Etapas en el ciclo de la vida contemporánea
En Nuevos pasajes, Sheehy 1 explicó que las etapas del ciclo de la vida humana varían según la clase socioeconómica y las condiciones de la época. Usando esta tesis, descubrió un nuevo paradigma para los ciclos de la vida adulta de los americanos-caucásicos de clase media o medianamente acaudalados, socialmente móviles. El paradigma contiene tres etapas: la adultez provisional, la primera y la segunda.
Luego, Sheehy analizó la manera en la cual cada una de las generaciones actuales dentro de este grupo pasaba por las tres etapas. Su propuesta es que la comprensión del comportamiento de las personas de esta clase socioeconómica requiere que se las ubique dentro del contexto de sus generaciones y sus etapas en la vida. Además, sostuvo que los miembros canadienses, latinoamericanos, europeos occidentales y australianos de esta clase móvil, se están aproximando rápidamente a un patrón similar de triple adultez. Sin embargo, los factores culturales de cada país modificarán el patrón cuando éste emerja.
La mayoría de los buscadores espirituales que van a Centros de Dharma occidentales de clase media en los Estados Unidos, caen dentro de la clase de personas que Sheehy analizó. El esquema de Sheehy proporciona una herramienta analítica útil para entender algunos de los problemas que enfrentan estas personas al construir relaciones con maestros espirituales. También puede ser relevante para entender los problemas que pueden surgir en el futuro en otras subculturas, tanto en Estados Unidos como en otros sitios.
La adultez provisional es una adolescencia prolongada caracterizada por la experimentación y la falta de compromiso, ya sea con una carrera o con un matrimonio. Dura hasta el final de los veintes. La época en la cual ocurre tiende a establecer el tono general para el resto de la propia vida. Luego sigue la primera adultez, desde alrededor de los treintas hasta mediados de los cuarentas, durante la cual uno trata de probarse a sí mismo a través de una carrera y/o formando una familia. Luego empieza la segunda adultez a mediados de los cuarentas, que se inicia con la “madurescencia”, un período de experimentación semejante a una segunda adolescencia, desde mediados de los cuarentas hasta alrededor de los cincuentas. Durante este período a uno lo pueden despedir del trabajo o forzarlo a un retiro anticipado y los hijos pueden estar en la universidad, lejos del hogar. Le sigue una época de maestría hasta mediados de los sesentas, con frecuencia con una nueva carrera o una nueva pareja. Uno puede encontrar una nueva síntesis de su propia vida que produce más satisfacción. Después de los sesenta y cinco viene una época de plenitud durante la cual uno ya no siente la necesidad de probarse a sí mismo y puede disfrutar la síntesis que ha encontrado.
La generación que abarcó sistemáticamente a la mayoría de los buscadores espirituales atraídos al budismo tibetano en los Estados Unidos, ha sido la generación de los Baby Boomers o la generación de Vietnam, los nacidos desde mediados de los años cuarentas hasta mediados de los cincuentas. Una proporción mucho menor provino de la Generación Yo, los nacidos desde mediados de los años cincuentas hasta mediados de los sesentas, y menos aún de la Generación X o generación en peligro, los nacidos desde mediados de los sesentas hasta alrededor de los ochentas. Examinemos cómo los factores de la generación, la etapa de la vida y la época, han afectado el acercamiento de estos grupos a la práctica espiritual y sus relaciones con sus maestros espirituales.
Las etapas en la historia de la vida espiritual de los Baby Boomers
La creencia de que las cosas pueden ser perfectas ha determinado el tono emocional característico de la generación de los Baby Boomers. De esta manera, durante una adolescencia prolongada de falta de compromiso a finales de los sesentas y a lo largo de una gran parte de los setentas, muchos de ellos experimentaron con nuevas alternativas. Con frecuencia, lo hicieron como una rebelión contra las restricciones de sus padres o debido a las presiones de la Guerra de Vietnam. Típicamente, se rebelaron contra la religión tradicional, la cultura o los valores dentro de los cuales nacieron, o contra una combinación de las tres cosas. En muchos casos, la rebelión condujo a una atracción al budismo tibetano.
