Los otros dos niveles de autodisciplina ética

Sinopsis

En el nivel inicial de desarrollo espiritual, ejercemos la autodisciplina ética para abstenernos del comportamiento destructivo. Nuestra meta es evitar que las cosas empeoren, no solo en esta vida, sino también en vidas futuras. Nos esforzamos para lograr mejores renacimientos y los tipos ordinarios de felicidad que podemos experimentar en ellos. Nos sentimos motivados a alcanzar esa meta debido a nuestra determinación de no querer experimentar más y más sufrimiento e infelicidad. Sin embargo, entendemos que hay una manera de evitarlo, a saber, el ejercicio del autocontrol y el abstenernos de actuar destructivamente. Cuando tengamos ganas de hacer, decir o pensar algo destructivo, basado en emociones perturbadoras tales como la codicia o el enojo, nos damos cuenta de esa sensación y entonces simplemente no la actuamos; eso ciertamente es difícil al principio, pero podemos entrenarnos para ser capaces de darnos cuenta.

Pensemos en cuando estamos sentados tratando de hacer algún trabajo y nos aburrimos. Surge la sensación de revisar el muro de Facebook o las noticias en el teléfono, o mandar un mensaje a un amigo. En este nivel de desarrollo, nos daríamos cuenta cuando surge semejante sensación y decidiríamos claramente: “Si hago eso, no terminaré mi trabajo y eso me creará problemas. Así que no importa lo que tenga ganas de hacer, no voy a hacerlo”.

Video: Dr. Chönyi Taylor — “Deshacer patrones adictivos”
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El segundo nivel: Trabajar para superar totalmente el renacimiento

El nivel intermedio de motivación del lam rim es trabajar para superar totalmente el renacimiento incontrolablemente recurrente. Recordemos que ese es el significado de samsara, el renacimiento que recurre incontrolablemente, que está repleto de problemas que recurren también de forma incontrolable, y que no podemos detener. Estos no son solo los problemas de la infelicidad, sino también los de los otros dos aspectos de los sufrimientos verdaderos que el Buda señaló: el sufrimiento del cambio y el sufrimiento que todo lo impregna.

Felicidad ordinaria

El sufrimiento del cambio se refiere a nuestra felicidad ordinaria; desafortunadamente, hay muchos problemas relacionados con ella. Para empezar, no dura (por eso se le llama “sufrimiento del cambio”) y nunca satisface, porque siempre queremos más. Si tenemos demasiado y por demasiado tiempo, entonces nos aburrimos o se convierte en sufrimiento. Por ejemplo, tomar el sol: sienta muy bien por un rato, pero no nos gustaría estar expuestos al sol para siempre. Después de un rato es demasiado y queremos ponernos en la sombra. O pensemos cuando un ser querido acaricia cariñosamente nuestra mano. Bueno, si lo hiciera sin parar durante tres horas, ¡nuestra mano estaría muy irritada! De esa forma, hay problemas con la felicidad ordinaria.

Nuestra felicidad ordinaria es el resultado de actuar de maneras constructivas y positivas, pero aún está mezclada con la confusión, como en el ejemplo de los perfeccionistas neuróticos que limpian compulsivamente su casa y se aseguran de que todo esté en orden. Cuando terminan de limpiar están contentos por un rato, pero luego la confusión se pone en marcha y piensan: “No está lo suficientemente limpio. Puede que haya dejado una mancha. Tengo que limpiar otra vez”. Cualquier tipo de felicidad que esas personas experimentan es efímero. Siempre tienen la sensación de que su casa podría estar más limpia.

El problema que todo lo impregna

El tercer tipo de sufrimiento se conoce como “problema que todo lo impregna”. Con respecto a los renacimientos incontrolablemente recurrentes que tenemos, se refiere al hecho de que en cada renacimiento tenemos el tipo de cuerpo y mente que automáticamente produce problemas y dificultades. Pensemos en ello. Con este tipo de cuerpo que tenemos ahora, no hay forma de que podamos caminar sin pisar algo y matarlo. No hay forma de que podamos comer algo sin que matemos un insecto u otra cosa en la producción de esa comida, aun si somos vegetarianos. Nuestro cuerpo se enferma; nuestro cuerpo y mente se fatigan. Tenemos que descansar; tenemos que comer; necesitamos ganarnos la vida. No es fácil, ¿verdad?

