Introducción
El entrenamiento mental, o entrenamiento de la actitud (“lojong” en tibetano) es un tema muy amplio que aborda la manera en que experimentamos nuestra vida y cómo podemos cambiar nuestras actitudes ante nuestras experiencias. Todos sabemos que la vida está llena de altibajos y a menudo no es muy fácil. Todo el tiempo nos están sucediendo muchas cosas, y éstas surgen de un espectro muy amplio de causas y condiciones.
Para entenderlo con un ejemplo fácil, simplemente piensen en términos de cómo todos nosotros nos hemos reunido aquí esta tarde. ¿Qué te ha traído aquí? Está todo el aspecto físico, el tráfico y el transporte, el hecho de que vives en la ciudad, y luego están todos los intereses que puedas tener, las cosas que están pasando en tu familia y el trabajo, y la vida en general. Como resultado de una cantidad enorme de causas y condiciones, estamos aquí juntos, cada uno de nosotros con unos antecedentes muy diferentes y conjuntos diferentes de causas y condiciones.
Ahora, mientras estamos sentados aquí, están todos ustedes y estoy yo y está el traductor. También hay una videocámara que nos está grabando. ¿Cuál es la diferencia entre mirarme a mí y mirar a la cámara? Al igual que nosotros, la cámara también está aquí debido a varias causas y condiciones: alguien la fabricó, otra persona la compró, e incluso otra persona la montó. Tanto la cámara como nosotros captamos información. La verdadera diferencia, sin embargo, es que nosotros desarrollamos emociones sobre la base de la información que captamos, es decir, cierto nivel de felicidad o infelicidad. Las cámaras y las computadoras no experimentan la información que captan.
¿Qué es la felicidad?
El principio básico de la vida parece ser que todos queremos ser felices y no ser infelices. Esto nos inspira a pensar: “bueno, ¿qué es realmente la felicidad? ¿Qué es lo que verdaderamente queremos?”.
Desde el punto de vista budista, la felicidad se define como esa sensación de la que, cuando se experimenta, naturalmente no queremos separarnos; nos gusta y estamos contentos de que continúe.
Es una experiencia mental que puede acompañar tanto a una cognición física, como ver algo o a alguien, o a una cognición mental, como pensar en algo o alguien. No tiene tanto que ver con que nos guste lo que estamos viendo o pensando, sino más bien con que nos gusta cómo nos sentimos cuando lo vemos o lo pensamos. Pero la felicidad no es lo mismo que la sensación física de placer: es un estado mental. Tampoco es lo mismo que la emoción perturbadora de aferramiento, mediante la cual exageramos las buenas cualidades de algo, como el chocolate, nuestra juventud, o incluso la felicidad misma, y no queremos soltarla.
El nivel de felicidad que experimentamos mientras vemos algo, por ejemplo, una película, podría ser de baja intensidad, pero si después de unos cuantos minutos aún la seguimos viendo y no tenemos ganas de apartar la mirada, esto indica que estamos satisfechos y no queremos separarnos de lo que estamos sintiendo. Se podría decir que todavía estamos “felices de verla”. Si ver la película nos hiciera infelices (definiendo la infelicidad como esa sensación de la que, cuando es experimentada, de forma natural queremos separarnos) normalmente trataríamos de cambiar nuestra experiencia simplemente apartando la mirada. Por supuesto, algunas veces también tenemos sensaciones neutras, con las cuales no queremos ni estar con algo ni separarnos de algo; somos indiferentes.
Sin embargo, a menudo si pensamos en las palabras “feliz” e “infeliz” lo hacemos en términos de extremos (ya sea una sonrisa enorme en nuestra cara, o estar muy tristes y deprimidos). Sin embargo, las sensaciones de felicidad e infelicidad no tienen que ser así de dramáticas, porque estamos experimentando cada momento de nuestra vida con cierto nivel de felicidad o infelicidad, y la mayoría de los momentos no son muy dramáticos.
