Infancia y renuncia a una vida principesca
En el Palacio del Estandarte, en la ciudad de Bangala, en la tierra de Jahor, al este de India, vivieron el Rey Kalyana el Bueno y la reina Prabavati la Radiante. El palacio real estaba coronado con trece techos de oro, uno encima del otro, y adornado magníficamente con 25,000 estandartes de oro. Estaba rodeado por incontables parques, piscinas y hermosos jardines. El reino era tan rico como las antiguas y opulentas dinastías de China.
La pareja real tuvo tres hijos, Padmagarba, Chandragarba, y Shrigarba. Fue el segundo príncipe, quien creció para convertirse en nuestro ilustre maestro, Atisha (Jo-bo rje dPal-ldan A-ti-sha) (982-1054 e. c.).
Cuando Atisha tenía dieciocho meses de edad, sus padres celebraron su primera audiencia pública en el templo local, Kamalapuri. Sin ninguna instrucción previa, se postró ante los venerables objetos que había dentro y recitó espontáneamente: “Gracias a la compasión de mis padres, he alcanzado una preciosa vida humana, enriquecida por la oportunidad de ver a todas sus grandiosas figuras. Siempre tomaré de ustedes dirección segura (refugio) para mi vida”. Afuera, cuando fue presentado a sus súbditos, rezó para alcanzar su máximo potencial con la intención de satisfacer todas sus necesidades. Rezó también para ser capaz de tomar los hábitos de un buscador espiritual que ha renunciado a su vida familiar, que se compromete a no ser nunca arrogante y a tener siempre empatía compasiva y preocupación amorosa por los otros. Esto fue más que extraordinario para un niño tan pequeño.
Conforme Atisha creció, su deseo de convertirse en un monje mendicante se hizo cada vez más fuerte, pero sus padres tenían expectativas diferentes. De sus tres hijos, él era el más brillante, y los presagios auspiciosos de su nacimiento los convencieron de que él debería ser el sucesor real. Por lo tanto, cuando el chico cumplió once años, la edad acostumbrada para el matrimonio en aquel tiempo, hicieron elaborados preparativos para que tomara una esposa.
En la víspera de su boda, la figura búdica (yidam) de Tara se le apareció vívidamente a Atisha en un sueño. Le dijo que durante 500 vidas consecutivas había sido un monje mendicante y por ello no sentía ninguna atracción por los placeres transitorios de este mundo. Le explicó que una persona ordinaria atrapada en ellos era relativamente fácil de rescatar, como una cabra atrapada en arenas movedizas. Pero que, como príncipe real, sería tan difícil de rescatar como un elefante. El chico no contó a nadie este sueño, pero aprovechó, con otra excusa, para liberarse ingeniosamente de su matrimonio.
Firmemente resuelto a encontrar un maestro espiritual, Atisha dijo a sus padres que deseaba ir de cacería y salió de palacio con 130 jinetes. Primero, conoció en la jungla al santo Jetari, un hombre de la casta sacerdotal brahmánica que vivía como un ermitaño budista. Atisha aceptó formalmente de él la dirección segura en su vida y tomó los votos del bodisatva. Este hombre santo lo envió después a la universidad monástica de Nalanda con el maestro espiritual Bodibadra.
Atisha salió inmediatamente con sus jinetes y ahí, de Bodibadra, tomó nuevamente los votos del bodisatva y recibió enseñanzas. Después fue enviado con el gran Vidyakokila para continuar con su educación y luego con el famoso Avadutipa. Este último maestro le aconsejó que regresara a casa, tratara respetuosamente a todos y observara los inconvenientes de una vida tan lujosa. Le pidió que regresara a reportarle lo observado.
Los padres de Atisha estaban encantados de verlo y pensaron que por fin sentaría cabeza, tomaría una esposa y se prepararía para su futuro reinado. Sin embargo, el joven les informó que en realidad había salido a buscar un maestro espiritual para contar con una guía. Les confesó que lo único que deseaba era tener una vida tranquila y contemplativa, y que había vuelto para pedir permiso de renunciar a sus deberes principescos.