Luego, si somos lo suficientemente afortunados, en nuestra siguiente vida renacemos otra vez como humanos y entonces somos nuevamente un bebé. ¡Qué horrible! Sólo podemos expresarnos llorando; no podemos hacer nada por nosotros mismos y tenemos que aprender todo de nuevo. ¡Eso es realmente aburrido! Y lo más horrible es que tenemos que hacer todo esto una y otra vez durante incontables vidas. ¡Imaginen tener que ir a la escuela otra vez! ¿Les gustaría tener que ir a la escuela otro millón de veces, hacer tareas y exámenes infinitos?

Entonces, este es el problema que todo lo impregna que tenemos como consecuencia del renacimiento incontrolablemente recurrente. Incluso si renacemos en un mejor estado, con un precioso renacimiento humano, aun así, tenemos estos problemas que todo lo impregnan. Esta es la razón por la que deseamos lograr la liberación y, para ello necesitamos superar todo tipo de formas de karma compulsivo, no solo el negativo, sino también el positivo.

La felicidad que proviene de la liberación

Consideremos nuevamente nuestra felicidad ordinaria. Técnicamente se le llama “felicidad manchada” porque está manchada o mezclada con la confusión, en el sentido de que surge de la confusión, está acompañada por la confusión y, a menos que cambiemos nuestra actitud hacia ella, genera aún más confusión. Lo que queremos, por el contrario, es alcanzar el tipo de felicidad que no está mezclada con la confusión. Este es el tipo de felicidad que dura y satisface. Es un tipo de felicidad completamente distinta a nuestra felicidad ordinaria. Es una felicidad que proviene de estar libres de todas las emociones perturbadoras. No hay nada confuso en ella.

Consideremos un pequeño ejemplo que semeja un poco esa felicidad, aunque ciertamente no es la misma cosa: usas unos zapatos muy apretados durante todo el día. Al final del día, te quitas los zapatos y hay esa sensación de alivio. “Ah! ¡Estoy libre de esa compresión y dolor en mi pie!”. Ese es un tipo diferente de felicidad a la felicidad de comer algo que nos gusta, ¿no es así? Estamos hablando casi de una sensación de alivio al estar libres de los pensamientos neuróticos, libres de la preocupación, libres de la inseguridad, todo ese tipo de cosas. ¿No sería maravilloso que nunca estuviéramos emocionalmente desequilibrados, inseguros o preocupados otra vez? ¡Sería un enorme alivio!

Esta es una pista de aquello a lo que nos referimos cuando hablamos sobre la liberación del renacimiento incontrolablemente recurrente, liberación de todos los sufrimientos verdaderos, los cuales incluyen el renacimiento mismo. Para hacer esto, necesitamos superar la compulsión de todas las formas de karma, no solo de los tipos destructivos. Necesitamos superar la compulsión de actuar incluso de formas positivas. No hay nada malo en ser limpio e intentar hacer las cosas bien. El problema es cuando es un síndrome compulsivo, neurótico, que perturba nuestra paz mental y está fuera de control; de eso es de lo que debemos deshacernos.

Distinguir entre emociones positivas y una actitud perturbadora

Cuando actuamos de maneras positivas, hay emociones positivas que las acompañan, tales como:

  • Desapego: no aferrarse a nada; es lo opuesto del apego.
  • No querer hacer daño;
  • No ser ingenuos: ser sensibles al efecto que nuestra conducta tiene en nosotros mismos y en los demás.

Luego hay otros factores mentales constructivos que también acompañan al comportamiento positivo o constructivo.

  • Respeto por las buenas cualidades y por aquellos que las poseen;
  • Autocontrol para abstenernos de actuar negativamente;
  • Un sentido de autodignidad moral, que nos hace tener respeto por nosotros mismos y por nuestros sentimientos;
  • Interés por la forma en que nuestras acciones afectan a otros.

