Transferencia y regresión con el maestro espiritual

Descripción del fenómeno en el psicoanálisis clásico

La transferencia y la regresión son fenómenos que ocurren en la mayoría de las relaciones humanas comunes. En el psicoanálisis freudiano clásico, como lo describe Menninger en Teoría de la técnica psicoanalítica, se les promueve y emplea como herramientas de trabajo. El cliente se acuesta en un diván y el analista se sienta detrás, sin ser visto, un tanto como un padre que permanece invisible para un bebé acostado en un cochecito para niños. El cliente se abre al analista, pero el analista permanece la mayor parte del tiempo en silencio, sin responder. El cliente se siente frustrado y transfiere o proyecta irracionalmente sobre “la pizarra en blanco” del analista la imagen de un padre o alguna otra figura problemática de la niñez que no le prestó la suficiente atención. Al desear ayuda y no recibirla, el cliente regresa a patrones pueriles.

La regresión típicamente pasa por etapas. El cliente ha seguido obedientemente las instrucciones del analista para revelar sus pensamientos y sentimientos más íntimos. Pero a pesar de eso, el cliente aparentemente no ha podido complacer al analista, de modo que no ha recibido ninguna recompensa por ser un “buen” paciente. El objeto que el cliente siente que le niegan, experimenta una regresión desde la ayuda a la atención, al reconocimiento, a la aprobación, al amor y al afecto. El sentimiento experimenta una regresión desde el deseo al ansia vehemente, a necesitar absolutamente y a exigir. La frustración al no conseguir el objeto deseado, experimenta de modo similar una regresión al enojo y luego a la ira.

El enojo del cliente puede hervir de rabia contenida hasta convertirse en el equivalente de una rabieta infantil. Obviamente el analista no lo ama. El cliente puede tener el deseo de encontrar las debilidades del analista y herirlo. Él o ella pueden transferirle al analista no solamente la imagen de un padre negligente, sino también la imagen de una pareja indiferente. El cliente puede flirtear con el analista, tratar de seducirlo, y si es rechazado, puede provocar un escándalo alegando que el analista estaba tratando de seducirlo. La transferencia y la regresión pueden ser multifacéticas.

Óptimamente, el cliente alcanza finalmente un punto de crisis y, como cuando se interrumpe un estado febril, suelta la furia infantil. El cliente ve que expresar su dolor y enojo no conduce a que se lo califique como un niño “malo” y a que se lo rechace o abandone. El analista sigue actuando con la misma estabilidad y calma que ha caracterizado la relación entera. Lentamente, el cliente aprende a tener expectativas razonables y a reconocer que otros las pueden satisfacer de formas diferentes que les resultan cómodas. El cliente se convierte en un adulto maduro.

El fenómeno en las relaciones discípulo-mentor

De acuerdo con el uso pos-freudiano, la regresión a un estado más joven de la vida puede no ser sólo degenerativa; también puede ser un mejoramiento. Alguien puede experimentar una regresión a un modo de comportamiento inmaduro, juvenil, como lo describió Freud, o a un modo infantil inocente, liberal, de relacionarse con el mundo. La regresión restauradora sucede idealmente en una relación discípulo-mentor sana, en la cual el ejemplo del maestro inspira a un buscador para que suelte las formas rígidas de pensar y comportarse que causan sólo sufrimiento. La transferencia y la regresión degenerativa, por otro lado, ocurren comúnmente en una relación discípulo-mentor malsana, especialmente cuando un mentor no responde de la forma en que le gustaría a un discípulo. Examinemos el fenómeno.

Un discípulo puede seguir obedientemente las enseñanzas de su mentor y tratar de complacer a la persona con ofrendas, servicio y práctica. No obstante, el mentor permanece inconmovible, como un tigre mirando la hierba, para usar las palabras de Sharawa, el gueshe kadam. El mentor puede estar ocupado con muchos otros estudiantes, es posible que viaje con frecuencia, y puede tener poco o nada de tiempo para prestarle una atención personal a cada estudiante. Un discípulo con tendencias a la dependencia excesiva, la sumisión o la rebelión, puede ser psicológicamente incapaz de afrontar esos hechos.