Los altibajos de la vida
En cada momento experimentamos todo tipo de cosas que nos suceden y, como el hecho de estar hoy aquí, estas cosas surgen cuando coinciden millones de causas y condiciones. Recibimos la información acerca de lo que sucede, tanto a nuestro alrededor como en nuestra mente, y mientras eso está sucediendo, lo experimentamos con varios niveles de felicidad e infelicidad. A menudo describimos este fenómeno en términos del estado de ánimo en el cual nos encontramos: buen humor o mal humor.
La naturaleza de la vida es que hay altibajos todo el tiempo, ¿no es así? Y el estado de ánimo en el que estamos no siempre corresponde con la información que estamos recibiendo, lo que está sucediendo a nuestro alrededor y lo que estamos haciendo en ese momento. Por ejemplo, podríamos estar haciendo algo que normalmente nos gusta, pero estamos de mal humor, así que no nos sentimos felices ni lo disfrutamos. O podríamos hacer algo que no es especialmente divertido, como un ejercicio físico muy exigente, pero estamos felices de hacerlo, queremos seguir haciéndolo. Es interesante ver cómo nuestros estados de ánimo no siempre corresponden con lo que de hecho estamos haciendo.
Mientras experimentamos cada momento, siempre tenemos una actitud ante él. La actitud es de lo que estamos hablando ahora, así que ¿qué es? Una actitud es simplemente cómo consideramos algo. Hay muchos tipos diferentes de actitud que podemos tener, y esa actitud afecta mucho el tipo de estado de ánimo en el que estamos. En circunstancias normales, realmente no hay mucho que podamos hacer para cambiar esos altibajos que experimentamos en la vida todo el tiempo. Incluso si tomamos algún tipo de medicamento que nos haga sentir bien, a la larga seguirá habiendo altibajos, ¿no es cierto? Sin embargo, con lo que podemos trabajar es con nuestra actitud.
Cuando hablamos de entrenar nuestra actitud, esto cubre dos aspectos. El primero es tratar de limpiar o dejar de tener una actitud destructiva ante las cosas. “Destructiva” puede ser una palabra un poco fuerte, así que también podríamos decir “no productiva”. Pero en cierto sentido, esa actitud es auto-destructiva porque sólo nos hace sentir peor. El otro aspecto consiste en entrenarnos para tener una manera más productiva de ver las cosas.
Ahora, es importante mencionar que no estamos hablando de lo que a menudo la gente llama “poder de pensamiento positivo”, lo cual consiste en ser súper optimista: “todo es maravilloso; ¡todo es fantástico y perfecto!”. Esto puede ayudar, pero es un poco simplista. Para conseguir un método verdaderamente efectivo para lidiar con nuestra actitud, necesitamos observar a mayor profundidad.
No hay nada especial en lo que estoy sintiendo
Centrémonos primero en nuestra actitud ante nuestras sensaciones, esto es, nuestra actitud ante el nivel de felicidad o infelicidad que sentimos. Consideraremos esto en el contexto de un problema que la mayoría de las personas tienen: exagerar la importancia de lo que sienten.
Hacemos una gran cosa de nosotros mismos (el “yo”), y una gran, gran cosa de lo que estamos sintiendo. Experimentamos todas las cosas en lo que se conoce como forma dualista. Por ejemplo, tenemos esta visión de “yo” en un lado y la infelicidad en el otro lado. Tenemos miedo de esta infelicidad y hacemos todo lo posible para protegernos y deshacernos de ella. ¿Pero cómo nos sentimos en verdad cuando tenemos esta actitud? Esta actitud hace que las cosas empeoren, ¿no es cierto?
Piensen en esto por un momento: ¿cuál es tu actitud cuando estás de mal humor e infeliz? No me refiero a cuando estás llorando y muy triste, sólo me refiero a esa sensación de cuando estás sentado haciendo tu trabajo o mirando la televisión o lo que sea, y piensas: “Ugh, me siento terrible”. Pensamos que estamos sentados aquí y es como si viniera una nube oscura hacia nosotros, entonces queremos ponernos nuestro escudo: “¡no quiero esto!” ¿Es parte de tu experiencia? A menudo parece que el mal humor simplemente surge y nunca lo queremos. Y mientras más nos centramos en él, en cuán horrible es, solamente empeora. Aquí el problema es que exageramos lo que sucede, y con esto creamos dos cosas: el “yo” de un lado y el mal humor en el otro.