Asombrados ante sus palabras, los padres de Atisha trataron de disuadirlo. Le dijeron que podía combinar ambas vidas y le ofrecieron construir monasterios cerca de palacio y dejarlo estudiar, alimentar a los pobres y demás. Le rogaron que no volviera a la jungla, pero Atisha les explicó que no sentía ni la más mínima atracción por la vida real. “Para mí”, dijo, “este palacio dorado no es diferente a una prisión. La princesa que me ofrecen no es diferente a la hija de los demonios, la dulce comida no es diferente a la carne podrida de un perro, y estas ropas satinadas y joyas no son diferentes a los harapos del basurero. De ahora en adelante, estoy determinado a vivir en la jungla y estudiar a los pies del maestro Avadutipa. Todo lo que les pido es un poco de leche, miel y azúcar morena, y emprenderé mi viaje”.
No había nada que los padres pudieran hacer mas que aceptar su solicitud, así que Atisha regresó a la jungla con estas provisiones, acompañado, a insistencia de sus padres, de un séquito de sirvientes reales vergonzosamente largo. Avadutipa envió entonces al joven príncipe con el maestro Rajulagupta, en la Montaña Negra, para que iniciara las prácticas de tantra. Atisha llegó con todos sus jinetes y relató al maestro vajra cómo había estudiado con diversos maestros, pero seguía siendo incapaz de sacudirse las ataduras a la vida real. Rajulagupta le confirió su primer empoderamiento, que estaba dentro de la práctica de Hevajra, una figura búdica con la que podría vincular su mente. Después lo envió de regreso a su palacio con ocho más de sus discípulos, cuatro hombres y cuatro mujeres, vestidos ligeramente con los ornamentos de hueso de los mahasidas, grandes practicantes con verdaderas realizaciones.
Durante tres meses, Atisha se quedó en los alrededores de palacio con estos extraños acompañantes nuevos, comportándose de una forma totalmente extravagante y fuera de lo convencional. Finalmente, sus padres se vieron forzados a renunciar a todas sus esperanzas respecto a su precioso hijo. Pensando que se había vuelto loco, le confirieron su pleno consentimiento para partir, de una vez por todas, en compañía de sus amigos de apariencia indeseable.
Estudios en India y la Isla Dorada
Atisha regresó de inmediato con su maestro Avadutipa y de los veintiún a los veinticinco años, estudió intensivamente los puntos de vista de la realidad del camino medio Madyámaka. Durante este periodo, también estudió con muchos otros maestros altamente realizados y se volvió extremadamente versado en todos los sistemas de la práctica tántrica. De hecho, se volvió bastante orgulloso de su erudición y sintió que era muy hábil con estas medidas ocultas de proteger a la mente y que había alcanzado maestría en todos sus textos. Pero entonces recibió una visión pura de una dakini, una doncella celestial cuyos movimientos no están obstruidos por la ignorancia, quien sostenía en sus brazos cuantiosos volúmenes de las corrientes interminables de tales sistemas tántricos. Ella le dijo: “En tu tierra sólo hay unos pocos de estos textos, pero en nuestra tierra hay grandes cantidades”. Después de esto, su orgullo se desinfló.
Un día, decidió salir y dedicar todas sus energías a las prácticas tántricas para alcanzar su máximo potencial en esa misma vida. Su maestro vajra, Rajulagupta, se le apareció en un sueño y le aconsejó no hacerlas, abandonar a todos y convertiste en un monje mendicante. Debería continuar de esta forma con una práctica estable y alcanzar la iluminación perfecta a su debido tiempo. Entonces, a la edad de veintinueve años, Atisha recibió del ecuánime anciano, Shilarakshita, los hábitos de un buscador espiritual que ha renunciado a la vida en familia y le fue dado el nombre de Dipamkara Jnana: "Aquél cuya conciencia profunda actúa como una lámpara”.
Durante los doce primeros años posteriores a tomar los hábitos, Atisha estudió en la universidad monástica de Odantapuri con el gran Dharmarakshita, el autor del famoso texto lojong (blo-sbyong, entrenamiento mental) para purificar nuestras actitudes, La rueda de las armas afiladas. Se enfocaron en todas las medidas hinayana o de la mente modesta como vehículo para alcanzar la liberación, pero Atisha siempre estaba insatisfecho. Anhelaba la forma más rápida de alcanzar su pleno potencial.
Su maestro vajra Rajulagupta le dijo: "No importa cuántas visiones puras recibas, debes entrenarte para desarrollar amor comprensivo, empatía compasiva y un anhelo de bodichita totalmente dedicado a beneficiar a los otros y a alcanzar la iluminación”. Le aconsejó que se encomendara de todo corazón a la figura búdica de Avalokiteshvara, para vincular estrechamente su mente con ella, y que trabajara para iluminarse de tal forma que pudiera liberar a todos los seres del samsara, la existencia incontrolablemente recurrente. Sólo con este logro podría alcanzar su pleno potencial.