Ninguno de estos factores es problemático. Acompañan nuestro comportamiento positivo, constructivo; no queremos deshacernos de ellos. Sin embargo, el elemento problemático, que también acompaña nuestro comportamiento compulsivo positivo, es tener una actitud perturbadora. Para ponerlo de forma simple, es aferrarse a un “yo” sólido. Por ejemplo, debido a la confusión sobre cómo existimos, imaginamos que existimos como una entidad sólida, concreta, “yo”, con una identidad verdadera permanente, por ejemplo, como alguien que tiene que ser bueno todo el tiempo, que tiene que ser perfecto. “Tengo que ser bueno. Tengo que ser de ayuda. Tengo que ser útil”.

Un ejemplo común es el de los padres que tienen hijos mayores. Los padres todavía quieren ser necesarios y útiles, así que ofrecen su consejo y ayuda, incluso cuando los hijos no lo desean. Es compulsivo porque tienen la sensación de un “yo” sólido y piensan: “Yo solo valgo y existo si mi hijo aún me necesita”. Se aferran a eso como si fuera la verdadera identidad de ese “yo” sólido, como una forma de asegurar a ese “yo”. Es como que si tuvieran la sensación de que: “si ayudo a mis hijos, entonces existo”.

La emoción detrás de su oferta de consejo y ayuda es positiva. La ofrecen porque aman a sus hijos. Quieren ser amables y útiles. No hay nada de malo en ello. El elemento problemático es su actitud sobre sí mismos, sobre ese “yo”: “solo soy una persona valiosa si mis hijos todavía me necesitan”. Esto es lo que causa el aspecto neurótico y compulsivo de ofrecer ayuda incluso cuando es totalmente innecesario e inapropiado.

Podemos sentir si estamos experimentando este aspecto neurótico porque, otra vez, “emoción perturbadora” y “actitud perturbadora” incluyen la misma palabra, con la misma definición: “perturbadora”. Tanto la actitud como la emoción nos causan perder la paz mental y el autocontrol. Cuando eres un padre cuya actitud sobre sí mismo es “solo tengo valor como persona si puedo hacer algo por mis hijos”, ¿qué es lo que sientes que te indica que careces de paz mental? Es una sensación de inseguridad; te sientes inseguro, así que sientes que siempre tienes que meterte en los asuntos de tus hijos, por ejemplo, sobre cómo crían a sus propios hijos. No tienes paz mental y obviamente tampoco autocontrol, a pesar de las emociones positivas de amor e interés que están presentes. Para eso es para lo que necesitamos la autodisciplina.

De esta forma, necesitamos autodisciplina ética para superar la compulsión de nuestro karma positivo constructivo, el cual solo produce felicidad ordinaria: la felicidad breve que pronto se transforma en un escenario desagradable. Debido a la inseguridad y a nuestro deseo de sentirnos valiosos, nos dan ganas de ofrecer nuestro consejo no deseado, producto del amor y el interés; sin embargo, nos damos cuenta de que, aunque eso podría hacernos sentir felices por un momento, pronto se transformará en infelicidad cuando nuestra hija exprese su resentimiento porque no está contenta con lo que hemos dicho. Por lo tanto, ejercemos la autodisciplina y no decimos nada. ¡Pero es bastante difícil mantener nuestra boca cerrada!

El segundo nivel de autodisciplina ética de acuerdo con la motivación intermedia del lam rim

Aunque usar el autocontrol (el primer nivel de autodisciplina ética) puede ayudar a la hora de evitar el problema del sufrimiento del cambio previamente explicado, aún está el problema que todo lo impregna del renacimiento incontrolablemente recurrente. Una versión más simple de esto es que este síndrome de ofrecer nuestro consejo sin que se nos pida se repite una y otra vez, y no tenemos control sobre ello. No dejamos de interferir, con una buena motivación (amor), pero como resultado de la inseguridad.

