Las prácticas preliminares para el Mahamudra

Reconocer nuestros bloqueos mentales

Las enseñanzas mahamudra también enfatizan la importancia y necesidad de las prácticas preliminares. El objetivo de tal práctica, por ejemplo, hacer cientos de miles de postraciones, es purificarnos de nuestros obstáculos más burdos y generar fuerza positiva para que nuestra meditación mahamudra sea más efectiva para alcanzar la iluminación. En este contexto, los obstáculos no se refieren a impedimentos económicos, sociales o factores externos de otro tipo, sino a dificultades internas. La fuerza positiva, generalmente traducida como “potencial positivo” o “mérito” se refiere al estado interno conducente que resulta de acciones constructivas o “virtuosas” de cuerpo, palabra, mente y corazón.

Para apreciar cómo funciona este proceso de purificación de forma que podamos emprenderlo de la manera más efectiva, es esencial comprender qué son los obstáculos internos. Shantideva escribió: “Si no has entrado en contacto con el objeto que habrá de ser refutado, no puedes obtener un entendimiento de su refutación”. No podemos eliminar los obstáculos mentales y emocionales de nuestro éxito espiritual a menos que sepamos cuáles son.

Podemos entender estos obstáculos en muchos niveles. Hay obstáculos que impiden la liberación y aquellos que impiden la omnisciencia. Los primeros se refieren a las emociones y actitudes perturbadoras o “aflictivas”, como el orgullo y la confusión persistente, mientras que los posteriores se refieren a los instintos de tal confusión. Las prácticas preliminares nos ayudan a purificarnos de los niveles burdos de los obstáculos que impiden la liberación. Por ejemplo, la postración ayuda a debilitar nuestro orgullo. Sin embargo, dentro del contexto de mahamudra podemos tal vez entender mejor los obstáculos como bloqueos mentales. Vamos a desarrollar este tema al examinar nuevamente el mecanismo de tensión.

Si estamos constantemente tensos, uno de los principales bloqueos mentales causante de esto es que estamos inundados en los contenidos de lo que experimentamos en la realidad. Por ejemplo, estamos llenando los formatos de impuestos, una tarea que nos desagrada profundamente; debido a que nos desagrada tanto, nos enfocamos morbosamente y nos atoramos en cada renglón del formato, sintiéndonos cada vez más tensos y nerviosos. Empezamos a quejarnos mentalmente, sentimos lástima de nosotros, dudamos de nuestra habilidad para terminar la labor, nos preocupamos de si alguna vez la terminaremos, deseamos no tener que hacerlo y fantaseamos con disfrutar de algo distinto en lugar de hacer esto. Nos distraemos con un cigarrillo, una botana o una llamada. Es como si el formato fuera una ciénaga de arena movediza hundiéndonos. Tal actitud nos impide severamente terminar de llenar el formato alguna vez. De la misma manera, nos deshabilitamos a través de un mecanismo similar, cuando nos enfocamos morbosamente, con tensión y preocupación, en los contenidos de una experiencia futura o una tarea que anticipamos con pavor.

Sin embargo, la vida es un proceso en desarrollo que continúa de un instante al siguiente sin tener pausa. Cada momento de la vida es el instante siguiente de experiencia, y cada experiencia tiene su propio contenido. Siempre hay algo distinto que experimentamos en cada momento. La vida siempre sigue, a pesar de que, desafortunadamente, con frecuencia implica el tener que hacer cosas que no disfrutamos. Después de todo, el primer hecho verdadero o verdad noble es que la vida es difícil.

Cuando estamos tensos, sin embargo, estamos atorados en el aspecto del contenido de un momento particular de nuestra experiencia. Es como si tuviéramos un instante de tiempo congelado y no pudiéramos avanzar. Estamos atrapados en el contenido de lo que estamos haciendo, o lo que anticipamos hacer, en oposición a simplemente hacer la tarea y terminarla. Este enfoque funciona como un bloqueo mental severo, un obstáculo que impide que hagamos las cosas de manera efectiva, e impide la liberación del sufrimiento.

Mi difunta madre, Rose, tenía un consejo muy sabio y útil. Ella siempre solía decir: “Haz las cosas de principio a fin, sin distracciones. Lo que tengas que hacer, sólo hazlo y termínalo”. Entonces, si tenemos que lavar los trastes o sacar la basura, sólo hacemos la labor, de principio a fin, y la terminamos. Si hacemos de aquello un tormento en nuestra mente, lo experimentamos como un tormento.