En Vajrasana, el Asiento Vajra, en la moderna Bodh Gaya, mientras circunambulaba la magnífica estupa antigua para honrar al Buda, Atisha escuchó susurrar a dos estatuas que estaban en un nicho sobre su cabeza: “Si quieres alcanzar la iluminación tan pronto como sea posible, ¿en qué deberías entrenarte?” “En un corazón totalmente dedicado a la bodichita”, fue la respuesta. Y mientras circunambulaba la cúpula del monumento, una estatua del Buda, el Maestro Incomparable que lo Vence Todo, le habló diciendo: “Oh, monje mendicante, si deseas alcanzar tu pleno potencial rápidamente, entrénate en el amor, la compasión y la bodichita”.
En ese entonces, el maestro más famoso que albergaba las enseñanzas completas de cómo desarrollar la bodichita era Dharmakirti (Dharmapala), el Maestro Sublime de Suvarnadvipa, la Isla Dorada. Por lo tanto, Atisha partió en un barco de mercaderes hacia la Isla Dorada, la moderna Sumatra, con un grupo de 125 monjes eruditos. En aquellos días, un largo viaje por el océano no era un asunto sencillo y tuvieron una travesía particularmente difícil con tormentas, ballenas y rumbos errados. Les tomó trece arduos meses completar su viaje, pero Atisha permaneció impertérrito durante todo el trayecto.
Cuando finalmente tocaron tierra, Atisha no fue de inmediato con el famoso maestro, sino que, en lugar de ello, se quedó dos semanas completas con un grupo de discípulos del maestro. Los atosigó una y otra vez para que le dieran información de su maestro e insistió en que le contaran su biografía completa. Esto nos muestra la importancia de examinar exhaustivamente al maestro espiritual y revisar sus cualidades antes de ir a estudiar con ellos.
Mientras tanto, el Sublime Maestro de la Isla Dorada había escuchado de la llegada de un erudito académico proveniente de la India y de sus mendicantes compañeros en su búsqueda espiritual. Reunió a su propia comunidad de monjes para la bienvenida y, cuando llegó Atisha, realizaron juntos muchas ceremonias formales auspiciosas para el futuro. También presentó a Atisha con la estatua de un buda y predijo que un día él domaría las mentes de las personas de la Tierra de las Nieves del norte.
Atisha permaneció en la Isla Dorada durante doce años, entrenándose ávidamente con su maestro. Primero estudió la Filigrana de realizaciones (mNgon-rtogs rgyan, sct. Abhisamaya-alamkara), la guía de instrucciones de Maitreya el Triunfante para comprender los Sutras de la conciencia discriminativa de largo alcance (Sher-phyin-gyi mdo, sct. Prajnaparamita Sutras) de El Omnisciente. Después recibió gradualmente las enseñanzas completas en comportamiento extensivo del linaje de Maitreya y Asangha, así como aquellos del linaje especial para convertir el egoísmo en interés por los otros, que el bodisatva Shantideva, hijo espiritual de El Triunfante, recibió directamente del ennoblecedor e impecable Manjushri mismo. Una vez que Atisha alcanzó, a través de estos métodos, la completa realización de la finalidad de la bodichita, regresó a la India a la edad de cuarenta y cinco años, y después de ello residió la mayor parte del tiempo en la apartada universidad monástica de Vikramashila.
En total, Atisha estudió con 157 grandes maestros, pero sentía una reverencia tan excepcional por este magnífico maestro de la Isla Dorada y por las medidas que impartía, que se le anegaban los ojos de lágrimas cada vez que escuchaba o pronunciaba su nombre. Tiempo después, cuando sus discípulos tibetanos le preguntaban si este despliegue de emoción significaba que favorecía a este maestro sobre los otros, Atisha respondía: “No hago ninguna diferencia entre todos mis mentores espirituales. Pero debido a la amabilidad de mi sublime maestro de la Isla Dorada, obtuve paz mental y el corazón dedicado a la finalidad de la bodichita”.