Una ausencia de presión económica seria permitió que la característica idealista de la década de sus veinte años se desbordara y se convirtiera en la idealización romántica de los tibetanos, su cultura y el budismo. Esto llevó a una visión romántica de los Maestros tibetanos, fomentada por el acceso relativamente fácil a las cabezas de los linajes y a los grandes lamas de la época. Las traducciones inadecuadas y el escaso material de lectura permitieron más idealización y fantasía. Por consiguiente, las relaciones que la mayoría de los buscadores construyó con los mentores eran poco realistas. De hecho, muchos Baby Boomers asistieron a enseñanzas en los años setentas mientras estaban bajo la influencia de drogas psicodélicas o recreacionales.
Durante la primera adultez en los ochentas, los Baby Boomers se convirtieron en personas exitosas. Deseando obtener la aprobación de sus maestros budistas y sus pares, muchos trataron de probarse a sí mismos haciendo cien mil postraciones, retiros largos y llevando a cabo rituales barrocos (sct. puyas), estudiando en programas de entrenamiento para gueshes o sirviendo devotamente a sus mentores construyendo Centros de Dharma y trabajando en ellos. El espíritu del éxito auto-centrado, desenfrenado, que caracterizó a los años ochentas en los Estados Unidos, estimuló el “materialismo espiritual” de esa época.
Debido a que los Baby Boomers, frecuentemente sujetos a una baja autoestima, estaban tratando de justificar su valía, tendían a proyectar que sus maestros los estaban juzgando. Muchos sentían inconscientemente que necesitaban llevar a cabo tareas para poder establecer su propia valía y ganar aceptación y amor. Algunos sentían también un elemento de competencia con los compañeros buscadores. Sentían que tenían que eclipsar a los otros en la devoción o en la cantidad de postraciones que hacían. Alrededor de los principales maestros tibetanos de occidente se formaron camarillas de discípulos del “círculo interior”. La relación discípulo-mentor se tornó cada vez más malsana.
La “madurescencia” les llegó a los Baby Boomers en los noventas, en coincidencia con el surgimiento de escándalos y controversias que involucraban a maestros espirituales. Al enterarse del comportamiento abusivo de varios mentores famosos o de su participación en acaloradas disputas mutuas, muchos Baby Boomers experimentaron desilusión o entraron en un estado de negación. Ver los defectos del sistema de budismo tibetano y el descrédito de varias de sus estrellas principales fue sumamente traumático. Fue semejante al trauma que produce enterarse de que uno mismo o alguno de sus pares contrae cáncer, o al ver a los padres decaer por la enfermedad de Alzheimer.
Muchos Baby Boomers se desprendieron del rígido yo falso de persona espiritual exitosa y se volvieron descuidados con la meditación y los compromisos de la práctica. Se distanciaron emocionalmente de sus relaciones con sus mentores espirituales, tanto de aquellos que aún estaban vivos como de aquellos que ya habían fallecido. Al igual que con una segunda adolescencia, muchos experimentaron orientándose hacia la psicología y otras disciplinas, buscando métodos para manejar sus crisis de la edad mediana. El resquebrajamiento de las categorías rígidas que caracterizó a los noventas, estimuló sus búsquedas de nuevos modelos de práctica espiritual.
A medida que los Baby Boomers progresaban hacia la segunda adultez a finales de los noventas, muchos redescubrieron los valores inactivos que habían suprimido con la dinámica de éxito espiritual de su primera adultez. Encontraron la sensibilidad y lo práctico de sus culturas occidentales, y obtuvieron un sentido de auto valía de estos aspectos positivos. Al entrar en la edad de la maestría, algunos obtuvieron la autoconfianza para integrar sus experiencias en nuevas síntesis. Alcanzaron niveles de madurez que les permitieron relacionarse de maneras más sanas con sus mentores espirituales y abordar sus prácticas de meditación en forma más realista. El éxito de este esfuerzo depende de una apertura a la inspiración de sus mentores espirituales.