Para superar verdaderamente el sufrimiento del cambio y el problema que todo lo impregna, necesitamos aplicar el segundo nivel de autodisciplina ética, el cual consiste en aplicar la autodisciplina para deshacernos de la actitud confundida y perturbadora de aferrarse a un “yo” sólido. No es que queramos dejar de ayudar ni que queremos dejar de amar a nuestros hijos, sino detener esta inseguridad neurótica y este aferramiento a un “yo” sólido que está detrás de nuestro comportamiento compulsivo repetitivo.

Demos un ejemplo de aquello en lo que necesitamos trabajar; por ejemplo, el amor. La definición budista de amor es el deseo de que los demás sean felices y tengan las causas de la felicidad, sin importar lo que los demás hagan. Sin embargo, podría estar mezclado con confusión, apego e inseguridad. “¡No me dejes nunca!”, “¿por qué no me llamaste?”, “ya no me quieres”, “te necesito”. “Yo, yo, yo”. Queremos que la otra persona sea feliz, pero insistimos: “no me dejes nunca” y “¡tienes que llamarme cada día!”. El amor no es el problema. El problema es el apego y ese gran “yo” detrás de todo esto. En este nivel intermedio, usamos la autodisciplina ética para superar la actitud perturbadora contraproducente de “yo, yo, yo”.

Reflexión sobre el segundo nivel de autodisciplina ética

Antes de que entremos al tercer nivel, ¿qué tal si nos tomamos unos minutos para digerir todo? Traten de discernir en su propia vida lo que hemos discutido. Como dice el dicho budista: “No tengas el espejo del Dharma apuntando hacia fuera para reflejar los problemas de otros (como los de nuestros padres), gíralo para que esté frente a ti”. Así que traten de discernir en su propia vida, en su propia experiencia, cómo incluso cuando actuamos constructivamente, si lo hacemos de forma neurótica y preocupándonos por nosotros mismos, sólo nos crea problemas. Traten de reconocer al gran “yo” sólido detrás de este síndrome, con el que sentimos: “tengo que ser perfecto. Tengo que ser bueno. Tengo que ser de ayuda. Tengo que ser necesitado y útil”. Reconozcan el problema que eso acarrea.

Traten de darse cuenta de que no hay nada que tengamos que demostrar. No tenemos que demostrar que somos una buena persona ofreciendo siempre nuestra ayuda, incluso cuando no es deseada. No necesitamos demostrar que somos una persona limpia o que somos perfectos. ¿Acaso pensamos: “soy limpio, luego existo” o “soy perfecto, luego existo”, como en “pienso, luego existo”? Es solo porque nos sentimos inseguros sobre “mí, mí, mí” que sentimos que debemos demostrar que somos buenos o que valemos.

No tenemos que demostrar nada. Piensen en eso. ¿Qué tratamos de demostrar siendo tan perfectos, tan buenos, tan limpios, tan productivos? Este es el secreto: no hay nada de qué sentirnos inseguros, y no hay nada que tengamos que demostrar. ¡Solo háganlo! Sean de ayuda para los demás.

Obviamente, no es tan fácil usar la autodisciplina ética para decir: “Deja de sentirte inseguro”. Necesitamos el entendimiento de que la inseguridad está basada en la confusión sobre cómo existimos, y esa confusión no está basada en nada que corresponda con la realidad. ¿Qué es eso de lo que nos sentimos inseguros? ¡Un mito! El mito de que si soy productivo o útil, entonces existo. Si no soy productivo, ¿dejo de existir? Eso es bastante raro, ¿no? ¿Qué es lo se demuestra al ser un fanático adicto al trabajo? Si queremos ayudar a los demás, muy bien. Ayudemos a los demás, pero no seamos compulsivos al respecto. Ese es el problema. Esto es lo que tenemos que detener. Ese es el segundo nivel o nivel intermedio de autodisciplina ética. Usamos la autodisciplina para entender que no hay nada que demostrar y, con ese entendimiento eliminamos la inseguridad que subyace a nuestro comportamiento kármico compulsivo.