Sentirnos atrapados y atorados en las experiencias de nuestra vida cotidiana del tal forma que nos sentimos tensos y nos quejamos – por no decir que nos sentimos abrumados por ellas- es un serio bloqueo mental. Esto es un obstáculo que nos impide ver el proceso presente de la naturaleza de la mente. Por lo tanto, necesitamos remover tales obstáculos, ya que es esencial ver este proceso para poder superar nuestra confusión acerca de la realidad, la cual genera nuestros problemas y nuestra incapacidad para ayudar a los demás de forma efectiva. Las prácticas preliminares, como la repetición de cientos de miles de postraciones o más, están diseñadas para debilitar y, por lo tanto, eliminar estos bloqueos.

Postración

Hacer postraciones no es un castigo ni una penitencia, ni tampoco una acción desagradable que tenemos que hacer y completar rápidamente para poder pasar a las partes buenas. El Buda no es como un padre dominante insistiendo que terminemos la tarea para que podamos salir a jugar. En cambio, hacer postraciones nos ayuda a aflojar los bloqueos mentales de estar atrapados en los contenidos de nuestra experiencia. Sólo hacemos postraciones, “de principio a fin”, como diría Rose Berzin. Esto no significa que las hagamos mecánicamente, sino sólo directamente. Sólo las hacemos.

Por supuesto, acompañamos nuestras postraciones con la motivación, visualización y recitación apropiadas de cualquiera de las fórmulas de refugio, o un texto breve conducente a la purificación, tal como La aceptación de fallas. Hacerlo deja poco espacio en nuestra mente para quejas, para sentir lástima por uno mismo o preocuparnos de si alguna vez terminaremos con la postración cien mil. Tan sólo hacer la postración puede familiarizarnos con la aproximación a la vida de hacer las cosas directamente, de principio a fin, sin sentirnos tensos. Esto ayuda a purificarnos, hasta cierto punto, de algunos de nuestros bloqueos mentales u obstáculos e incrementar la fuerza positiva para poder en realidad ver directamente la naturaleza de la mente.

Práctica de Vajrasatva

Otra práctica preliminar importante es la recitación, de cien mil veces o más, del mantra de cien sílabas de Vajrasatva para la purificación de la fuerza negativa que hemos acumulado por haber cometido acciones previas destructivas o “no virtuosas”. Acompañamos nuestra recitación con una aceptación abierta de estas acciones negativas y reconocemos que fue un error realizarlas. Sentimos arrepentimiento, no culpa; ofrecemos nuestra promesa de intentar no volverlas a hacer; reafirmamos nuestra dirección segura de refugio y nuestro compromiso de alcanzar la iluminación para ser capaces de beneficiar a todos; e imaginamos que ocurre gráficamente una purificación con una visualización compleja mientras repetimos el mantra.

Entonces, el estado mental con el que nos involucramos en este preliminar, es el mismo con el que hacemos postraciones mientras recitamos La aceptación de fallas. De esta forma, la práctica de Vajrasatva nos purifica de la fuerza negativa que, como obstáculos kármicos, maduraría en experiencias de infelicidad o situaciones desagradables que, respectivamente, impedirían nuestra liberación o nuestra capacidad íntegra de ayudar a los demás. Además del beneficio usual, esta práctica también sirve como un preliminar excelente específico para la meditación mahamudra.

Una de las formas en la que experimentamos la fuerza negativa acumulada es al sentir culpa. Supongamos que hemos dicho palabras fuertes a nuestro jefe en un ataque momentáneo de enojo, que causó nuestro despido y puede causar dificultades futuras para encontrar otro empleo. Si nos obsesionamos con los contenidos de la experiencia, solidificamos los eventos en nuestra mente. Los congelamos en el tiempo y volvemos a morar una y otra vez en ellos; nos identificamos completamente con lo que hicimos en ese momento y nos juzgamos como estúpidos sin valía, como una persona mala. Tal culpabilidad clásica es por lo común acompañada de sentimientos de estrés y ansiedad, y una preocupación considerable por lo que haremos ahora. Mientras no hayamos soltado el que nos dominen los contenidos de tal experiencia, nos incapacitaremos de llevar a cabo una acción clara y confiada para remediar la situación al buscar un nuevo trabajo.

La visualización de que nuestras negatividades nos abandonan de forma gráfica mientras recitamos el mantra de cien sílabas de Vajrasatva, con el estado mental apropiado, nos ayuda a dejar ir nuestra fijación en los contenidos de la experiencia pasada, de haber actuado negativamente. Consecuentemente, esto nos ayuda a soltar nuestra culpa. Esto nos ayuda a dejar ir nuestra fijación en los contenidos de cada momento de nuestra experiencia, lo cual es la esencia de los niveles iniciales de la práctica de mahamudra. De esta forma, la práctica de Vajrasatva sirve como un excelente preliminar para mahamudra.