La historia de la vida espiritual de la Generación Yo
Los miembros de la Generación Yo llegaron al budismo tibetano como adultos provisionales durante los ochentas. El tono emocional de su generación fue establecido por el deseo de tener todo. Debido a que abundaban las oportunidades para hacer dinero rápidamente, los miembros de esta generación que se sintieron atraídos al budismo no fueron tan numerosos como los de la generación anterior. El espíritu de los ochentas en los Estados Unidos fomentó la codicia y el profesionalismo. Las personas jóvenes que poseían un capital, talento y un contexto socioeconómico favorable, sentían que cualquier esfuerzo para prosperar garantizaba un éxito fácil. Como parte de su adolescencia prolongada durante esta década, los miembros de la Generación Yo se rebelaron contra la mentalidad romántica hippy, impráctica, y se dedicaron a adquirir dinero, bienes y experiencias. Al idealizar el materialismo, muchos consideraron la felicidad como un artículo de consumo y sintieron que la podían comprar.
Las personas de esta generación que seguían senderos espirituales a mendo se aplicaban en sus prácticas con un enfoque igualmente narcisista. Emprendían la “acumulación de mérito” con la misma actitud que tenían para acumular colecciones de grabaciones musicales y ropas de diseñador. Muchos esperaban obtener y tener todo, sin compromiso emocional y, como lo simboliza el contestador telefónico, sin intimidad. Al llevar estas actitudes a sus relaciones con mentores espirituales, muchos idealizaron a sus maestros como medios para prosperar espiritualmente y reunir más mérito, pero sin realmente abrirles su corazón.
En los noventas, la Generación Yo enfrentó los escándalos y las controversias como personas exitosas en la primera adultez. Muchos sintieron que les habían robado lo que habían querido alcanzar en la esfera espiritual y, amargamente desilusionados, se dedicaron a obtener éxito en los negocios y a formar familias. Otros se indignaron y se dedicaron ardientemente a conseguir la ruina de los mentores abusivos. Aquellos que mantuvieron su práctica espiritual siguieron el espíritu de los noventas y dejaron caer los modelos rígidos. Muchos se distanciaron emocionalmente más de sus mentores y sólo ocasionalmente asistieron a los Centros de Dharma.
El sendero espiritual de la Generación X
Muy pocos miembros de la Generación X buscaron senderos espirituales durante su prolongada adolescencia y adultez provisional en los noventas. Varios factores contribuyeron a este hecho. El VIH, el desempleo y el desastre medioambiental hicieron peligrar las perspectivas de un futuro seguro. Los líderes de todos los niveles de la sociedad estaban involucrados en mentiras y escándalos. Por consiguiente, la mayoría de los miembros de esta generación sintió que era imposible confiar en algo o en alguien, especialmente en la integridad de las personas en posiciones supuestamente respetables. Muchos se resignaron a esperar que todo y todos los defraudaran, como sintieron quizás que habían hecho sus padres cuando se divorciaron o cuando los dejaron en guarderías diurnas siendo bebés. Cuando se enteraron de los escándalos y las controversias entre líderes espirituales budistas, pensaron “¿Y qué esperabas?”. Naturalmente, la mayoría sintió poca atracción o necesidad de construir una relación con un mentor espiritual.
En armonía con el espíritu de los noventas y los valores y actitudes de la adolescencia prolongada, los miembros de la Generación X se rebelaron contra los modelos rígidos. La mayoría adoptó una actitud de “da lo mismo”, misma que estableció el tono de la generación. Cualquier cosa estaba bien; nada importaba realmente. Muchos sentían que su idealismo estaba aplastado. Experimentaban con cualquier cosa, sin comprometerse, dado que el compromiso conduciría seguramente a la decepción. Muchos sólo se sentían cómodos comunicándose desde distancias seguras, a través de correo electrónico o bajo identidades imaginarias en salas de chateo. Si alguien los decepcionaba, podían simplemente apagar la computadora y no responder.