Si nos encontramos en tales situaciones, podemos fácilmente experimentar una regresión de manera degenerativa. Podemos transferir y proyectar en el maestro la imagen de un padre distraído o un amante indiferente. Deseamos, ansiamos vehementemente y podemos incluso exigir reconocimiento, atención, ayuda, amor, alabanza y afecto. Frustrados, podemos sentir enojo e ira, pero podemos sentirnos culpables acerca de ello. Debido a la baja autoestima, algunos de nosotros no nos atrevemos a expresar nuestro enojo por temor a ser calificados y abandonados por ser “malos” discípulos. Peor aún, podemos estar aterrados de que nuestros sentimientos constituyan una “ transgresión a la devoción al gurú” y nos lleven a quemarnos en el infierno, como describen muchos textos budistas. Nuestra lucha para suprimir la frustración y el enojo, y nuestros sentimientos de culpa, nos crean, de hecho, infiernos vivientes. En términos budistas, un infierno no es un lugar de castigo por la desobediencia, sino una experiencia de tormento creada por nuestras propias acciones y pensamiento destructivos, confusos.

Resolución de los problemas que surgen de la transferencia y la regresión degenerativa

Las instrucciones del quinto Dalái Lama sobre la meditación del gurú, pueden resultar útiles para resolver los problemas que surgen de la transferencia y la regresión degenerativa con un mentor espiritual. Si estamos atrapados en el estado mental infernal que el síndrome provoca, primero necesitamos comprender que no sólo es correcto soltar nuestro temor y nuestra culpa acerca de lo que podríamos sentir respecto de nuestros maestros, sino que es esencial – aunque por supuesto no es fácil de hacer –. El temor y la culpa por nuestros sentimientos no ayudan en nada. Una vez que somos capaces de relajar nuestras barreras emocionales mediante el uso, por ejemplo, de algunos de los métodos budistas de meditación para calmar la mente, después es necesario que dejemos surgir los pensamientos perturbadores y que tratemos de identificarlos. Podemos preguntarnos “¿de dónde vienen estos pensamientos? ¿Qué estoy tratando de decir realmente?” La situación ofrece una excelente oportunidad para aprender más sobre nosotros mismos.

Si reconocemos el fenómeno de la transferencia y la regresión degenerativa, a continuación necesitamos tomar conciencia de las deficiencias que vemos en nuestros mentores. Luego necesitamos distinguir entre los hechos de su conducta real y las imágenes proyectadas de padres insatisfactorios o amantes decepcionantes. Al reconocer la frustración que sentimos, necesitamos ver que la falta de respuesta de nuestros mentores proviene de causas y condiciones, tales como tener muchas responsabilidades. Es más, la falta de atención o reconocimiento que recibimos no es un rechazo y no significa que seamos malos discípulos. La culpa que podemos sentir no confirma ni prueba nuestra incompetencia inherente.

Ahondar hasta la raíz de nuestra frustración airada y eliminar la confusión que la causa – en otras palabras, meditar en la vacuidad y el surgimiento dependiente – produce resultados más perdurables que tratar de purgarnos de la ira ventilándola. Descargar la ira reprimida puede, simplemente, reforzar un hábito de enojo. Sin embargo, en la mayoría de los casos la meditación en la vacuidad de la frustración airada requiere repetición y profundización antes de que se empiece a aminorar la intensidad y la frecuencia del problema recurrente. Los resultados se producen de un modo no lineal y las curas milagrosas casi nunca ocurren.

Pasos adicionales en el proceso de resolución, sugeridos por la terapia contextual

Una causa adicional que contribuye a la transferencia y la regresión degenerativa puede ser culturalmente específica. Desde un punto de vista occidental, el universo es justo e imparcial, ya sea debido a que Dios es su creador y soberano o debido a las normas de la ley establecida. De tal forma que, si hemos seguido las instrucciones de nuestros mentores y hemos practicado concienzudamente, sentimos que nos hemos ganado el derecho al reconocimiento y la alabanza, y que merecemos recibirlos. Si nuestros mentores no nos dan lo que sentimos que nos hemos ganado correctamente, creemos que están actuando injustamente. Esto puede hacernos sentir frustrados, heridos e incluso enfurecidos. Podemos regresar a los sentimientos de los niños que gritan que es injusto cuando les niegan la recompensa de acostarse tarde después de haber terminado toda su tarea escolar.