Ahora, ¿qué es la felicidad? De nuevo, tendemos a tener una forma dualista de experimentar dicha felicidad: el “yo” de un lado y la felicidad en el otro; entonces tenemos miedo de perderla, por eso nos aferramos y tratamos de agarrarnos a ella. Hay una sensación de inseguridad porque tenemos miedo de que termine y porque vamos a perderla; vamos a dejar de sentirnos bien. Es difícil relajarse y disfrutar el sentirse feliz, ya que esta inseguridad de hecho la destruye, ¿no es así? Además, puede haber todo tipo de complicaciones como “yo no merezco ser feliz” y todo eso.
Si empiezan a pensar sobre esto, es curioso cómo a menudo somos un poco como los animales. Observen la forma en que come un perro, supuestamente disfrutando de lo que come; pero siempre está mirando a su alrededor, un poco tenso de que alguien pueda llegar y llevarse su comida. ¿Han tenido alguna vez esa sensación? Estamos felices, pero tenemos miedo de que alguien venga, nos descubra y se lleve lo que nos hace felices. Es un poco extraño, ¿no?
Luego está la sensación neutra, de nuevo desde un punto de vista dualista del “yo” y la sensación neutra. Exageramos la sensación neutra como si no fuera nada, como si no fuera ninguna sensación en absoluto. Esto sucede bastante a menudo, cuando nos sentimos como si no sintiéramos nada en absoluto. De alguna manera, nos hace sentir como si realmente no estuviéramos vivos. Esta sensación neutra de hecho nos hace sentir un poco infelices; realmente no nos gusta no sentir nada.
Con cada una de las posibilidades de feliz, infeliz y neutro, cuanto más las exageramos y hacemos de ellas una gran cosa, de hecho nos hacen todavía más infelices. Por lo tanto, nuestra actitud ante nuestras sensaciones es crucial para afectar nuestra experiencia. Tendemos a ver las sensaciones felices, infelices y neutras como algo un poco especial, y a menudo las vemos como si fueran algo separado de nosotros mismos.
Imaginen que hay tres platos de comido delante de ustedes. Uno es terrible, el otro es delicioso y el último es simplemente insípido; estas son como las sensaciones de infelicidad, felicidad y neutralidad. Cuando las sentimos es como si las estuviéramos tomando, las “estamos comiendo”. Y, en cierto sentido, es como si pudiéramos elegir no comerlas, pero realmente no se puede hacer eso con las sensaciones, ¿cierto? “Desearía no tener sensaciones”, pero entonces no nos sentiríamos vivos tampoco y eso sería insatisfactorio. Podemos comprobar si tenemos esa cosa dualista del “yo” aquí, y el estado de ánimo, la sensación, por allá, separada de nosotros.
Solo hazlo
Lo primero que necesitamos hacer cuando entrenamos nuestras actitudes es tener una actitud de “nada especial”. Podría parecer que no es demasiado importante, pero es algo realmente muy profundo. “No hay nada especial en lo que estoy sintiendo ahora”, la vida tiene altibajos, algunas veces estamos de buen humor, otras de mal humor, y a veces no está sucediendo demasiado. No hay nada sorprendente en esto y no hay nada especial en nosotros, a pesar de que nos sintamos de ciertas formas y que supuestamente no debamos tener ciertas sensaciones. Lo principal es que continuamos con nuestra vida sin importar cómo nos sintamos.
Si tienes que cuidar a tus hijos, por ejemplo, no importa si estás de buen o mal humor, aun así, necesitas simplemente hacerlo. Conduces tu automóvil y vas al trabajo, sea que te sientas bien o mal. Cuanto más centrados estemos en nosotros mismos y en cómo nos sentimos, más infelices nos volvemos. Esto no significa que dejemos de sentir cosas por completo, no se trata de eso. Debemos darnos cuenta de lo que estamos sintiendo, pero al mismo tiempo, no hacer un gran escándalo por ello.