Invitación a Atisha al Tíbet
Después de que Atisha volvió a la India, protegió y conservó el Sagrado Dharma de El Triunfante al vencer en debate formal en tres ocasiones a extremistas no budistas. Dentro del marco budista, estableció muchos institutos de aprendizaje por dondequiera que viajaba, y en donde veía signos de prácticas degeneradas o pervertidas, inmediatamente las reformaba. Su fama se esparció por toda la India. Debido a su compasión y a sus entendimientos profundos, era reverenciado como la joya suprema de los maestros eruditos. Sin embargo, el máximo beneficio lo confirió a la gente del Tíbet, la Tierra de las Nieves.
A pesar de que el Budadharma había sido llevado al Tíbet muchos siglos antes, principalmente, a través de esfuerzos de Gurú Rimpoché Padmasambava (Gu-ru Rin-po-che Pad-ma ‘byung-gnas) y muchos otros, este temprano florecimiento sufrió un gran revés debido a la represión del Rey Langdharma (Glang-dar-ma) (863 – 906 e. c.). Quedaron pocos practicantes y después de ello muchos aspectos no fueron entendidos apropiadamente. Muchas personas sentían que las prácticas de la autodisciplina ética y el tantra eran mutuamente excluyentes y que la iluminación podía alcanzarse mediante la intoxicación y diversas formas de conductas sexuales inapropiadas. Otros creían que también eran contradictorias las enseñanzas hinayana y las mahayana, y que conducían a la liberación y a la iluminación respectivamente.
Entristecido por esta degenerada condición, el rey tibetano Yeshey-wo (Ye-shes ‘od) deseó intensamente invitar al Tíbet a un maestro erudito de uno de los grandes centros monásticos de India para que esclareciera tal confusión. Sin conocer a Atisha específicamente, envió a veintiún jóvenes a estudiar sánscrito y a encontrar al maestro apropiado. Todos excepto dos murieron por el calor. Los nuevos traductores Rinchen-zangpo (Rin-chen bzang-po) (958 – 1051 e. c.) y Legshay (Legs-bshad) regresaron sin haber sido capaces de invitar a alguien, pero habiendo aprendido la lengua, y le informaron al rey sobre Atisha.
Tan pronto como escuchó su nombre, el rey decidió que Atisha era la persona que se necesitaba. Sin mayor pérdida de tiempo, envió una segunda comitiva de nueve personas, encabezada por Gyatsonseng (rGya brtson-‘grus seng-ge), con mucho oro para invitar al maestro. Pero los ocho compañeros de Gyatsonseng también murieron y éste incapaz de llevar a Atisha al Tíbet, permaneció en la India. Cuando Yeshey-wo se enteró de este segundo fracaso, decidió dirigir él mismo una expedición con el fin de reunir más oro para otra comitiva. Pero en esta misión fue capturado en la frontera de Nepal por su rival, el rey de Garlog (Gar-log, Qarluq), quien deseaba evitar la expansión del budismo en el Tíbet.
El sobrino del rey Yeshey-wo’s, Jangchub-wo, fue informado de que, o bien abandonara la misión hacia la India o que reuniera una cantidad de oro equivalente al peso de su tío para garantizar su liberación. El sobrino viajó por todo el reino, pero sólo pudo reunir una cantidad de oro equivalente al torso y los miembros el rey. No logró reunir el oro adicional necesario para la cabeza. Cuando el jefe de Garlog exigió la cantidad completa para el rescate, el sobrino pidió permiso para ver a su tío.
Fue llevado a una celda de prisión oscura cercada por barrotes de hierro. Ahí le explicó la situación a su tío, quien se encontraba encadenado y muy débil, y le dijo que continuaría buscando el oro restante. "No pierdas las esperanzas", le dijo a su tío, "porque reuniré el rescate. Podría hacer la guerra contra el rey de Garlog, pero muchas personas morirían. Comprar tu libertad me parece una mejor opción”.
"Mi querido sobrino", respondió el anciano rey, "nunca imaginé que tuvieras tal compasión y sabiduría. Me complace que comprendas los males de la violencia, pero ahora debes olvidarte de mí. En lugar de eso, usa todo el oro que has reunido para invitar al gran maestro Atisha al Tíbet. He muerto incontables veces en vidas previas, pero estoy seguro de que nunca antes me he sacrificado por el Dharma de El Triunfante. Ahora estoy muy feliz de hacerlo. A quien sea que envíes a la India, haz que le diga a Atisha que he dado mi vida por el bienestar de mis súbditos y del Dharma, para que él pudiera ser traído al Tíbet. Aunque no haya tenido la fortuna de conocerlo en esta vida, tengo fervientes esperanzas de conocerlo en el futuro”. El sobrino sometiéndose a las órdenes de su tío, partió, sobrecogido por la pena.