El tercer nivel: superar el hecho de no conocer el karma de los demás

Con el nivel avanzado de motivación del lam rim, trabajamos para superar el hecho de no conocer el karma de los demás. Queremos ayudar a los demás. Si hemos alcanzado la liberación, estamos libres del renacimiento incontrolablemente recurrente, así que ya no somos compulsivos, no actuamos de formas destructivas y no tenemos el impulso neurótico de actuar compulsivamente en formas constructivas, incluso cuando es inapropiado. Aun así, el problema es que, a pesar de que tenemos un deseo intenso de ayudar a los demás, no sabemos cuál es la mejor manera de hacerlo. No conocemos las razones kármicas ni los antecedentes por los cuales las personas son como son ahora. Tampoco sabemos cuál será el efecto de lo que les enseñemos; no solo el efecto sobre ellos mismos, sino sobre todos los que van a interactuar con ellos. Dado que no tenemos ni idea de lo que sucederá a partir de lo que aconsejamos y enseñamos, somos muy limitados en nuestra manera de ayudar a los demás.

Trabajar para beneficiar a los demás

¿Cómo nos ayudará la autodisciplina con este dilema? Primero, necesitamos trabajar con disciplina para no ser apáticos y complacientes. “Ahora que estoy libre del sufrimiento, solo voy a sentarme aquí a meditar y a estar gozoso y ser feliz todo el tiempo”. Necesitamos autodisciplina ética para trabajar aún más por los demás. Podemos experimentar esto al tener un éxito significativo en la meditación. Estamos sentados, nuestra mente está libre de vagabundeo y opacidad, y es algo muy gozoso (no de forma perturbadora, sino que nos sentimos realmente bien). Nos sentimos muy satisfechos de quedarnos así. Si somos realmente muy avanzados, podríamos permanecer en ese estado durante mucho tiempo, y si somos seres liberados, podríamos estar así para siempre.

¿Qué nos saca de esa autocomplacencia y satisfacción? Si estamos realmente liberados del renacimiento incontrolablemente recurrente, ni siquiera tenemos este tipo de cuerpo ordinario, así que nunca padecemos hambre ni nada. Lo que nos despierta son los pensamientos sobre los demás. “¿Cómo puedo quedarme sentado, sintiéndome tan dichoso y con una sensación tan maravillosa, mientras todos los demás son tan miserables?”. Necesitamos autodisciplina ética para superar este interés solo por nuestro propio bienestar, y para pensar y trabajar por los demás.

Es muy significativo que este sea el paso posterior a que hayamos trabajado por nuestro propio beneficio. Si tratamos de ayudar a los demás mientras aún somos miserables y neuróticos, eso causará problemas. Nos enojaremos con los demás cuando no sigan nuestro consejo y cuando no progresen lo suficiente, con la debida rapidez. O nos apegaremos a ellos y nos pondremos celosos si van con algún otro maestro. Quizás, incluso peor, nos sentiremos sexualmente atraídos por ellos y eso creará enormes problemas al tratar de ayudarlos. Realmente necesitamos trabajar primero con nosotros mismos. Sin embargo, no es que debamos liberarnos completamente antes de que tratemos de ayudar a los demás (eso va a tomar mucho tiempo). El punto principal es no descuidar nuestro trabajo personal en el proceso de ayudar a los demás.

Al trabajar con nosotros mismos, aún necesitamos enfocarnos en superar nuestras emociones y actitudes perturbadoras y la compulsión del karma. Todavía necesitamos la autodisciplina ética para superar nuestra actitud egocéntrica; pero en esta etapa también necesitamos disciplina para superar las limitaciones de nuestra mente que nos impiden conocerlo todo. Debido a que no somos omniscientes, no vemos el cuadro completo; no vemos cómo todo está interconectado. Todo lo que sucede es el resultado de una combinación de muchas causas y condiciones, y todas esas causas y condiciones, a su vez, tienen sus propias causas y condiciones.