Los miembros de la Generación X que iban a Centros de Dharma a menudo llevaban consigo estas actitudes. Muchos solamente se encontraban cómodos en organizaciones budistas grandes que los lamas directores raramente visitaban o que ya habían fallecido. Estar en Centros lejos de los lamas directores y bajo el cuidado sustituto de maestros jóvenes menos cualificados, les puede haber recordado inconscientemente estar en guarderías diurnas lejos de sus padres. Si al estar en las guarderías lejos de sus padres sintieron que podían hacer cualquier cosa porque los habían dejado allí sin tener en cuenta cómo se portaban, entonces, si había grandes distancias entre ellos y los lamas directores, también podían hacer cualquier cosa en los Centros. Como los lamas directores los ignorarían de todos modos y los maestros espirituales locales no eran sus verdaderos lamas, no era necesario abrirse a relaciones profundas con ninguno de ellos.
Aquellos que abrieron su corazón y mente, a menudo les proyectaron a los lamas directores imágenes de su inconsciente de alguien totalmente estructurado y confiable. Los idealizaron, pero desde distancias emocionales seguras, y a veces se hicieron fanáticos y rígidos en la práctica estructurada. Incapaces de integrar sus propias buenas cualidades inconscientes, muchos mantuvieron una actitud de “da lo mismo” en otros aspectos de su vida.
Evitar los problemas tipificados por la adultez provisional
Aunque cada generación experimenta cada etapa de la adultez de manera ligeramente diferente dependiendo de la cultura y la época, la estructura básica de cada etapa sugiere una forma particular de relación malsana con un maestro espiritual. Varios elementos de la meditación del gurú del nivel sútrico indican métodos que hacen posible evitar o superar esos peligros.
La adultez provisional sugiere el problema de idealizar y romantizar a un mentor espiritual, mientras se mantiene una distancia emocional no comprometida. Cuando la idealización y la confusión característicamente occidentales unen fuerzas, los discípulos experimentan típicamente una baja autoestima como parte de su personalidad consciente, y proyectan una perfección ideal. De esta manera, la idealización romántica de un mentor – especialmente cuando va acompañada con ver a la persona como un buda – implica con frecuencia sobrevalorar las verdaderas buenas cualidades que tiene el mentor o interpolar características positivas de las que carece. También puede implicar la negación de las verdaderas deficiencias y faltas del maestro.
Ubicar al mentor en un pedestal inalcanzable posibilita la adulación desde una distancia emocional segura. En otras palabras, debido a que la emoción de la adulación – similar al amor romántico – se enfoca en un objeto sobrehumano, puede ser intensa y excitante. Sin embargo, carece de la intimidad relajada, más profunda, que proviene de aceptar a alguien a pesar de sus defectos. Por lo tanto, aunque los factores personales juegan un rol, la distancia emocional procede a menudo de la relación con una fantasía en vez de con una persona real. Después de todo, relacionarse con una fantasía de la perfección es más seguro que arriesgar una decepción, traición o abandono, al relacionarse con un maestro real, que tiene tanto puntos fuertes como débiles. El distanciamiento emocional inconsciente puede ocurrir tanto si el maestro es un residente del Centro de Dharma como si sólo lo visita ocasionalmente.
Sin embargo, enfocarse en las buenas cualidades de un maestro en la meditación del gurú del nivel sútrico no es una idealización romántica. Uno se enfoca en las cualidades reales de la persona, sin agrandar ni agregar nada. Además, reconoce los defectos de la persona, sin sobredimensionar o fabricar algún aspecto. Una falta de interpolación o negación también se aplica a ver que el mentor funciona como un buda o que es un buda. En cualquiera de los dos casos, la visión pura reconoce y etiqueta las características positivas de un mentor como cualidades búdicas y ve su fundamento en la naturaleza búdica. Sin embargo, hace esto sin invalidar una apreciación correcta de los valores y los defectos convencionales de la persona. En resumen, la convicción de las cualidades verdaderas de un mentor y el aprecio por su bondad real ayudan a prevenir la distancia creada por el romanticismo. De esta manera, permiten una relación emocional de alcance más profundo.