Jangchub-wo, quien se convirtió en el nuevo rey del Tíbet. Decidió que la mejor persona que podría enviar en esta tercera misión era el traductor Nagtso (Nag-mtsho Lo-tsa-ba), quien ya había ido a la India muchas otras veces. El nuevo rey lo invitó a palacio e, insistiendo en que el traductor se sentara en el trono real, le suplicó: "Mi tío murió para que Atisha fuera invitado al Tíbet. Si su deseo no es cumplido, seguramente la atormentada gente de esta tierra tendrá renacimientos terribles. Te ruego que salves a estos seres desafortunados”. Dicho esto, el joven rey rompió en llanto. Nagtso no tuvo otra opción más que aceptar valerosamente las penurias de otro viaje a la India.
El traductor partió con 700 monedas de oro y seis acompañantes. El rey los escoltó durante varios días y antes de dejarlos le recordó a Nagtso que le dijera a Atisha: "Este es el último oro del Tíbet y mi tío fue el último de los grandes hombres del Tíbet. Si tiene compasión alguna por los otros, deberá venir. Si los bárbaros del Tíbet tienen tal interés en el Dharma y usted ninguno, ¡entonces el budismo efectivamente se ha debilitado y no hay esperanza alguna!” Después, el rey regresó a su palacio.
En el camino a la India, la delegación se encontró a un joven que les preguntó el propósito de su viaje. Cuando se lo dijeron se mostró muy complacido y dijo: "Tendrán éxito en su búsqueda si recitan siempre este verso de aspiración: ‘Hago reverencia y tomo la dirección segura de Avalokiteshvara. Solicito que el Dharma de El Triunfante florezca en el Tíbet”. Cuando le preguntaron quién era, el joven respondió que lo sabrían a su debido tiempo.
Eventualmente, una noche los viajeros llegaron a la apartada universidad monástica de Vikramashila y acamparon frente a sus puertas. Arriba, en un cuarto, vivía Gyatsonseng, el tibetano que había dirigido la segunda misión del rey Yeshey-wo. Cuando escuchó voces que hablaban su lengua nativa, volteó hacia abajo con gran sorpresa y, al ver la comitiva que ahí acampaba, les preguntó la razón de su visita. Los tibetanos, emocionados, contaron su historia e incluso revelaron que el propósito de la misión era, de hecho, llevar al mismo Atisha al Tíbet. Gyatsonseng les sugirió no revelar sus deseos tan abiertamente. Les aconsejó que dejaran el oro con el muchacho de la puerta y que fueran a verlo por la mañana. Los viajeros así lo hicieron y el chico les dijo que descansaran y que confiaran en él.
Al día siguiente muy temprano, el chico les preguntó la razón de su visita. Cuando le contaron todo, el chico enfadado les dijo: “¡Ustedes los tibetanos hablan demasiado! Deben mantener esto en secreto. De otra forma, habrá mucha interferencia. Las cosas importantes nunca deben hacerse de prisa, sino lenta, cuidadosamente y en secreto”. Después les devolvió las monedas de oro y los condujo a las tierras del enorme monasterio.
La comitiva encontró a un hombre viejo que los saludó y les preguntó su procedencia y la razón de su visita. Una vez más, no hicieron ningún esfuerzo por ocultar nada y el anciano los reprendió: “Si continúan siendo tan indiscretos, nunca podrán alcanzar su meta. Expresen el objetivo de su misión únicamente a Atisha”. Se ofreció a mostrarles la habitación de Gyatsonseng. Aunque caminaba lentamente con un bastón, nadie podía seguirle el paso porque, tanto él como los jóvenes que habían encontrado antes, eran emanaciones de Avalokiteshvara, que supervisaba su misión.
Ahora, los tibetanos decidieron seguir un plan de acción. Gyatsonseng les aconsejó que dijeran que habían ido a estudiar sánscrito. "Nuestro abad en jefe, el anciano Ratnakara, es el superior de Atisha y lo tiene en muy alta estima. Si se entera de su verdadero propósito, se asegurará de que nunca conozcan siquiera a Atisha”.