Yoga del gurú

Otro preliminar siempre enfatizado como un método para generar inspiración o “bendiciones” es el yoga del gurú. El yoga del gurú es muy fácil de practicar a un nivel superficial. Visualizamos ante nosotros a nuestro maestro espiritual, gurú o lama con la apariencia de Buda Shakyamuni, una figura búdica como Avalokiteshvara, o un maestro de linaje como Tsongkapa o el Karmapa. Después imaginamos luces de tres colores que emanan de esta figura hacia nosotros y recitamos un mantra o verso apropiado cientos de miles de veces o más, mientras hacemos solicitudes fervientes de inspiración para ser capaces de ver la naturaleza de la mente. Sin embargo, es muy difícil entender a nivel profundo lo que en realidad intentamos hacer durante y por medio de tal práctica. ¿Qué intentamos cultivar a nivel psicológico? La respuesta gira en torno a uno de los aspectos más difíciles de las enseñanzas budistas: la relación adecuada con un maestro espiritual.

En casi todos los textos de mahamudra encontramos citas como: “Como un preliminar esencial para la práctica de mahamudra, realiza diligentemente el yoga del gurú. Imagina que tu cuerpo, palabra y mente se vuelven uno con los de tu gurú. Haz peticiones fervientes de inspiración para poder ver la naturaleza de tu mente”. A primera vista, pareciera que todo lo necesario es hacer tal visualización y peticiones; entonces viviremos felices por siempre, como en un cuento de hadas. Recibiremos la inspiración, que como magia, actuará como causa única para generar realizaciones, independientemente de que tengamos que hacer algo más. Hasta en la escuela de budismo japonés Jodo Shinsu, donde se confía enteramente en el poder de Amitaba para obtener la liberación y la budeidad, implícitamente entendemos en esta formulación del sendero espiritual que es necesario detener todos nuestros esfuerzos basados en el ego, lo cual depende de darse cuenta de la naturaleza más profunda del “yo” y la mente. Entonces, obviamente tenemos que profundizar más allá del nivel superficial de rezar a nuestro gurú para que nos inspire a ver la naturaleza de la mente, dejándolo ahí, confiando en que si tenemos suficiente fe y somos verdaderamente sinceros, nuestros deseos serán concedidos. Veremos y reconoceremos la naturaleza de nuestra mente, de repente, como si hubiéramos sido tocados en la frente con la varita mágica de un hechicero.

La mente tiene una naturaleza de dos niveles. Su naturaleza convencional es simple claridad y darse cuenta. Es lo que permite que cualquier cosa surja como un objeto de cognición y sea conocido. Su naturaleza más profunda o “última” es que se encuentra desprovista de existir de maneras fantasiosas, imposibles, como ser independiente de las apariencias a las que da surgimiento como los objetos que conoce. El yoga del gurú es profundo, pero no es una ayuda mística para ver ambas naturalezas. Vamos a examinar los mecanismos de ambas.

Cuando practicamos el yoga del gurú, pedimos inspiración a nuestro gurú y luego disolvemos una respuesta de nuestro gurú en nosotros; mientras más fuerte es nuestra consideración ferviente y respeto hacia él o ella, más prominentemente experimentaremos un estado mental vibrante y gozoso como resultado de este proceso. Si nuestra fe está mezclada con apego, el estado mental que obtendremos será meramente uno de excitación: confuso, distraído y no muy claro. Pero si nuestra consideración ferviente y nuestro respeto están basados en la razón, este estado mental feliz y vibrante estará fundamentado en una creencia confiada. Al ser emocionalmente estables, es extremadamente conducente enfocarse, tanto en la mente que ve su propia naturaleza convencional, como en la mente que tiene dicha naturaleza.

Para entender cómo funciona este proceso de yoga del gurú y petición de inspiración para facilitar el descubrimiento personal de la naturaleza más profunda de la mente, necesitamos entender cómo el ver a nuestro gurú como un buda encaja dentro del contexto de las enseñanzas de la vacuidad y el surgimiento interdependiente. Vacuidad significa una ausencia – ausencia de formas imposibles de existencia-. Por ejemplo, cuando imaginamos que un gurú existe como un buda independientemente desde su propio lado, estamos proyectando una forma imposible de existencia a ese maestro. Esa forma de existencia no se refiere a algo real, porque nadie existe como “esto” o “aquello”, ni como nada desde su propio lado. Alguien existe como un mentor espiritual, un buda o ambos, sólo en relación con su discípulo. Un “maestro” surge dependientemente, no sólo de una mente en la que aparece como maestro, y no únicamente con base en la referencia de la palabra o etiqueta mental “maestro”, sino también con base en la existencia de estudiantes.