En el momento presente, nuestra mente está limitada; no podemos ver todo lo que está involucrado en lo que sucede con los demás. Incluso peor, pensamos que solo una causa produce un efecto, especialmente cuando pensamos que nosotros fuimos la causa. Por ejemplo, si alguien con quien interactuamos se deprime, imaginamos que es nuestra culpa simplemente por algo que dijimos o hicimos. Eso no corresponde con la realidad. Lo que les sucede a las personas es el resultado de muchas, muchas causas, no simplemente de lo que nosotros hicimos. Es posible que lo que hicimos haya contribuido (no estamos negando eso), pero no es que todo se haya originado de una sola causa. O quizás estamos tratando de ayudar a alguien y decimos: “la causa de tus problemas es que no recibiste una buena educación”. Reducimos lo que sucede a ser el resultado de una sola causa. O decimos: “tus problemas se deben completamente a que tus padres hicieron esto o aquello cuando eras un niño”. Simplemente no vemos la imagen completa. Es muchísimo más grande que eso.

Nuestro pensamiento no corresponde con la realidad

Necesitamos un entendimiento mucho más grande que el que tenemos ahora. El problema es que nuestra mente proyecta categorías, como cajas, y compartimentamos todo dentro de esas cajas. Aislamos las cosas como si existieran en cajas, independientemente de todo lo demás, y creemos que eso corresponde con la realidad. No vemos la interconexión e interdependencia de todo. “Esta es la única causa. Esto es malo, esto es bueno”. Establecemos categorías.

Bueno, así no es como existen las cosas. Las cosas no existen aisladas de todo lo demás. Necesitamos la disciplina para entender que, aunque quizás se sienta de esa manera, eso no corresponde con la realidad. He aquí un ejemplo simple: estás todo el día en casa con los hijos. Tu pareja llega del trabajo y no te dice nada, sólo se va a su habitación, cierra la puerta y se acuesta en la cama. En nuestra mente ponemos a nuestra pareja en la caja de “gente que no me ama”. De hecho, también la arrojamos a la caja de “gente terrible” y “gente poco amable”. Debajo de esto está nuestra obsesión con el gran “yo”. Está en la caja de “personas terribles” porque “yo” (yo, yo, yo) quiero hablar con ella. ¡Quiero, quiero, quiero! Quiero algo de ella. Debido a que la metemos en esa caja, no vemos la interconexión de todo lo que nuestra pareja experimentó antes de que llegara a la casa y de cómo actuó cuando llegó. Quizás haya tenido un día difícil en el trabajo, o esto o aquello le pasó camino a casa, etc.

¿Cuán a menudo nos parece que las cosas son así? Alguien llega a la casa y es como que si hubiera salido de la nada (no les había pasado nada antes de que llegaran y todo empieza en el momento en que cruzan la puerta). Veámoslo desde la perspectiva contraria. Si la otra persona fuera la que se quedara en casa con los niños y tú llegaras a casa del trabajo, ¿cómo aparecería ante ti? Ahí está tu pareja, fresca, como si nada le hubiera pasado durante el día antes de que tú llegaras.

Si pensamos en ello, ¡por supuesto que no es así! Estamos hablando de cómo nuestra mente hace aparecer las cosas. Hace que aparezcan como si nuestra interacción con nuestra pareja empezara aquí, en este momento en que cruzamos la puerta, como si no hubiera pasado nada antes de eso. Todo aparece en las cajas con las que clasificamos las cosas. Necesitamos disciplina para superar este hábito profundamente arraigado de meter en cajas a las personas, a las cosas y a las situaciones. Necesitamos darnos cuenta de que esta visión compartimentada del mundo no corresponde con la realidad.

Solo para asegurarnos de que entienden el punto principal, revisemos otro ejemplo común. Metemos a la persona en la caja de “mi pareja” y no consideramos el hecho de que tiene relaciones y amistades con muchas otras personas además de con nosotros. Debido a que la metemos en esa caja mental, pensamos: “Es solo mío o mía. Debería estar siempre disponible para mí, todo el tiempo que yo quiera, porque es la única cosa que es: mi pareja. No hay nada más en su vida”. No pensamos en términos de que tiene obligaciones con sus padres, que tiene otros amigos y otras actividades. No, solo está en esta única caja. Lo horrible es que se siente como si fuera cierto y creemos que corresponde con la realidad. Obviamente, con base en esto, sentimos apego hacia nuestra pareja y nos enojamos si tiene que reunirse con alguien más.