A la mañana siguiente se reportaron ante el abad y le presentaron la mitad de sus monedas de oro. Le dijeron que, en el pasado, muchos otros compatriotas habían viajado a la India buscando invitar al Tíbet maestros eruditos como Atisha. Sin embargo, ellos habían venido a estudiar y a volverse eruditos ellos mismos. El venerable anciano estaba muy aliviado y dijo: "Por supuesto, háganlo. No me malinterpreten. No es que no sienta compasión por el Tíbet, sino que Atisha es uno de nuestros maestros más altamente realizados, especialmente en términos de su bodichita. Si no permanece en la India, no hay esperanza de que las enseñanzas del Buda sean preservadas en su lugar de nacimiento." Sin embargo, el abad consideraba muy sospechosos a estos extranjeros y les impidió que conocieran a Atisha.
Los tibetanos, convencidos de que su estrategia había funcionado, comenzaron a asistir a clases y a dedicar a ello su tiempo. Después de varios meses se celebró una importante ceremonia monástica. Como se requería que todo el mundo asistiera, los viajeros esperaban al fin atisbar quizá a Atisha. Mientras esperaban y observaban, muchos grandes maestros hicieron su entrada. Algunos, como el famoso Naropa, entraron rodeados de un gran séquito. Otros eran precedidos por asistentes que llevaban flores e incienso. Finalmente, llegó Atisha. Estaba vestido con un harapiento hábito, con las llaves de la capilla y del almacén atadas a la cintura. Los tibetanos estaban muy decepcionados con su pobre apariencia y le preguntaron a Gyatsonseng si deberían invitar mejor a uno de los otros maestros más glamorosos. Gyatsonseng les dijo: "No, Atisha tiene un vínculo muy especial con el Tíbet y, a pesar de su apariencia, es a quien deben llevar".
Finalmente, se arregló una reunión secreta. Nagtso se presentó ante Atisha con una pila de monedas de oro colocadas en un plato de ofrendas de mandala y le contó la historia de cómo el sagrado Dharma se había degenerado en el Tíbet. Después de relatarle la historia del sacrificio del rey Yeshey-wo y de repetirle las palabras, tanto del tío como del sobrino, Nagtso le suplicó que fuera con él.
Atisha les dijo que eran muy amables y que no tenía ninguna duda de que esos reyes tibetanos eran en realidad bodisatvas. Les dijo que estaba al tanto de los problemas y que respetaba sinceramente al rey por su sacrificio, pero que debían tratar de entender que ya estaba entrado en años y tenía muchas responsabilidades como cuidador del almacén del monasterio. Les dijo que habría deseado que fuera posible ir con ellos y les regresó el oro para el viaje de regreso a casa. "Mientras tanto, les dijo, debo consultar a mi yidam personal".
Esa noche, Tara se le apareció a Atisha en una visión pura y le dijo que su viaje sería un completo éxito. Beneficiaría enormemente a los tibetanos y encontraría entre ellos a un discípulo con quien tendría un vínculo especialmente estrecho. Esta persona sería un upasaka, un hombre con votos laicos que esparciría el Dharma aún más. "Pero, le dijo, si permaneces en India vivirás hasta los noventa y dos años, mientras que si vas al Tíbet tu vida será de setenta y dos años”. Ahora, Atisha se sentía seguro de ir con los tibetanos y de que valía la pena sacrificar veinte años de su vida si realmente podía beneficiar a otros. Tenía que encontrar alguna forma ingeniosa de obtener la anuencia de su perspicaz abad.
Primero pidió permiso para hacer peregrinaciones al este, sur y oeste de Vikramashila. Esto le fue concedido y visitó muchos lugares sagrados. Después pidió permiso para hacer un viaje similar al norte, pero el anciano, presintiendo sus motivos ocultos, se lo negó.
La delegación tibetana estaba sumida en una gran desesperación y decidieron que la única esperanza era decirle al abad toda la verdad. El ecuánime anciano fingió enojarse y los tibetanos de inmediato se arrodillaron frente a él pidiéndole disculpas. "Mis razones para no desear que Atisha se marche con ustedes son las mismas que antes les dije, comenzó el abad, pero dado que la necesidad del Tíbet es tan grande, deseo que Atisha permanezca en su tierra por tres años. Sin embargo, deben prometer regresarlo a la India después de ese tiempo”. Sobrecogidos de júbilo, los tibetanos le dieron su palabra.