El rol de “maestro” no puede existir independientemente de la función de enseñar. De hecho, es definido como alguien que enseña. La función de enseñar no podría existir desde su propio lado, si no existieran cosas tales como el aprendizaje o los aprendices. Por lo tanto, nadie podría ser un maestro si no existieran los estudiantes. En otras palabras, nadie – ni siquiera Buda Shakyamuni, Tsongkapa, el Karmapa o nuestro maestro personal- podría existir como un mentor espiritual si no existiera también alguien como estudiante. Incluso si alguien no está estudiando en este momento o no tiene alumnos ahora mismo, esa persona sólo podría existir como un maestro si él o ella han sido entrenados como maestros, lo cual sólo podría ocurrir si en el universo existiera tal cosa como los estudiantes. Además, alguien es funcionalmente un maestro solamente cuando está enseñando, y eso sólo puede ocurrir en relación a un estudiante.

La misma línea de razonamiento aplica a la existencia de surgimiento interdependiente de los budas y los seres sintientes. Los seres sintientes son aquellos de darse cuenta limitado, mientras que los budas son aquellos con las capacidades más completas para ayudar a tales seres. Nadie podría ser un buda si los seres sintientes nunca existieron. Esta es la razón por la cual se dice que la bondad de los seres sintientes supera por mucho la bondad de los budas al permitirnos alcanzar la iluminación.

Debido a que los gurús y los budas no existen de manera independiente de los discípulos o estudiantes, se entiende que, ni los maestros ni los discípulos, existen como entidades totalmente independientes, como dos postes de concreto sólido que pudieran existir por su propio lado, incluso sin que el otro hubiera existido nunca. Como consecuencia, podemos concluir lógicamente que es una fantasía imaginar que un gurú puede producir un efecto en un discípulo, similar a alguien sólido “allá afuera” transmitiendo un efecto sólido, como arrojar una pelota, a alguien sólido “aquí adentro”, llamado “yo”. Los efectos, tales como obtener realización de la naturaleza de la mente, pueden surgir al depender, no sólo de un esfuerzo conjunto de guía espiritual y discípulo, sino de otros muchos factores. Como el Buda ha explicado: “Una cubeta no se llena de agua por la primera o última gota. Se llena por una colección enorme de gotas”.

La realización de la naturaleza de la mente convencional y última es el resultado de un proceso largo y arduo, a lo largo de innumerables vidas, de acumulación y purificación. El primero se refiere a fortalecer las dos redes conducentes a la iluminación: conocidas como fuerza positiva (o potencial positivo) y darse cuenta profundo, -las dos “colecciones de mérito y sabiduría”-; mientras que la otra se refiere a purificarnos de la fuerza negativa (o potencial negativo) y los obstáculos. Además, es necesario escuchar las enseñanzas correctas sobre los dos niveles verdaderos de la naturaleza de la mente: convencional y profundo; reflexionar acerca de ellos hasta que generemos un nivel básico de trabajo en su entendimiento y entonces meditar apropiada e intensivamente en ellos. Al practicar de esta forma, construimos las causas para obtener realizaciones y logros. La inspiración de nuestro gurú no puede servir como un sustituto de este proceso.

Sin embargo, la inspiración de nuestro mentor espiritual es el método más efectivo para generar que las semillas de potencial para la realización que construimos a través de estos métodos puedan madurar más rápido y así producir sus resultados más prontamente. La inspiración, como una circunstancia para la maduración de causas, no puede traer por sí misma ningún resultado si no hay causas, o las que hay son insuficientes para que madure. La inspiración o “bendición” de un gurú, un cabeza de linaje, o el mismo Buda Shakyamuni, no pueden funcionar como magia para traernos realizaciones e iluminación. Por lo tanto, no debemos engañarnos al pensar que podemos evitar el trabajo duro para superar nuestros problemas, de tal forma que podamos obtener felicidad duradera profunda y la habilidad para ser del mayor beneficio a los demás. Definitivamente, la inspiración puede ayudarnos a cosechar los efectos de nuestros esfuerzos más rápidamente -y es ampliamente reconocida como el método más efectivo para lograrlo-, pero nunca puede sustituir un esfuerzo mantenido a lo largo de muchas vidas de construir las causas para tales efectos.