Algunas personas parecen temer mucho sentirse infelices, porque piensan que va a abrumarlos por completo. Como cuando alguien muere o sucede algo verdaderamente terrible, queremos protegernos de sentirnos infelices porque será demasiado. Este deseo de protección podría ser inconsciente; no tiene por qué ser un bloqueo consciente de la sensación. Parece que queremos rechazarlo como si fuera algo externo que quisiera entrar. Por otro lado, también están aquellas personas que piensan que no merecen ser felices; quizás las cosas vayan bien, pero piensan que no deberían ser felices porque básicamente no son buenas. También están aquellas personas que no pueden simplemente sentirse neutras, tienen que estar todo el tiempo entretenidas, por ejemplo, escuchando música constantemente. Piensan que esto va a entretenerlas y hacerlas felices, y así tienen miedo de la sensación neutra del silencio. Por tanto, en cierto sentido, a menudo tenemos miedo de las sensaciones. ¿Por qué? Simplemente porque hacemos de ello una gran cosa y exageramos su importancia. Pero las sensaciones sólo son una parte totalmente normal de nuestra vida; son como naturalmente experimentamos cada momento. Son lo que nos diferencia de la cámara de video; por tanto, no hay nada especial. Parece sencillo, pero no es tan sencillo.
El ejemplo del pájaro silvestre en nuestra ventana
Lo que necesitamos es un equilibrio delicado. Por supuesto que preferimos ser felices, pero con ello aún puede venir la sensación de no querer destruir la felicidad que ahora tenemos, así que nos aferramos a ella y nos sentimos inseguros. Por propia experiencia, sabemos que la felicidad que ahora tenemos definitivamente va a desaparecer. No dura porque la naturaleza misma de la vida es que tiene altibajos. Si sabemos esto, no tiene ningún sentido que nos preocupemos. Nos libera para simplemente gozar la felicidad durante el tiempo que dure.
Hay un ejemplo maravilloso que a veces uso para explicar esto. Imaginen que un pájaro silvestre muy bonito viene a nuestra ventana y se queda ahí durante un rato. Ahora, podríamos simplemente disfrutar de la belleza del pájaro, pero sabemos que es un animal silvestre y que va a irse volando. Si tratamos de atraparlo y ponerlo en una jaula, ese pájaro será muy, muy infeliz. En el proceso de atraparlo, el pájaro se asustará, tratará de escaparse y nunca regresará. Pero si estamos relajados ante esta situación y simplemente disfrutamos la belleza del pájaro mientras está ahí, nadie se asusta ni es infeliz, y quizás regrese otra vez.
La felicidad se parece mucho a esto, ¿verdad? También es así con personas que realmente nos gustan. Cuando nos visitan, a menudo tenemos esa actitud de “¿por qué no te quedas un rato más?”, incluso antes de que hayan tomado su chaqueta. “¿Cuándo volverás?”. Este tipo de cosas. Es una forma más o menos típica en la cual destruimos nuestra felicidad.
Nada especial. Nada especial en absoluto. Un pájaro viene a nuestra ventana; un amigo viene a visitarnos; nuestro amigo nos llama: nada especial. Simplemente disfrútalo mientras dure, porque por supuesto que terminará. Así que, ¿qué esperamos exactamente? Sí, queremos ser felices. Cuando somos infelices, lo aceptamos como lo que estamos experimentando ahora. No hay nada especial ni sorprendente en ello. Esa infelicidad también pasará. Cuando tratamos de rechazarla, las cosas solo empeoran.
Así que podemos analizar nuestras sensaciones y examinar de qué tenemos miedo realmente. ¿Tengo miedo de sentirme infeliz? ¿Tengo miedo de ser feliz porque no me lo merezco? ¿Tengo miedo de sentirme neutro porque es como si no hubiera nada? ¿De qué tenemos miedo?