Reformar y revitalizar el Dharma en el Tíbet
Así, a la edad de cincuenta y tres años, Atisha emprendió el largo viaje hacia la Tierra de las Nieves. En el camino, el traductor Gyatsonseng cayó enfermo y murió. Con pena, Atisha declaró: "¡Ahora mi lengua ha sido cortada!". Entonces, Nagtso hizo humildemente una reverencia ante él y dijo: "Por favor, no se preocupe. Aunque mi sánscrito no es perfecto, ciertamente mejorará. También hay otros que quizás puedan servirle”.
En Nepal conocieron al gran traductor revelador Marpa (Mar-pa Lo-tsa-ba) (1012 – 1099 e. c), quien se dirigía a la India por tercera ocasión. Atisha lo invitó a ser su intérprete, pero Marpa se disculpó diciendo: "Era el deseo de mi maestro que visitara la India tres veces. Ahora, debo hacer este último viaje". También conocieron al viejo traductor Rinchen-zangpo, pero tampoco podía ayudarlos. "Como pueden ver por mis canas, dijo, soy muy viejo. He trabajado toda mi vida sin tener nunca la oportunidad de hacer práctica intensiva”. Así que Atisha continuó, forzado a confiar en las limitadas habilidades de Nagtso.
Después de dos años de viaje, la comitiva llegó finalmente a la zona alta del Tíbet. (sTod, Tíbet del oeste) a la ciudad de Ngari (mNga’-ri), la capital del reino de Yeshey-wo. Tanto los guardianes como los monjes formaron una gran procesión e invitaron a Atisha a quedarse en las inmediaciones del apartado monasterio. El maestro indio estaba encantado del entusiasmo por las enseñanzas de El Triunfante y estaba gratamente sorprendido del número de personas que habían tomado los hábitos de buscador espiritual. Muchos eruditos acudieron de todo el territorio del Tíbet. Estaba tan impresionado por la profundidad de sus preguntas en torno a los sutras y los tantras del Sabio Buda que se preguntaba por qué habían pasado por tantos dificultades para invitarlo si ya tenían tantos maestros. Sin embargo, cuando Atisha les preguntó cómo estos dos esquemas de medidas preventivas conformaban un todo integral, fueron incapaces de responder. Entonces, Atisha supo cuál era el propósito de su misión.
Un día, el rey Jangchub-wo solicitó una enseñanza para el pueblo del Tíbet. "No queremos una enseñanza sobre medidas que sean tan vastas y profundas que seamos incapaces de adoptarlas”, dijo. “ Lo que necesitamos es algo que domestique nuestra mente y nos capacite para lidiar con nuestros comportamientos compulsivos cotidianos (karma) y con sus resultados. Por favor, enséñanos las medidas que usted mismo aplique”.
Atisha estaba tan encantado por la simplicidad y sinceridad de la solicitud del rey que años más adelante se referiría a él como “mi excelente discípulo”. Si se le hubieran solicitado avanzados empoderamientos en sistemas de deidades tántricas o prácticas que confirieran poderes especiales, no se hubiera sentido tan complacido. Así que pasó tres años en Ngari dando discursos que más tarde se recopilarían en Lámpara en el camino a la iluminación (Byang-chub lam-gyi sgron-ma, sct. Bodhipathapradipa), el prototipo de todos los textos subsiguientes en este tema.
Los aspectos que solía enfatizar en sus pláticas con la gente le valieron los sobrenombres: “ Sublime maestro de la dirección segura (Lama del Refugio)” y “Sublime maestro del comportamiento impulsivo y sus resultados (Lama de la causa y el efecto)”. Él se sentía muy complacido con esto y decía: “Incluso escuchar tales nombres puede resultar beneficioso”.
Durante todo este tiempo, Atisha permaneció alerta de su futuro discípulo principal, el tibetano laico profetizado por la ennoblecedora e impecable Tara, pero aún no había aparecido. Un día, el maestro indio fue invitado a comer a la casa de un mecenas y, como era vegetariano estricto, le sirvieron pastelillos tostados de cebada tradicionales (tsampa). Al salir, pidió algunas piezas extra y algo de mantequilla. En ese mismo instante, el reverenciado Dromtonpa (‘Brom-ston rGyal-ba’i ‘byung-gnas) (1004 – 1064 e. c.), el esperado upasaka laico, llegó a la casa de Atisha. Le preguntó a sus ayudantes: “¿Dónde está mi sublime gurú mahayana?”. Ellos le respondieron: “Atisha está comiendo con su mecenas. Si esperas aquí, no tardará en regresar”.