En resumen, para que un discípulo logre inspiración y obtenga realización verdadera sobre la naturaleza de la mente, es crucial que no sólo él o ella sino también el maestro, entiendan cómo existe cada uno y cómo el proceso de causa y efecto sólo puede funcionar sobre la base de la vacuidad, la ausencia de formas imposibles de existencia. Si alguno de ellos o ambos creen que él o ella y el otro existen de forma independiente y concreta, como postes de cemento, que la inspiración y la realización existen similares a una pelota dura, y que el proceso de causa y efecto de obtener inspiración y realización funciona como arrojar esa pelota de un poste al otro, entonces, no importa que tan hábil sea el mentor espiritual o que tan receptivo y sincero sea el discípulo, el efecto estará bloqueado. Si creemos que lo que experimentamos en relación a nuestro gurú, aún como un buda, existe en alguna parte de manera concreta “allá afuera” y no surge en dependencia de muchos factores (el menor de los cuales no es nuestra mente), ¿cómo puede él o ella enviarnos inspiración o entendimiento de la naturaleza de nuestra mente aún cuando lo solicitamos amablemente, con total sinceridad y una motivación apropiada?

La relación con el maestro espiritual

Para entender el yoga del gurú más claramente, necesitamos examinar de cerca el tema de la devoción al maestro. Para evitar una posible malinterpretación, vamos a traducir el término técnico para esto como un “compromiso de corazón completo con el maestro espiritual”, a saber, el compromiso de considerar a esta persona como un buda. Hacer este compromiso no aborda el asunto de si nuestro mentor espiritual existe o no “allá afuera” como un buda. Después de todo, sólo podemos hablar de nuestro maestro en términos de nuestra experiencia de él o ella. La manera en la cual el mentor espiritual existe sólo puede ser formulada en términos de mente. Por lo tanto, nos estamos comprometiendo a considerar la experiencia que tenemos de nuestro maestro como la experiencia de un buda.

De esta manera, la relación con un maestro espiritual como un buda es básicamente un contrato muy personal. Si hablamos desde el punto de vista de un discípulo, nuestro contrato con esta persona es: “No es mi preocupación en esta etapa de mi práctica cómo generas o experimentas la motivación de lo que haces. Quiero ser capaz de ayudar a los demás tanto como me sea posible y alcanzar el estado de un buda para poder poseer la mejor capacidad para inducir ese beneficio. Por lo tanto, habiendo examinado a ambos, a ti y a mí, muy cuidadosamente, y habiendo visto que somos adecuados para entrar en este tipo de relación, ahora me propongo considerar mi experiencia de todo lo que digas o hagas como una enseñanza personal. Yo experimentaré tus acciones y palabras como siendo motivadas por completo por el deseo de ayudar a desarrollarme, de tal forma que pueda superar mis problemas y defectos para ser del más completo beneficio para los demás. Un buda es alguien que beneficia a los demás con cualquiera de sus pensamientos, palabras o acciones, en otras palabras, alguien que siempre enseña. Entonces, te voy a considerar como si me enseñaras todo el tiempo”.

“Ni la relación ni el beneficio que pueda derivar existe como algo proveniente sólo de tu lado, ni como una entidad sólida similar a una cuerda que nos atara. Nuestra relación existe sólo en términos de las experiencias de nuestras mentes de esto, lo cual en ambos es dependiente. Debido a que sólo puedo experimentar nuestra relación en la manera en que yo la concibo y la percibo, yo la voy a experimentar de forma tal que maximice el beneficio que puedo recibir. Por esta razón, consideraré mi experiencia de ti como la experiencia de un buda. Y de hecho, si la considero como tal, será la experiencia de un buda y funcionará como tal. No es un autoengaño si es llevado a cabo por un motivo valioso y bueno”.

La manera principal en la que nuestro maestro espiritual o cualquier buda puede ayudarnos a liberarnos de nuestra confusión y problemas, y a usar efectivamente todos nuestros potenciales para beneficiar a los demás, es entrenándonos a desarrollar un darse cuenta que discrimina o “sabiduría”. Necesitamos cultivar una mente que pueda discernir entre realidad y fantasía, y entre lo que es beneficioso y dañino. Entonces nuestra relación con nuestro gurú no es como la de un soldado en el ejército y su general. Cuando el general habla, saltamos sobre nuestros pies, saludamos y gritamos “¡Sí, señor!” y obedecemos incuestionablemente. No es así. Cuando nuestro mentor espiritual habla, por supuesto, somos respetuosos, pero lo experimentamos como una oportunidad de ejercitar nuestro darse cuenta que discrimina.