He desarrollado algo llamado entrenamiento en la sensibilidad, y uno de los ejercicios ayuda a la gente a superar su miedo a las sensaciones. Es muy sencillo; hacemos cosquillas en nuestra mano, después la pellizcamos, y luego solo la sostenemos. Una es una sensación agradable, la otra no es tan agradable y la última es simplemente neutra. Pero no hay nada particularmente especial en ninguna de ellas, ¿no es así? Simplemente son sensaciones. ¿Y qué? Este es el tipo de actitud que necesitamos desarrollar. No estoy de buen humor, ¿y qué? No hay nada especial en ello. Reconocemos que estamos de mal humor y, si hay alguna cosa que podamos hacer para mejorarlo, entonces ¿por qué no hacerla? Si no la hay, simplemente lidiamos con él. De hecho, ni siquiera tenemos que lidiar con él, simplemente podemos seguir y continuar haciendo lo que estábamos haciendo. Si realmente queremos cambiar la forma en la que experimentamos esa sensación, entonces necesitamos considerar otras formas de cambiar nuestra actitud acerca de ella.
Esto, “nada especial”, es el primer nivel. No hay nada particularmente especial acerca de la forma en la que me siento, y no hay ningún “yo” separado de esas sensaciones que debamos proteger. Hay altibajos, así es la vida.
No hay nada especial en mí
Relacionado con el “nada especial en la sensación” está el “no hay nada especial en mí y en lo que estoy sintiendo ahora”. Esto nos lleva al tema de lo que en el budismo llamamos “actitud autocentrada”. Experimentamos todo en términos de la actitud autocentrada. ¿Qué significa esto? Significa una preocupación completa sólo por nosotros mismos. Estamos centrados en nosotros mismos y en lo que sentimos actualmente, e ignoramos a todos los demás: “No importa lo que ellos sientan. Yo me siento infeliz”.
De nuevo, el truco es pensar que no hay nada especial en nosotros mismos y en lo que estamos pensando. Mientras más estrecha sea nuestra mente en lo que respecta a aferrarse al “yo”, más infelices seremos. Es como un músculo que está muy contraído y tenso. Nuestra mente es así: “yo, yo, yo”. Pero si pensamos en los siete billones de humanos y los incontables animales de este planeta, lo que nosotros sentimos no es nada especial. Todo el mundo está sintiendo algo en este momento. Algunos seres se sienten felices, algunos infelices y algunos neutros (¡quizás estén durmiendo!), y en cada individuo esto cambia constantemente. Si lo vemos de esta forma, ¿qué hay de especial en mí y en lo que estoy sintiendo en este momento?
Como, por ejemplo, cuando te encuentras atrapado en el terrible tráfico. ¿Crees que todas las demás personas en el tráfico están teniendo un rato maravilloso y agradable? Cuanto más pensamos: “yo, yo, yo. Yo estoy aquí y estoy atrapado y no puedo salir, ¡qué horrible!”, más infelices somos, ¿no es verdad? Si pensamos en las demás personas que están en el tráfico, entonces eso hace que nuestra mente automáticamente se vuelva más abierta, más relajada.
Recuerdo cuando venía para acá hoy: los automóviles no se estaban moviendo en absoluto, y un montón de automóviles querían entrar al carril donde nosotros estábamos. Esos automóviles querían atravesar nuestro carril y entrar al carril que iba en la otra dirección, el cual tampoco se estaba moviendo, para así de alguna manera poder atravesar todos los carriles y llegar al otro lado. Por supuesto, la gente no los dejaba atravesar los carriles y entonces pensamos: “Qué barbaridad ¿cómo van a conseguirlo?”. Los conductores empiezan a avanzar poco a poco en su dirección y a metérsele al de adelante y todo eso, y entonces se vuelve de verdad muy interesante. Entonces el chico que iba delante nuestro, incluso cuando podía avanzar, estaba hablando por teléfono y no prestaba atención; así que no se movía y por eso los conductores de atrás se estaban poniendo muy tensos.