El tercer nivel de autodisciplina ética de acuerdo con la motivación avanzada del lam rim

En el nivel avanzado de motivación del lam rim, trabajamos para alcanzar el estado omnisciente de un buda totalmente iluminado, con el fin de ser de la mejor ayuda para los demás. Para ser de la mejor ayuda, necesitamos entender plenamente el karma de cada persona. Necesitamos entender todo su comportamiento compulsivo del pasado, además de todas las otras variables de causas y condiciones que la han llevado a su estado presente, y necesitamos saber cuáles serán las consecuencias de todo aquello que le enseñemos. Para ver la interconexión completa de causa y efecto, especialmente las conexiones causales relacionadas con el karma, necesitamos dejar de aislar todo del resto de las cosas, dejar de meterlo en cajas mentales de clasificaciones y dejar de imaginar que así es como verdaderamente existen.

Así, necesitamos desarrollar, no solo la autodisciplina ética para superar el egocentrismo, sino también un interés sincero por los demás. También necesitamos autodisciplina para darnos cuenta de que la manera en que nuestra mente hace aparecer las cosas en cajas no corresponde con la realidad. Necesitamos ver la imagen más amplia.

Reflexión sobre el tercer nivel de autodisciplina ética

Según la estructura del camino gradual del lam rim, hay tres niveles de autodisciplina ética relacionados con el karma:

  • La disciplina para abstenerse del comportamiento destructivo compulsivo;
  • La disciplina para superar las emociones y actitudes perturbadoras que hay detrás del comportamiento compulsivo, sea negativo o positivo;
  • La disciplina para superar las limitaciones de la forma engañosa en que nuestra mente hace que aparezcan las cosas (para dejar de pensar en formas limitadas que meten las cosas en cajas mentales), y la disciplina para no ser apáticos y autocomplacientes con nuestra situación, para que podamos comprender el karma de los demás y ayudarlos a superarlo.

Mediante el uso de la meditación de discernimiento, reconozcamos cómo nuestra mente hace que las cosas aparezcan en cajas, aisladas de todo lo demás. Piensen en las personas que hay en esta habitación, o si están sentados en casa leyendo esto, piensen en la gente que ven en el autobús o en el metro. Las ven y es como si hubieran salido de la nada. Simplemente aparecieron ahí, y no nos aparece lo que les pasó en su casa esta mañana, o si tienen hijos o no, o si les fue difícil llegar aquí (nada de eso nos aparece). Debido a ello, realmente no sabemos cuál es su estado de ánimo, y no sabemos cuál será el efecto de lo que les digamos. Podrían estar muy cansados, disgustados o molestos por lo que les pasó esta mañana, o quizás no pudieron dormir lo suficiente. ¿Cómo podemos saberlo? Cuando aparece como si la gente saliera de la nada, sin antecedentes, ¿cómo podemos saber cuál es la mejor forma de ayudarlos?

De alguna manera tenemos que dejar de creer en esa apariencia y, en algún momento, tenemos que hacer que nuestra mente deje de hacer aparecer las cosas de esa manera. Entonces, incluso en esta etapa, aunque no sepamos lo que le pasó a alguien esta mañana, por lo menos podemos apreciar el hecho de que algo le pasó antes de que la viéramos. Si estamos muy interesados, podríamos preguntar, y no me refiero a interesados como si se tratara de una investigación científica. Estamos hablando de estar realmente interesados, con amor y compasión: “Deseo que seas feliz y que no seas infeliz”.

Tratemos de reconocer, entonces, cómo nuestra mente crea estas apariencias engañosas. Tratemos de ver cuán limitantes son cuando creemos que corresponden con la realidad, y cómo eso causa problemas.

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