Dromtonpa no podía esperar. En lugar de ello, corrió rápidamente a la casa del mecenas. Atisha y Dromtonpa se encontraron en una de las calles. Aunque nunca se habían visto antes, se reconocieron mutuamente en forma inmediata debido al estrecho vínculo establecido en vidas previas. Dromtonpa hizo postraciones y Atisha, ofreciéndole los pastelillos de cebada, dijo: "Aquí está tu comida. Debes estar hambriento". El hombre laico se comió los pastelillos y usó la mantequilla para hacer una ofrenda de lámpara de mantequilla para su recién encontrado maestro espiritual. Desde esa vez en adelante, él ofrendó una lámpara cada noche sin fallar.
Después de que Atisha estuvo en Ngari tres años, organizó con el traductor Nagtso su regreso a la India. Pero una guerra en la frontera con Nepal impidió su paso. Nagtso estaba extremadamente ansioso porque ahora parecía imposible cumplir la promesa que había hecho al abad de Vikramashila. Atisha inmediatamente calmó sus miedos diciendo: "No tiene sentido preocuparse por una situación que está más allá de tu control”.
Muy aliviado, Nagtso le escribió al abad una carta, explicando cómo sus buenas intenciones habían sido frustradas. Como recompensa parcial por su ausencia, Atisha envió junto con la carta una copia de Lámpara en el camino a la iluminación. También solicitó permiso para permanecer en el Tíbet por el resto de su vida. Después, volvieron a Ngari.
En estos días, la publicación de un libro es una transacción comercial relativamente simple. En los tiempos de Atisha, sin embargo, antes de que un manuscrito pudiera imprimirse, debía pasar por la rígida revisión de un comité de eruditos, presidida por el rey local. Si se encontraba que el trabajo de alguna manera no era bueno, se ataba a la cola de un perro y era arrastrado por el polvo. Mientras el autor, en lugar de cosechar reconocimiento y fama, sufría una humillante pérdida de reputación.
El texto de Atisha también fue sometido a este escrutinio y el comité acordó en forma unánime su sobresaliente valía. El rey que presidía la comisión incluso se sintió motivado a resaltar que no sólo beneficiaría a los tibetanos ignorantes sino también a los indios de mentes aguzadas. Cuando el abad de Vikramashila leyó el texto, le escribió al traductor Nagtso: "Ya no tengo objeción alguna para que Atisha permanezca en el Tíbet. Lo que ha escrito nos ha beneficiado a todos. Lo único que pido ahora es que escriba y envíe su propio comentario al texto”. Así es como Atisha escribió su propia explicación de los puntos difíciles de este importante texto (Byang-chub lam-gyi sgron-ma’i dka’-‘grel).
Pronto, Dromtonpa invitó a Atisha a viajar más al norte, al Tíbet Central (dBus) y visitar Lhasa. En el camino, se detuvieron en Samye (bSam-yas), el primer monasterio construido en el Tíbet. Atisha estaba muy impresionado por las colecciones sánscritas y tibetanas de la biblioteca y dijo que no se imaginaba que existieran tantos textos sánscritos budistas en aquella época, ni siquiera en la India.
En total, Atisha pasó diecisiete años en la Tierra de las Nieves: tres en Ngari, nueve en Nyetang (sNye-thang) cerca de Lhasa, y cinco en diferente lugares, hasta su muerte en 1054 e. c. a la edad de setenta y dos años, tal como profetizó Tara. El cuerpo de Atisha fue embalsamado y sepultado en un santuario en Nyetang y, dos años después (1056 e. c.), el reverenciado laico Dromtonpa estableció el apartado monasterio Radreng (Rva-sgreng rGyal-ba’i dben-gnas), el centro más importante de la tradición Kadam (bKa’-gdams) que transmitió los linajes de su maestro.
Nagtso, el traductor, recordaba que durante el largo tiempo que estuvo a su lado, Atisha no dijo ni hizo algo desagradable ni una sola vez. Al enseñar un camino integrado del sutra y del tantra, el gran maestro indio logró la titánica tarea de reformar y revitalizar el esparcimiento del Dharma completo de El Triunfante en el Tíbet. De hecho, es gracias a su amabilidad que estas sagradas medidas han sobrevivido en su forma original hasta el presente.