Para evitar los problemas de la idealización puede ser útil adaptar los métodos de la deconstrucción usados en la meditación del gurú del nivel sútrico con respecto a las deficiencias de un mentor. Después de obtener una visión realista de los puntos débiles de un mentor, evocaríamos la impresión que tenemos de sus buenas cualidades y bondad y trataríamos de discernir entre nuestras proyecciones y la realidad. Remover las proyecciones es siempre una tarea difícil, porque nuestra mente hace que parezcan realidades y nosotros creemos que lo son. El proceso requiere una considerable experiencia de primera mano con el mentor y una profunda introspección. No obstante, una vez que hayamos removido proyecciones convencionalmente inexactas, nos enfocaríamos en las características convencionalmente exactas como carentes de existencia como maravillas inherentes. Luego estaríamos preparados para enfocarnos en ellos con convicción y aprecio.
Al disipar la ingenuidad, tal procedimiento puede facilitar la lucidez con respecto a un mentor. También puede realzar la convicción en las cualidades, basada en la comprensión de su naturaleza de surgimiento dependiente, y en la confianza de que nosotros mismos las podemos obtener. Además, cuando está libre de confusión, una tendencia a la idealización puede ser entonces algo valioso. Debido a que la tendencia conduce a admirar algo, nos puede ayudar a obtener inspiración de las verdaderas cualidades y bondad de nuestros mentores. El mecanismo inconsciente para defendernos de ciertas emociones puede ayudarnos a mantener una distancia consciente de los sentimientos inmaduros hacia nuestros mentores. También nos puede ayudar a evitar comprometernos con relaciones malsanas. Una utilización semejante de la idealización y el distanciamiento emocional concuerda con el consejo del lojong kadam de convertir las circunstancias potencialmente negativas en circunstancias positivas.
Evitar los problemas tipificados por la primera adultez
El rasgo psicológico característico de la primera adultez es el impulso de establecerse. Cuando va acompañado de la confusión por la baja autoestima, la transferencia y la valoración exagerada de un maestro, el impulso se puede transformar en la obsesión de probar la propia valía. Uno se siente inconscientemente compelido a trabajar para poder agradar a una figura paterna enjuiciadora y a obtener aceptación y aprobación.
Igual que con las formas neuróticas de la adultez provisional, este síndrome también les interpola cualidades imaginadas a los maestros. Aquí, la falsa ilusión primordial es considerar que el maestro es un juez de nuestra valía. Esta confusión surge con frecuencia por interpolar inconscientemente las características del juez supremo, Dios, al tratar de considerar que el mentor es un buda. Disipar las verdades convencionales inexactas sobre nuestros mentores en la meditación del gurú, puede ayudar a aliviar el problema. También sería útil hacer a un lado las inexactitudes concernientes a nosotros mismos, tales como la idea de que somos indignos. Cuando está libre de la confusión que produce la obsesión con los logros, el impulso de establecernos puede ayudarnos a canalizar la inspiración del mentor hacia el verdadero progreso en el sendero.
Evitar los problemas tipificados por la segunda adultez
La fase de la “madurescencia” que comienza en la segunda adultez involucra típicamente la revaluación de los propios patrones de comportamiento previos, descartar factores obsoletos que ya no funcionan y experimentar con modelos nuevos. Si nos hemos relacionado previamente con nuestros mentores de maneras malsanas, o si hemos descubierto defectos serios en ellos, podemos llegar a abandonar no sólo a los mentores, sino también el sendero espiritual entero. Sin embargo, si identificamos las fuentes de la insalubridad en las relaciones, podemos corregir las imperfecciones e ir más allá de las mesetas insatisfactorias que hemos alcanzado en nuestras prácticas.