De acuerdo con el enfoque de la terapia contextual, tenemos derecho a sentirnos mal cuando nuestros mentores nos tratan aparentemente mal, aunque no tenemos derecho a la venganza. Para superar el dolor también necesitamos reconocer nuestro derecho a sentirnos felices por las prácticas sinceras que hemos hecho. Aunque nadie más reconozca nuestro derecho a sentirnos felices, el auto reconocimiento produce la afirmación y la fuerza que nos pueden permitir entender y perdonar las limitaciones de nuestros mentores. También nos permite reconocer el respeto y el aprecio que legítimamente les debemos a nuestros mentores por sus buenas cualidades y bondad. Además, el alivio y la calma que se obtienen del auto reconocimiento nos pueden dar la claridad y la apertura mental para ver que nuestros mentores pueden, de hecho, estar reconociendo nuestros esfuerzos de maneras no reconocidas previamente.

Complacer a un mentor espiritual

La cuestión de obtener el reconocimiento de un mentor espiritual es especialmente desconcertante para los occidentales porque los textos clásicos sobre la relación discípulo-mentor enfatizan repetidamente lo de complacer al mentor propio. Los textos rituales contienen típicamente plegarias tales como: “Pueda yo complacer a mi gurú. Puedan todos los budas estar complacidos conmigo”. El problema es cómo saber que el mentor está complacido. Las diferentes culturas condicionan a la gente para expresar su agrado de diferentes formas. Cuando los discípulos occidentales carecen de familiaridad con las costumbres tibetanas, pueden ser incapaces de reconocer la forma en que un mentor tibetano tradicional expresaría su agrado con un discípulo.

La baja autoestima no es un problema para la mayoría de los tibetanos, mientras que sí lo son el exceso de confianza y la arrogancia. Por lo tanto, un mentor tibetano tradicional evitaría elogiar a un discípulo en su presencia porque podría aumentar sus sentimientos desmesurados de autoestima. Un mentor normalmente alabaría a un discípulo sólo delante de otros, mientras el discípulo se encuentra en algún otro lado. Además, los tibetanos carecen de la noción occidental de que si un sentimiento no se verbaliza, no es verdaderamente real. La mayoría de las parejas tibetanas, por ejemplo, no se dirían “te amo” uno al otro, ni requerirían un “te amo” para sentirse seguras o amadas. Los tibetanos expresan su amor cuidándose mutuamente. Así, un mentor tibetano reconocería los esfuerzos de un discípulo y mostraría su agrado sólo indirectamente, por ejemplo, tomando seriamente a la persona y dándole más enseñanzas.

Además, los tibetanos no sienten la necesidad de estar constantemente con otra persona, o tan siquiera frecuentemente, para poder sostener una relación estrecha. En el Tíbet tradicional, la gente hacía a menudo largos viajes en caravana y permanecían lejos de los seres queridos durante varios años. Por consiguiente, pasar poco tiempo con un discípulo es normal y no un signo de desagrado, rechazo o abandono.

Una forma importante que tienen los tibetanos de mostrar que alguien les importa es la de señalar los defectos de la persona y dar una leve reprimenda. También pueden advertir en contra de posibles errores y, en general, hacer pasar un mal rato a la persona para que pueda aprender y crecer. Si a alguien no le importara realmente otra persona, no se tomaría semejante molestia. Este patrón de comportamiento tipifica no sólo a los mentores tibetanos tradicionales, sino también a los padres tibetanos.

Sin embargo, la mayoría de los discípulos occidentales malinterpretan totalmente la forma tibetana de tomar seriamente a alguien y demostrar afecto y preocupación. En vez de sentir que han complacido a sus mentores tibetanos, sienten que les han producido desagrado o que los han decepcionado. En muchos casos pueden proyectar experiencias desagradables con sus padres en situaciones con sus mentores. Por consiguiente, pueden experimentar una regresión y responder de una manera adolescente. Por ejemplo, pueden ver un severo consejo paternal tibetano como una desaprobación paterna enjuiciadora occidental. Pueden tomarlo como una dura crítica y como una amenaza a su integridad, individualidad e independencia. Pueden ver las advertencias contra los errores como signos de que sus mentores no confían en ellos ni los respetan. En vez de ayudar a los discípulos a madurar, las maneras tibetanas pueden simplemente exacerbar su baja autoestima. Por consiguiente, pueden llegar a rebelarse o a sentirse incluso peor acerca de ellos mismos. Están convencidos de que sus mentores son crueles.