Además, si siempre obedecemos en el ejército y somos un buen soldado, nuestro general puede otorgarnos un ascenso. Sin embargo, es completamente distinto con nuestro maestro espiritual: obedecer siempre sin cuestionar no nos hace un buen discípulo. Aún si lo pedimos sinceramente, nuestro gurú no nos otorgará una promoción al rango de alguien que ve la naturaleza de la mente. Ver la naturaleza de la mente sólo puede surgir al depender directamente de nuestro desarrollo del darse cuenta que discrimina. La forma en la cual experimentamos a nuestro maestro contribuye indirectamente con nuestro éxito, al ayudarnos a cultivar ese discernimiento.

El ejemplo clásico de este proceso proviene del relato de una vida previa del Buda. En una vida anterior, el Buda tuvo un mentor espiritual que le dijo a él y a todos sus discípulos que fueran a la aldea y robaran para él. Todos fueron a robar, excepto el Buda, quien se quedó en su cuarto. El gurú fue al cuarto del Buda y le gritó con rabia: “¿Por qué no fuiste y robaste por mí? ¿No quieres complacerme?” El Buda respondió calmadamente: “¿Cómo es que robar puede hacer feliz a alguien?”. El gurú respondió: “Ah, tú eres el único que entendió el punto de la lección”.

Entonces, si consideramos y experimentamos como una enseñanza cualquier cosa que nuestro mentor espiritual diga o haga, podemos emplearlo para ayudarnos a desarrollar nuestra sabiduría y discernimiento. No importa lo que nuestro maestro sugiera que hagamos, lo examinamos para ver si tiene sentido. Si está de acuerdo con las enseñanzas del Buda y somos capaces de hacerlo, lo hacemos “de principio a fin”, como diría mi madre. En el proceso, el maestro nos enseñó a pensar las cosas cuidadosamente antes de actuar y, después, a actuar decididamente con confianza. Y si él o ella nos pide hacer algo que nos parece completamente inapropiado, no lo hacemos y cortésmente le explicamos el porqué. Una vez más, nuestro guía espiritual nos ha proporcionado una oportunidad de entrenar y ejercitar la sabiduría que discrimina.

Indudablemente, la relación más beneficiosa con un gurú no gira alrededor de un culto a su personalidad. Cuando consideramos a nuestro maestro como un ícono de culto, estamos atrapados y fijados en los contenidos de nuestra experiencia. Exageramos y solidificamos el objeto de nuestra experiencia, en este caso, el gurú, y casi literalmente lo ponemos en un pedestal, como si fuera una estatua de oro sólido, cada vez que vemos o imaginamos a esta persona sobre un trono de enseñanza. Con este estado mental, nos rendimos ante los contenidos de nuestra experiencia adorándolos y agregando título tras título a su nombre. No estamos concientes ni enfocados en la naturaleza de la mente en sí misma y su relación con nuestra experiencia del mentor espiritual. Con tal actitud confusa e ingenua, nos exponemos a un abuso grave.

Otro extremo al que podemos llegar cuando estamos atrapados en el lado del objeto de nuestra experiencia del maestro, es que criticamos al gurú con hostilidad, o tal vez, con profunda desilusión y consternación. Se suponía que él o ella tenía que ser perfecto y vemos profundas fallas de ética o juicio. O nos quedamos callados por miedo, pensando que si decimos “no” a nuestro maestro, seremos un mal discípulo y seremos rechazados. O pensamos que decir “no” es equivalente a admitir que fuimos estúpidos al escoger a esta persona como nuestro guía espiritual, y en vez de aparecer como estúpidos ante nosotros mismos y ante otros, aceptamos ciegamente y estamos de acuerdo con todo lo que diga o haga nuestro mentor. En todos estos casos, hemos perdido de vista nuestro contrato de aprender el darse cuenta que discrimina de la interacción con nuestro maestro, sin importar los contenidos de esa interacción. Para entrar en tal acuerdo obviamente se requiere, no sólo un maestro espiritual altamente calificado, sino también un discípulo altamente calificado que sea emocionalmente maduro, que no esté buscando un substituto de padre o madre que tome todas sus decisiones.

Entonces, cuando practicamos el yoga del gurú, aún si no tenemos un mentor personal con quien tengamos tal contrato, intentamos seguir las pautas de cómo obtener el mayor beneficio de tal relación. Intentamos evitar quedar atrapados y encapricharnos con los contenidos de las visualizaciones. No nos quedamos envueltos en qué tan maravilloso es nuestro gurú o el buda en enviarnos esas luces gozosas. En cambio, nos enfocamos en el lado experiencial de lo que está ocurriendo, en la mente que permite el intercambio de luces y la inspiración que esas luces simbolizan. Tal como podemos desarrollar darse cuenta que discrimina de lo que es apropiado o no al experimentar cada una de las acciones de nuestro guía espiritual como una enseñanza, de la misma manera podemos desarrollar el darse cuenta que discrimina del surgimiento dependiente y la vacuidad de la práctica del yoga del gurú.