Con todo esto sucediendo, de repente ya no pensamos: “pobre de mí, estoy atrapado en el tráfico”; la situación se vuelve como un gran drama que estamos mirando. Y cuando nos preguntamos: “¿cómo van a lograr llegar a donde quieren? ¿Cómo van a lograr llegar a su destino?”, ya no pensamos solo en nosotros mismos. Hemos cambiado nuestra actitud. Y cuando dejamos de hacer una gran cosa del “yo” (“yo soy tan especial; yo soy el ser especial en este tráfico”), entonces cambia toda la forma en que experimentamos la situación. Piensen en esto.
El problema de la actitud autocentrada
Un gran maestro tibetano, llamado Kunu Lama, sugirió un ejercicio muy útil. Dijo: imagina que estás en un lado y todos los demás en el otro, y obsérvalo de forma separada, como un observador. El “yo” de un lado de la imagen está infeliz, pero así están también todos los demás en el otro lado. Tú estás atrapado en el tráfico, y así lo están también todas las demás personas. Entonces, como observador neutral, ¿quién es más importante? ¿Una persona, “yo”, que insiste en tomar la delantera, o toda la muchedumbre atrapada en el tráfico? Por favor, intenten hacer esto.
Obviamente, el grupo más grande es más importante que una sola persona, ¿no es cierto? Esto no significa que no seamos nada. De hecho, si estamos preocupados e interesados por todo el mundo, nosotros también estamos incluidos en “todo el mundo”. Es solo que no somos más especiales que cualquier otra persona, especialmente en lo que respecta a nuestras sensaciones.
Entonces, el problema es la actitud autocentrada, este constante “yo, yo, yo. Yo soy tan importante”. Cuando somos infelices, pensando que hay un nubarrón encima de nosotros y que hay un “yo” separado de él, esta es la actitud autocentrada del “yo”. Cuando estamos felices, también todo es “yo, yo, yo”. No queremos que otro perro más grande venga a arrebatarnos nuestro hueso”. Después también tenemos el “yo, yo, yo. Yo no siento nada. No estoy entretenido. Necesito que algo me entretenga”.
Abrirse a valorar a los demás
El problema es esta auto-preocupación, centrada de esta forma limitada en el “yo” y lo que yo siento. Lo que tenemos que hacer es cambiar esta perspectiva, pensar en términos de todos y tener una motivación en términos de todos: “Que todos salgamos de este tráfico”. Si pensamos en ello, ¿cómo podríamos salir nosotros solos del tráfico? El tráfico tiene que ser eliminado, y esto incluye a todos los que están en él. Si nuestro interés tiene esta perspectiva mucho más amplia de todos los demás, entonces estaremos mucho más relajados. No estamos tan tensos o tan devastados por estar atrapados en el tráfico. Y cuando finalmente salimos, no solo pensamos: “Ah, maravilloso, ¡ya salí!”, sino que pensamos en términos de: “Esto es maravilloso, todo el mundo llegó a donde tenía que ir”. Así no nos aferramos a esa felicidad como si alguien fuera a arrebatarnos el hueso.
Esto es básicamente lo que llamamos “compasión”, lo cual es pensar en la infelicidad de los demás, interesándonos por ella de la misma forma que nos preocupamos por la nuestra, y después tomando la responsabilidad de ayudar de verdad a todo el mundo a superar esa infelicidad (aunque puede que no sea nada especial). No tiene sentido deprimirse al pensar en todos los horrores que suceden en el mundo. Eso es natural y sucede todo el tiempo; aun así, sería mejor que todos fueran felices, ¿verdad?