Por lo tanto, desarrollar una firme convicción en las buenas cualidades de un mentor y aprecio por su bondad, a veces requiere un paso adicional. Los discípulos necesitan reconocer formas de aceptación y de mostrar agrado por alguien, que difieren de aquello que conocen de sus culturas y que esperan sea universal. El éxito en este paso les permite, en las palabras de Bozsormenyi-Nagy, “superar sentirse defraudados o engañados, y aceptar el pago en una moneda diferente por el reconocimiento al cual tienen el debido derecho”.

La meditación del gurú, entonces, complementada con el enfoque de la terapia contextual, procedería a través de los pasos siguientes. Primero, como en el paso de regocijarse durante la invocación de siete partes, necesitamos reconocer y sentirnos bien acerca de nuestras prácticas. Después, si nuestros mentores no nos han estado mostrando el tipo de atención o signos de agrado que nos gustarían respecto a nuestras prácticas, necesitamos admitirlo conscientemente. Sin embargo, quejarse acerca del hecho y sentir que nuestros mentores necesitan adoptar nuestras costumbres, en vez de edificarnos sólo nos deprimirá o disgustará. Después de todo, nuestras expectativas eran irreales. Por lo tanto, necesitamos comprender que las limitaciones personales o culturales que puedan poseer nuestros mentores han surgido de una variedad de causas, pero no constituyen defectos inherentes del carácter de nuestros mentores. De esta manera, nos enfocamos en la vacuidad de la existencia inherente de las deficiencias de nuestros mentores.

A continuación, si nuestros mentores son tibetanos tradicionales, necesitamos recordar las formas tibetanas típicas de reconocer los esfuerzos de un discípulo y de mostrar agrado. Luego, teniendo presente la conducta de nuestros mentores hacia nosotros, podemos estar mejor capacitados para identificar correctamente las buenas cualidades y la bondad por lo que son. Cuando somos capaces de identificar correctamente las formas en que nuestros mentores reconocen a los discípulos y muestran agrado – en otras palabras, cuando aprendemos a entender el lenguaje cultural de nuestros mentores – podemos enfocarnos entonces con una firme convicción en estos claros signos que muestran. Luego podemos apreciar verdaderamente las cualidades y la bondad de nuestros mentores.

Resolución más profunda a través de la meditación en la vacuidad

El enfoque de la terapia contextual puede ser útil para manejar el problema del deseo de complacer al mentor propio y de no ser capaz de reconocer costumbres desconocidas de mostrar reconocimiento y agrado. No obstante, incluso si somos capaces de aceptar las costumbres culturales y personales de nuestros mentores tibetanos, aún podemos ansiar caricias emocionales por nuestras buenas prácticas. Si no las podemos obtener de nuestros mentores tibetanos en formas que nos resulten familiares, podemos sentir que quizás si complacemos a nuestros maestros occidentales, obtendremos alabanza y atención de ellos. Una actitud semejante conduce inevitablemente a la frustración y el sufrimiento. Necesitamos ver que es posible que bajo nuestro deseo de reconocimiento y nuestro deseo de agradar haya una obsesión inconsciente con la obtención de aceptación y aprobación. Sin ahondar más profundamente y aplicar la meditación en la vacuidad, este problema más serio puede quedar sin resolver.

Como se dijo antes, dos suposiciones específicamente occidentales pueden contribuir al problema: la suposición de que el universo es justo y la creencia inconsciente de que somos culpables del pecado original. Desde el punto de vista budista, estas dos suposiciones no cuestionadas se basan en la confusión sobre cómo existimos nosotros y el universo. El budismo no comparte la creencia occidental de que el universo es justo o imparcial. Tampoco afirma que el universo es injusto o que las cosas suceden al azar. Todo ocurre como resultado de un entramado extremadamente complejo de causas y circunstancias interrelacionadas, sin una fuente imparcial de leyes justas o un juez imparcial que las administre justamente. Es más, la primera verdad noble que el Buda enseñó es que la vida contiene sufrimiento. Podemos seguir los consejos de nuestro mentor y, por un complejo de razones, nunca recibir un reconocimiento por ello. Si creemos que el universo debe ser justo y por lo tanto esperamos, ansiamos vehemente o exigimos reconocimiento o signos de agrado, sólo creamos más sufrimiento.

