatos que son bien conocidos, tales como aquellos de familias nobles, o lamas reencarnados, son propuestos incluso sin su consentimiento. Si expresan su deseo de no ser nominados, eso es tomado como un signo de modestia; expresar consentimiento de inmediato indica arrogancia y codicia por el poder. Rehusarse es casi imposible para alguien que ha sido propuesto. La votación se lleva a cabo sin campañas. Por lo regular, la gente vota por el candidato más conocido.

Así pues, el método budista de regocijarse por las victorias de otros (y el aún más poderoso método de darle la victoria a los demás y aceptar la derrota para nosotros) quizá no sea el mejor primer remedio para los occidentales que están fuertemente convencidos de las virtudes del capitalismo y de su sistema de campañas electorales. Como occidentales, quizá necesitemos reevaluar la utilidad de nuestros valores culturales y lidiar con las formas doctrinalmente establecidas de los celos, la envidia y la competencia que surgen de aceptar tales valores, antes de tratar las formas que surgen automáticamente.

Un mercado indio puede ser un ejemplo para ayudarnos a ver la relatividad de los celos, la envidia y la competitividad basadas en la cultura occidental. En India, hay mercados de ropa, mercados de joyería, mercados de vegetales, etc. Cada uno tiene fila tras fila de puestos y tiendas, uno junto al otro, todos vendiendo casi exactamente las mismas cosas. La mayoría de estos tenderos son amigos entre sí y con frecuencia se reúnen a beber té afuera de sus tiendas. Su actitud surge de pensar que, el hecho de que sus tiendas tengan buenas ventas o no, depende de su karma.

Las apariencias engañosas que subyacen a la envidia

Como hemos visto, la envidia es la incapacidad de tolerar el logro de otro en un área específica a la que le damos más importancia de la que tiene, por ejemplo, un éxito financiero. Envidiosos de ello, deseamos poder lograrlo nosotros. Una variante de esto ocurre cuando alguien recibe algo de alguien más, como amor o afecto; de igual forma, desearíamos recibirlo en su lugar.

Esta emoción perturbadora de la envidia deriva de dos apariencias engañosas que nuestra mente crea y proyecta, debido a la confusión y a no saber cómo existen las cosas. La primera es la apariencia dualista de (1) un “yo” aparentemente concreto que merece, de forma inherente, conseguir o recibir algo, pero no lo ha obtenido, y (2) un “tú” aparentemente concreto que, de forma inherente, no merecía obtenerlo. Sentimos, de manera inconsciente, que el mundo nos debe algo y que es injusto que otros obtengan lo que consideramos nuestro. Dividimos el mundo en dos categorías sólidas: la de "perdedores" y la de "ganadores", e imaginamos que la gente verdaderamente existe y puede encontrarse dentro de esas cajas, en esas categorías aparentemente sólidas y verdaderas. Entonces nos colocamos en la categoría sólida y permanente de "perdedor" y a la otra persona en la categoría sólida y permanente de "ganador". Quizá incluso lleguemos a colocar a todos los demás en la caja de ganadores, excepto a nosotros mismos. No sólo sentimos resentimiento, sino que nos sentimos condenados al fracaso, lo cual nos lleva a quedarnos pegados de la dolorosa idea: "pobre de mí".

Por lo general, la envidia es acompañada por la ingenuidad acerca de la causa y el efecto conductual. Por ejemplo, no sólo no comprendemos, sino que incluso negamos el hecho de que la persona que recibe un ascenso o afecto, haya hecho algo para ganarlo o merecerlo. Además, sentimos que nosotros deberíamos de obtenerlo sin tener que hacer nada. Por otro lado, sentimos que hicimos mucho y aun así no obtuvimos recompensa. De esta manera, nuestra mente crea una segunda apariencia engañosa y la proyecta. Nuestra mente confundida hace que las cosas parezcan suceder sin razón alguna, o por una sola razón: únicamente lo que nosotros hicimos.

Deconstruir las apariencias engañosas

Necesitamos deconstruir estas dos apariencias engañosas. Es posible que hayamos aprendido de nuestra cultura que el principio conductor inherente en el mundo de los seres vivos es la competencia: el impulso de ganar, la ley del más fuerte. Pero esa premisa quizá no sea cierta. Sin embargo, si la hemos aceptado, creemos que el mundo está inherentemente dividido, por su propia naturaleza, en una absoluta dicotomía de ganadores y perdedores. En consecuencia, percibimos al mundo en las categorías conceptuales fijas de ganadores y perdedores y, por supuesto, nos vemos dentro de ese mismo marco conceptual.

Aunque estos conceptos de ganadores, perdedores y competencia pueden ser útiles para describir la evolución, necesitamos darnos cuenta que son tan solo construcciones mentales arbitrarias. "Ganador" y "perdedor" son solo etiquetas mentales. Son categorías mentales convenientes usadas para describir ciertos eventos, tales como llegar primero en una carrera, obtener un ascenso en el trabajo en lugar de que alguien más lo obtenga, o perder a un cliente o a un estudiante. De esta misma manera, podríamos dividir a las personas en categorías de "personas agradables" y "personas desagradables", dependiendo de nuestra definición de "agradable".

Cuando vemos que todos esos conjuntos de categorías dualistas son meras construcciones mentales, empezamos a darnos cuenta que no hay nada inherente desde el lado del "yo" o del "tú" que nos encierre dentro de categorías sólidas. No es que seamos básica e inherentemente perdedores y que, al pensar en nosotros mismos como perdedores, hayamos descubierto finalmente la verdad; que el “yo” real es un perdedor, pobre de "mi". Más bien, tenemos muchas otras características además de perder un cliente, ¿por qué pensar entonces que ese es el verdadero "yo"?

Además, el hecho de que parezca que, tanto el éxito y el fracaso, como la ganancia y la pérdida, suceden sin razón alguna o por razones irrelevantes, se debe solo a nuestra mente limitada y a nuestra preocupación por el “pobre de mí” y el “desgraciado tú”. Por eso pensamos que lo que nos pasa es injusto. Lo que ocurre en el universo, sin embargo, ocurre debido a un enorme entramado de causas y efectos. Es tal la cantidad de variables que afectan lo que nos ocurre a nosotros y a los demás, que está más allá de nuestra imaginación incluir cada uno de los factores involucrados.

Cuando deconstruimos estas dos apariencias engañosas (ganadores y perdedores, y cosas que ocurren sin razón alguna) y dejamos de proyectarlas, nuestro sentimiento de injusticia se relaja. Debajo de nuestros celos está el mero darse cuenta de lo que se ha cumplido, de lo que ha ocurrido. Perdemos un cliente y ahora alguien más tiene este cliente. Eso nos hace conscientes de una meta por alcanzar. Si no envidiamos al otro por obtener o recibir algo, quizás podamos aprender cómo hizo para conseguirlo; esto nos permite ver cómo podemos obtenerlo nosotros mismos. Sólo nos sentimos envidiosos y celosos porque cubrimos ese darnos cuenta con apariencias dualistas e identidades concretas.

Video: Gueshe Tashi Tsering — “Cómo no envidiar el éxito de otros”
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Resumen

Así pues, el budismo ofrece una variedad de métodos para enfrentar la emoción perturbadora de la envidia, ya sea que la definamos en el sentido budista o el occidental. Cuando estamos agitados por una emoción perturbadora, el reto es reconocer correctamente las características que la definen y nuestros antecedentes culturales. Cuando, a través de la práctica de la meditación, nos hemos entrenado en una variedad de métodos, podemos elegir el más apropiado para ayudarnos a resolver cualquier dificultad emocional que experimentemos.

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