Cuando hacemos peticiones al gurú, ¿qué estamos haciendo? Cuando fervientemente solicitamos: “Pueda ser capaz de ver la naturaleza de la mente” estamos generando un deseo muy poderoso de ver y entender la naturaleza de la mente a través de la interacción apropiada con un maestro espiritual. Tal como la tensión no existe “allá afuera”, sino que es dependiente de la mente, de la misma manera las realizaciones estables o vistazos momentáneos en la naturaleza de la mente y la realidad, así como la inspiración para recibir alguno de estos, no son cosas “allá fuera” que alguien puede lanzarnos como una pelota. Éstas son cosas que surgen dependientemente en relación a una mente, como resultado de un enorme complejo de causas.

La inseparabilidad de nuestra mente y nuestro gurú

El maestro de principios del siglo XII, Gampopa, dijo: “Cuando experimenté la inseparabilidad de mi mente y mi gurú, percibí el mahamudra”. Podemos entender el enunciado guía de Gampopa en muchos niveles: lo concerniente a obtener inspiración del constante recordatorio de nuestro maestro; generar un estado mental vibrante y gozoso de la ferviente consideración y respeto por él o ella, y demás cosas. Ciertamente, no se refería a que cuando tenía una unión mística con su gurú, él contemplaba el mahamudra similar a un regalo enviado desde el cielo, como sería con Dios o un ser amado. En cambio, veía que la relación con su mentor espiritual era una experiencia de la mente que implicaba aprendizaje de cada momento del encuentro. El beneficio resultante era el surgimiento en dependencia de la mente y sólo podía existir dependiendo de la mente. En ese sentido, se dio cuenta que su gurú y su mente eran inseparables.

La implicación del enunciado de Gampopa no se refiere a que la relación con el mentor espiritual sólo se encuentra en la cabeza del discípulo. Esto es tan erróneo como decir que todo proviene del lado de un gurú o un buda omnipotente. Una relación maestro-discípulo surge en dependencia, no sólo de dos personas, sino también de la mente que experimenta la interacción momento a momento. Cuando entendemos esto, no quedamos atrapados en los contenidos de la experiencia, ni nos quedamos fijados en el lado del objeto de “santo gurú” ni en el lado del sujeto de “pobre de mí”. En cambio, permanecemos enfocados en la experiencia y en la naturaleza más profunda de la mente y de la realidad, la cual permite la relación de la causa-efecto de inspiración, y el beneficio entre las dos personas involucradas. Esto es simbolizado por un flujo de luces transparentes del gurú al discípulo, ambos son visualizados y por lo tanto se experimenta como también constituida de luz clara. No hay un gurú sólido y concreto “allá afuera” resplandeciendo una luz sólida cegadora hacia un sólido y concreto yo, sentado independientemente “acá” en mi cabeza. Entonces, la práctica del yoga del gurú es extremadamente beneficiosa para entrenarnos en concentrarnos con darse cuenta que discrimina en la naturaleza más profunda de la mente en la meditación mahamudra.

Mantras del gurú

Cuando practicamos yoga del gurú, acompañamos nuestra visualización con la recitación repetitiva del mantra del gurú o un verso que incluye una petición. Por ejemplo, en la tradición karma kagyu que desarrolló el primer Karmapa, uno de los discípulos de Gampopa, recitamos el mantra “karmapa kyenno”, que significa literalmente “¡Karmapa, conoce omniscientemente!”. En la tradición guelug-kagyu de mahamudra, sustituimos la visualización y mantra de Tsongkapa, por aquella del Karmapa. Por lo demás, el procedimiento y el proceso son exactamente los mismos.

Si sólo dejamos nuestro entendimiento del gurú como alguien externo, entonces la recitación del mantra del Karmapa se convierte en un ejercicio de simple devoción, y no es más profunda. Estamos básicamente recitando el equivalente de: “¡Karmapa, escucha y conoce mis problemas! Sólo tu omniscientemente conoces cómo removerlos.” A lo más, esto conduce a ver al Karmapa como un buda que nos indica la dirección segura del refugio que ponemos en nuestra vida. A un nivel menos óptimo, esto conduce a sentir que sólo el Karmapa puede salvarnos de todos nuestros problemas. Entonces, nuestra petición al gurú con el mantra del Karmapa se convierte en el equivalente de recitar una y otra vez: “¡Dios, sálvame!”.