El deseo de reconocimiento enmascara con frecuencia un deseo de aprobación y aceptación, que a su vez enmascara con frecuencia una baja autoestima basada en una creencia inconsciente de ser inherentemente pecaminoso. Las experiencias emocionales dolorosas a menudo confirman y refuerzan esta creencia. Además, recibir un reconocimiento con la esperanza de que establecerá nuestra valía, significa establecer nuestra valía como individuos independientemente existentes. Esta obsesión deriva de la confusión acerca de cómo existimos. El reconocimiento, ya sea de parte de otros o de nosotros mismos, nos puede hacer sentir mejor temporalmente. Sin embargo, a menos que esté acompañado por una comprensión de la realidad, el sentimiento de felicidad desaparece al poco tiempo.

En última instancia, necesitamos comprender que, aun cuando existimos como individuos, no hay adentro ningún “yo” sólido que sea inherentemente inadecuado y que necesite recibir una afirmación o agradar a otros o sentirse merecedor o real. Aunque en última instancia el reconocimiento es irrelevante, es importante que no sintamos que fuimos estúpidos por haberlo necesitarlo. El reconocimiento es necesario mientras aún estamos delimitados dentro de los confines de pensamientos y creencias culturalmente específicos. Sin ese reconocimiento, a la mayoría de las personas les puede resultar demasiado difícil liberarse de la prisión de esos confines.

Si el reconocimiento no aparece de manera reconocible de parte de nuestros mentores, padres, amantes o amigos, el auto reconocimiento es una ayuda definitiva. Sin embargo, necesitamos ser cuidadosos con su aplicación. A medida que vamos más allá de las limitaciones culturales, detener el auto reconocimiento prematuramente aún nos puede dejar con baja autoestima. Además, sentirse estúpido acerca de lo que sentimos anteriormente, meramente refuerza una baja opinión personal. Sin embargo, con una profunda comprensión de la vacuidad, incluso perdonarnos por haber actuado tontamente se torna superfluo.

En las relaciones sanas con mentores espirituales los discípulos siguen las instrucciones de un maestro, practican diligentemente e incluso ayudan al mentor financiera y físicamente sin ninguna necesidad o deseo de reconocimiento o alabanza. Los discípulos hacen todo eso para beneficiarse ellos mismos y a otros, y no simplemente para recibir palmadas en la espalda. Complacer a nuestros mentores, entonces, no es para auto afirmarse a través de un reconocimiento, un agradecimiento o alguna señal de su agrado. Complacer a nuestros mentores es para obtener mayor habilidad para ayudar a otros.

Contra-transferencia

En el psicoanálisis, los analistas pueden responder inconscientemente a la transferencia y la regeneración degenerativa de sus clientes con una contra-transferencia. Por ejemplo, supongamos que un cliente transfiere inconscientemente la imagen de un padre ocupado y experimenta una regresión a una exigencia de atención. En respuesta, el analista puede contra-transferir inconscientemente una imagen de un padre exigente y ponerse a la defensiva o disgustarse. Notemos que tanto la transferencia como la contra-transferencia, como las definió Freud, son procesos inconscientes. Otros resultados comunes de la contra-transferencia son volverse inconscientemente protector, manipulador, halagado, desilusionado o interesado románticamente. Parte del entrenamiento para ser un analista es notar cualquier signo de contra-transferencia inconsciente y, al traerla al darse cuenta consciente, refrenarse de actuar de acuerdo con ella.

Si los estudiantes o los discípulos transfieren imágenes de padres o amantes a los maestros espirituales, y experimentan una regresión a patrones de comportamiento juveniles o de alguna forma inapropiados, los mentores plenamente cualificados responderían sin contra-transferencia. Incluso si los discípulos tienen exigencias irracionales o declaran un amor romántico, tales mentores dejan que sus palabras pasen a través de ellos sin exagerar las situaciones convirtiéndolas en incidentes concretos independientemente existentes. Al mantener la calma, la ecuanimidad y una preocupación afectuosa, cálida, los mentores bien cualificados actúan como espejos amables. Un espejo les permite a las personas obtener una visión momentánea verdadera de sí mismas, pero sin asumir en realidad las características de nadie que se encuentre delante de él.