Cuando voluntariamente asumimos cierto sentido de responsabilidad, y pensamos: “voy a interesarme por todo el mundo y a desear que todo el mundo esté libre de su sufrimiento”, desarrollamos un sentido enorme de coraje y autoconfianza. Esto es algo de lo que el Dalái Lama habla muy a menudo. Si sólo pensamos en nosotros mismos y en nuestra propia infelicidad, de hecho, somos muy débiles. Pero el hecho de pensar voluntariamente en todos los demás y en su infelicidad requiere de una gran fuerza. No es para nada un signo de debilidad, sino un signo de fortaleza que conduce a una autoconfianza increíble. Esta actitud positiva también conduce automáticamente a sentirse feliz. No existe todo ese: “Ah, pobre de mí, estoy atrapado en el tráfico”. En cambio, pensamos en todos los que están atrapados en el tráfico, realmente deseando poder verse libres de él. Es mucho más valiente pensar en todos los que están en el tráfico, y después terminamos con una sensación más positiva acerca de nosotros mismos también. El tráfico no nos debilita ni nos oprime; somos fuertes.
Si pensamos acerca de los demás que están atrapados en el tráfico y no sólo en nosotros mismos, esto ayuda indirectamente a los demás. Por ejemplo, no seremos agresivos ni tocaremos constantemente el claxon (lo cual es obviamente en vano ya que nadie puede moverse de todas formas). Cuando ese automóvil en el carril lateral avanza poco a poco y nos corta el paso, no abriremos la ventanilla para gritarle alguna obscenidad. Entonces, ambos estaremos relajados, aunque no podamos influir demasiado.
Este es un ejemplo sencillo de cómo podemos cambiar nuestra actitud, para cambiar la calidad de la forma en que experimentamos los altibajos naturales de la vida. Todo lo que se necesita es práctica y un poco de valentía para superar la sensación de que somos muy especiales y que lo que sentimos es muy especial, y para sacar el mayor provecho de cada situación.
Lidiar con el enojo
Si estamos atrapados en el tráfico y alguien nos cierra el paso, podríamos sentir de forma incontrolable un destello de enojo. Otra forma de cambiar nuestra actitud es pensar en todas las diferentes causas que pueden haber desencadenado esta situación, como que quizás el conductor tiene un bebé enfermo y está tratando de llegar al hospital. Esto puede ayudar a que nos sintamos mucho más calmados.
Pero la cuestión es que todos estos destellos de enojo persisten todo el tiempo. Superar las tendencias y los hábitos del enojo es un proceso largo. Cambiar nuestra actitud, como por ejemplo, pensar que esa persona apurada podría tener una buena razón para ello, es solo una forma provisional de lidiar con el enojo. Tenemos que llegar a un nivel mucho, mucho más profundo para extraer las raíces del enojo, lo cual está relacionado con la forma en que nos entendemos a nosotros mismos y a los demás.
Tendemos a identificarnos a nosotros mismos y a los demás con sólo un pequeño incidente que ha sucedido en la vida. Por ejemplo, vemos a esa persona en el tráfico como una persona horrible que trata de cerrarnos el paso y eso es lo único que pensamos de esa persona. Por tanto, la identificamos con una sola cosa que ha sucedido en su vida, especialmente cuando eso de alguna forma también nos implica. Le damos una identidad sólida, como la que tenemos acerca de nosotros. Entonces está el “yo” sólido que está enojado.
Tenemos que tratar de aflojar esto, hasta el punto en que ya no los identifiquemos, a ellos o a nosotros mismos, con nada. Pero éste es un proceso profundo y largo. Piensen en una foto estática de alguien. Es un instante único de esa persona, pero no todo acerca de ella en absoluto. Así que necesitamos dejar de vernos a nosotros mismos, y a nuestra vida y a las otras personas, como si fuéramos fotografías estáticas. Todo está cambiando todo el tiempo, y una vez que hemos aflojado nuestra forma engañosa de ver las cosas, necesitamos acostumbrarnos a ella, porque la tendencia siempre será tensar. Al final, es totalmente posible no volver a tener esa tensión de enojo, celos o lo que sea.
No hay nada malo en ser feliz
Este entrenamiento de no convertir en algo especial a nuestras sensaciones o a nosotros mismos y no proyectar identidades fijas, limitadas, sobre nadie, incluyéndonos a nosotros mismos, nos ayuda a mejorar la calidad de nuestra vida. Se vuelve más fácil lidiar con las situaciones complicadas, y así la vida no es una lucha tan dura. Nos volvemos personas más equilibradas emocionalmente, y más felices.