Sin embargo, cuando vemos la inseparabilidad de nuestra mente y la del gurú, estamos en realidad repitiendo: “¡Mente, conoce omniscientemente!” cuando recitamos “Karmapa kyenno”. Entonces, con nuestra ferviente petición al gurú, estamos dirigiendo nuestras energías de forma poderosa hacia la realización mahamudra con base en la confianza de que nuestra mente, como parte de nuestra naturaleza búdica, tiene los recursos para ver la realidad. Incluso si no tenemos un gurú personal que actúe como conducto de los linajes provenientes desde los fundadores, nuestra naturaleza búdica nos conecta con el linaje y puede funcionar como una fuente de inspiración interna. Entonces, no solamente confiamos en los gurús externos, también tenemos un gurú interno: la naturaleza de la mente. Cuando vemos la inseparabilidad de nuestra mente y nuestro gurú en este sentido más profundo, obtenemos el nivel más profundo de inspiración.

El gurú interno, entonces, no es una figura que existe en nuestra cabeza independientemente, de la cual podemos recibir mensajes especiales que indudablemente seguimos. Cuando los pensamientos surgen, tales como las ideas de hacer esto o aquello, o incluso una realización, puede que sean ideas buenas o tontas, o realizaciones correctas o falsas. Sólo porque algo nuevo e inesperado surja de repente en nuestra mente, no significa que sea confiable; siempre tenemos que examinar su validez.

Además, no hay una personita en nuestra cabeza enviándonos mensajes a propósito. Los pensamientos y las realizaciones, tanto válidas como inválidas, surgen a través de un proceso de causa y efecto de la maduración de alguna semilla o potencial. Las semillas son sembradas por acciones habituales previas, que pueden ser constructivas o destructivas, informadas o desinformadas. Maduran cuando las circunstancias adecuadas están presentes. Reconocer la naturaleza de nuestra mente como la naturaleza búdica y darnos cuenta de la inseparabilidad de nuestra mente y la de nuestro gurú (con más precisión, nuestra mente y la naturaleza búdica como nuestro gurú interno) actúan como circunstancias para que las realizaciones correctas maduren desde las semillas de potencial que hemos acumulado a través de prácticas previas de acumulación y purificación, así como de escuchar, reflexionar y meditar. Así como es crucial no romantizar a nuestro gurú externo en un productor de magia y milagros, lo mismo aplica para nuestro gurú interno.

Investigar el significado de cada enseñanza

En la práctica de budismo es muy importante contemplar profundamente todas las enseñanzas, especialmente aquellas que se repiten en casi cualquier texto sobre un tema particular, como la afirmación de que el yoga del gurú y la petición de inspiración al gurú son los preliminares más importantes para la práctica mahamudra. El maestro indio Atisha de principios del siglo XI dijo: “Toma todo en los grandes textos como instrucciones guía para tu práctica personal”. Sin embargo, esto no significa que simplemente las consideremos como órdenes de nuestro general, que debemos obedecer sin pensar. Necesitamos ahondar profundamente para intentar entender la trascendencia y significado de cada instrucción.

Las enseñanzas del Buda pueden ser divididas en las interpretables y las definitivas, aquellas concebidas para guiarnos más profundamente y aquellas concernientes al significado más profundo al cual estamos dirigidos. El punto más profundo al que toda enseñanza del Buda apunta es la realización de la vacuidad. Por lo tanto, para poder entender cómo, en las palabras de Atisha, “todas las enseñanzas embonan entre sí sin contradicción”, necesitamos poner las instrucciones acerca de lo que sea que estemos practicando junto con las enseñanzas de todo lo demás, particularmente con aquellas sobre la vacuidad. El estudio del budismo es como tener las piezas de un enorme rompecabezas. Está en nosotros reunir todas las piezas, como el yoga del gurú y la vacuidad, y embonarlas. Incluso el proceso de pensar cómo embonar las piezas y trabajar en ello, y no sólo intelectualmente, actúa como un preliminar para eliminar los obstáculos y reforzar las redes de fuerza positiva conducentes a la iluminación y al darse cuenta profundo.

Por lo tanto, las prácticas preliminares son un prerrequisito esencial para alcanzar cualquier logro con los métodos mahamudra. Sin ella, podemos sentarnos y hacer lo que parece ser meditación mahamudra. No es difícil imaginar que estamos concentrados en el estado natural de la mente. Pero, de hecho, todo lo que estamos haciendo es sentarnos ahí, ya sea soñando despiertos o, a lo más, concentrados en nada, completamente “idos” con la cabeza en las nubes. Podemos volvernos un poco más relajados en el proceso pero nuestra meditación, básicamente, no se hace más profunda.

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