Normalmente, los mentores cualificados no confrontarán a los discípulos con sus proyecciones, ni los regañarán por pensar o actuar inapropiadamente. Los mentores tibetanos, por ejemplo, usualmente regañan a los discípulos sólo por las acciones incorrectas con otros; debido a la humildad, los mentores no pueden exigir un trato correcto para sí mismos. En cambio, mediante un comportamiento sistemáticamente impecable, los mentores proporcionarán circunstancias conducentes para que los discípulos obtengan un darse cuenta y un entendimiento profundo de las situaciones cercanas. Con el tiempo, los discípulos llegarán a ver las fantasías que proyectaron. A diferencia del psicoanálisis, entonces, los mentores espirituales no alientan el proceso de transferencia y regresión degenerativa. Sin embargo, si ocurre, los mentores, cual analistas, manejan el proceso sabia y compasivamente.

Responder con madurez a la contra-transferencia

La mayoría de los mentores espirituales no son seres iluminados, y por consiguiente, aún tienen al menos los remanentes de hábitos perturbados. Por lo tanto, los mentores espirituales aún pueden experimentar una contra-transferencia inconsciente. Si eso ocurre, los mentores seguirían los mismos procedimientos que siguen los analistas. Tratarían de tomar conciencia de los sentimientos de contra-transferencia y se refrenarían de actuar de acuerdo con ellos. Sin embargo, algunos maestros espirituales tienen una deficiencia de ciertas cualidades y podrían manifestar en acciones los impulsos que surgen de la contra-transferencia inconsciente. Por ejemplo, en respuesta a la idolatría, la adulación o el flirteo de parte de los estudiantes, los maestros espirituales podrían responder en formas románticamente atrevidas.

Si la contra-transferencia está dirigida a nosotros, necesitamos examinar cuidadosamente las causas del problema. Durante la primera fase de la meditación del gurú del nivel sútrico, necesitamos examinar objetivamente si la falta de un maestro es parcialmente en respuesta a nuestra propia transferencia y regresión o si sólo proviene de otras fuentes. Si descubrimos que nuestro propio comportamiento es parcialmente responsable, necesitamos trabajar para restringirlo. Si aun así el maestro no detiene su comportamiento incorrecto o incluso abusivo, podemos seguir el consejo de Ashvagosa. Le explicaríamos cortésmente al maestro, en privado, que el comportamiento inapropiado nos hace sentir incómodos, y le pediríamos al maestro que por favor nos explique por qué está actuando de esa manera. Alternativamente, podemos seguir el consejo de las enseñanzas del kalachakra y mantener una distancia respetuosa.

Abochornar en público a un maestro, de modo que se desprestigie, sólo sería un último recurso para detener casos extremadamente abusivos. Si pensamos en recurrir a medidas tan drásticas, necesitamos tener especialmente claro que nuestro motivo es puramente ahorrarles más dolor al maestro y a otros. Si la acción para deshonrar a un maestro es una venganza personal, puede causar más daño que beneficio. Puede provocar gran confusión a los otros discípulos del mentor que han obtenido gran beneficio con sus enseñanzas. Puede dejarlos en estados de desesperanza espiritual y a nosotros en estados mentales amargos y negativos. El comportamiento abusivo, ya sea que esté alimentado o no por una contra-transferencia, requiere medios sabios, compasivos y comprensivos, para ponerle fin.

Resumen

Una relación sana con un maestro espiritual requiere una dirección segura en la vida, la motivación de la bodichita y, sobre todo, una buena comprensión de la vacuidad. Sin estos prerrequisitos, cualquier intento de construir una relación corre el peligro de la transferencia y la regresión degenerativa descontrolada.

La relación con un mentor espiritual no es lo mismo que una relación con un psicoanalista. Un mentor no sostiene sesiones privadas frecuentes con el discípulo para supervisar el proceso de transferencia y regresión y mantenerlo bajo control. Por lo tanto, si la transferencia y la regresión degenerativa ocurren, como sucede a menudo, la meditación del gurú del nivel sútrico, suplementada con los pasos sugeridos por la terapia contextual, puede ayudar a eliminar el problema.

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