Durante la edad de la maestría dentro de la segunda adultez, la gente típicamente reintegra los legados de su pasado en nuevas síntesis. Si hemos estado haciendo hincapié en las faltas y deficiencias de nuestros mentores, corremos el peligro de ser inconscientemente leales con sus aspectos negativos y transmitir eso a la siguiente generación. Esto puede ocurrir ya sea que descartemos las relaciones con nuestros maestros o no. Por ejemplo, podemos ser emocionalmente deshonestos con los discípulos más jóvenes. Podemos pretender que tenemos cualidades de las que carecemos.
Además, los discípulos de la segunda adultez pueden regresar y degenerar a etapas anteriores de comportamiento, tales como competir intensamente para superar en logros a los practicantes más nuevos y distanciarse emocionalmente de cualquier compromiso para ofrecerles ayuda. Sin embargo, si nos hemos enfocado correctamente en las buenas cualidades de nuestros mentores, las nuevas síntesis pueden incorporar los legados positivos que hemos obtenido. Podemos aprovechar plenamente esta fase de la vida alentando e instruyendo a la siguiente generación.
Aquellos que se encuentran en la segunda adultez pueden ayudar a inspirar a los adultos provisionales
Al renunciar a patrones del pasado y encontrar nuevas síntesis, los discípulos de la segunda adultez pueden llegar a enfocarse fundamentalmente en su interior o en el exterior. Además, pueden hacerlo con o sin la confusión de egos sobrevalorados. Por ejemplo, si se vuelven introvertidos, pueden enfocarse en la meditación como una fuente de felicidad, ya sea de manera narcisista o de manera equilibrada. Si se vuelven extrovertidos, pueden buscar satisfacción ocupándose de las necesidades de los demás, ya sea de una manera sofocantemente opresiva o con cuidados solidarios y de respaldo. Por ejemplo, pueden dominar un Centro de Dharma o pueden servir como fuentes de experiencia y consejo, disponibles para que la siguiente generación los use para seguir desarrollando un Centro.
En estos tiempos actuales de escándalo, controversia, violencia escolar y VIH, la gente tiende a desconfiar de todo. Por consiguiente, las personas que se involucran con un sendero espiritual son naturalmente cautelosas con respecto a confiar en maestros espirituales. Por un lado, la evaluación crítica de un maestro antes de establecer una relación es una precaución saludable y puede ayudar a evitar la decepción, el acoso o el abuso. Por otro lado, el escepticismo morboso y la paranoia impiden la obtención de inspiración de un maestro cualificado, necesaria para energizar y sostener la práctica seria.
La vacilación para comprometerse, que caracteriza a la adultez provisional, puede crear un bloqueo emocional adicional para abrirse a un maestro espiritual durante estos tiempos actuales críticos. Los mayores espiritualmente de la segunda adultez, sin embargo, pueden ayudar a los buscadores más jóvenes a superar sus bloqueos y a establecer la confianza al convertirse ellos mismos en fuentes de inspiración.
Para inspirar a la generación más joven, los discípulos de la segunda adultez no necesitan convertirse en gurús. Pueden servir, en cambio, como una segunda lente de aumento para enfocar la inspiración de los grandes Maestros que han conocido. Muchos de esos Maestros ahora son inaccesibles para los recién llegados, debido a que tienen demasiadas actividades internacionales o porque ya han fallecido. De esta manera, a través de la meditación del gurú del nivel sútrico, los discípulos de la segunda adultez pueden enfocarse en las buenas cualidades de estas figuras para obtener inspiración y luego transmitir legados positivos a través de su propio ejemplo. Hacer eso les permite evitar transmitir inconscientemente legados negativos de negligencia o abuso a través de un narcisismo espiritual o de la dominación sofocante de un Centro de Dharma.
1 Nota de la editora. Gail Sheehy es una escritora y conferencista neoyorkina reconocida por sus libros en torno al ciclo de la vida. Su quinto libro, Pasajes, es conocido como un “mapa de la vida adulta”.