Una meta más a largo plazo es pensar en los demás y en cómo lidiamos con ellos. Si vivimos en una familia y tenemos hijos, y si tenemos amigos y compañeros de trabajo, si siempre estamos de mal humor y pensamos continuamente “pobre de mí” y todo eso, estamos en una posición muy poco favorable para ser capaces de ayudarlos, y de hecho, los haremos infelices. Por tanto, queremos lidiar de alguna manera con nuestros estados de ánimo de una forma más productiva porque, entre otras cosas, eso afectará a los demás y afectará a nuestra familia, y nos preocupamos por ellos. Esa es otra razón para trabajar en nosotros.
La búsqueda de la felicidad es una cuestión casi biológica y no hay nada de malo con ser felices, y necesitamos tratar de lograr la felicidad. Pero cuando la tenemos, necesitamos reconocer su naturaleza, la cual es que terminará, y así disfrutarla justo en el momento. Cuanto más relajados estemos acerca de esto, más a menudo nos sentiremos felices. Y algunas veces nos sentiremos infelices, ¿y qué? ¿Qué esperábamos? No es nada del otro mundo. Nada especial.
Cuando pensamos que no hay nada súper especial en lo que nos está sucediendo, esto mismo es una manera más relajada de ser felices. El punto es que no estamos preocupados, no existe ese impulso constante, neurótico, de “siempre tengo que ser feliz, siempre tengo que estar entretenido, siempre tengo que salirme con la mía”. Estos pensamientos, de hecho, son desagradables. Recuerden lo que dijimos, ser feliz no corresponde necesariamente con lo que estamos haciendo; podemos hacer la misma cosa en días diferentes y sentirnos felices, infelices o neutros según el día. Es simplemente una cuestión de en qué nos enfocamos.
Daré un ejemplo. Realmente me encanta ir al dentista porque mi dentista es un tipo estupendo y tenemos una relación muy amistosa, siempre bromeando y tal. Es agradable visitarlo porque no estoy enfocado en “estoy muy preocupado de que vaya a taladrarme o hacer esto o lo otro”. No hay ninguna ansiedad ahí. Contemplo esta situación con felicidad: “¡Ah, estupendo! Tendré la oportunidad de ver a mi amigo mañana”.
Podrían pensar que soy un poco raro, pero una vez me tuvieron que hacer un tratamiento de endodoncia y lo disfruté totalmente. Fue interesante porque mi boca estaba completamente abierta y seguían metiendo más y más instrumentos, y empecé a reírme porque no podía imaginarme cuántas cosas más podían meter ahí. Eso sí, estaba totalmente anestesiado, ¡así que no sentía nada! Claro que la inyección de novocaína me dolió, pero ¿y qué? ¿Preferirían no recibir la inyección y soportar 30 minutos de dolor durante la endodoncia, o unos pocos segundos de dolor por una inyección? Nos sentiríamos contentos de recibir ese pinchazo incluso si duele, porque duele sólo por un breve periodo.
Todo depende de nuestra actitud. Esto es el entrenamiento de actitudes. Funciona y mejora la calidad de nuestra vida. Si necesitamos una endodoncia, ¿vamos a verla como una tortura o como algo no tan malo? Tenemos que experimentarla, no hay otra elección, así que también podríamos convertirla en una experiencia lo más satisfactoria posible. Este es el principio detrás de todo esto.
Resumen
Nadie se levanta por la mañana deseando problemas o sufrimiento; todo lo que hacemos tiene como objetivo hacernos felices. Sin embargo, esta meta elusiva parece estar mucho más cerca. Al concentrarnos en nosotros mismos y exagerar la importancia de lo que somos, lo que hacemos y lo que sentimos, no logramos disfrutar la felicidad que tenemos o nos centramos sólo en las dificultades que tenemos que soportar. Mediante el entrenamiento de nuestra actitud para ser más inclusivos con los demás y con sus sentimientos, abrimos una puerta a una experiencia más relajada y feliz de los altibajos que todos atravesamos.