Superar el egocentrismo y desarrollar el amor: el budismo

Afirmaciones generales

El budismo no afirma la creación ni un creador. Los continuos mentales de todos los seres sintientes no tienen comienzo. Los "seres sintientes" son seres vivos que actúan con intención y, como resultado, experimentan felicidad o infelicidad. Sin embargo, como las almas en el islam, la continuidad mental de los seres sintientes no tiene fin; pero, a diferencia del islam, no siempre permanecen asociados con la misma forma de vida. De hecho, no tienen una identidad intrínseca como forma de vida específica. Cada continuidad mental experimenta repetidos renacimientos con el cuerpo y la mente de un ser infernal, fantasma, animal, humano, ser semi-divino o divino, bajo la influencia de sus acciones compulsivas (kármicas) pasadas.

En el budismo, no hay juez ni Día del Juicio, ni fin de los tiempos, ni paraíso celestial ni infierno eternos. No es como en el islam, que es solo en esta vida como humano que uno es capaz de superar el egocentrismo. Más bien, el camino para superar el egocentrismo abarcará una enorme cantidad de renacimientos y estos pueden ser con cualquiera de las formas de vida mencionadas anteriormente. 

Cuando uno supera el egocentrismo, supera el renacimiento incontrolablemente recurrente (sct. samsara) y obtiene la liberación, que no se concibe como un renacimiento en un cielo o paraíso. Más allá de la liberación, uno puede progresar aún más para convertirse en un buda iluminado. Un buda no es un creador omnipotente, sino un maestro omnisciente y amoroso con pleno conocimiento de cómo ayudar a todos los demás a alcanzar la liberación también. Hay muchos budas, no solo uno.

La liberación y la iluminación en el budismo, sin embargo, son estados eternos, como lo son el paraíso y el infierno en el islam. Como en el paraíso, uno experimenta la felicidad eterna como un ser liberado o iluminado, aunque los seres liberados a veces pueden experimentar un sentimiento neutral cuando se hunden en estados profundos de concentración.

Paralelamente a la afirmación musulmana de que todos los seres humanos pueden alcanzar el paraíso si superan el egocentrismo, el budismo afirma que todos los seres sintientes, sin importar su forma de vida actual, pueden alcanzar la liberación y la iluminación, también superando el egocentrismo. Pero el budismo no afirma el infierno eterno para aquellos que fracasan en esta tarea durante su vida humana actual. Incluso si tales seres renacen en un reino del infierno como resultado de sus actos egoístas y destructivos, ese renacimiento infernal en algún momento llegará a su fin. A través de nuevos renacimientos continuos, podrán seguir trabajando hacia la liberación y la iluminación.

Según el budismo, uno puede arrepentirse de su comportamiento destructivo en el pasado en cualquier momento; y, como en el islam, el arrepentimiento incluye la promesa de no repetir la acción negativa y contrarrestar sus efectos con acciones positivas. Pero a diferencia del islam, el perdón, incluso el del Buda, no está involucrado en el proceso de purificación. Esto se debe a que la ética no se basa en la obediencia a una autoridad superior y el Buda no es un juez que premia o castiga.

El no darse cuenta como causa del egocentrismo

El budismo no afirma un alma per se, sino que afirma que un yo (como persona individual, conocido convencionalmente como "yo") es meramente un fenómeno de imputación (tib. btags-pa) sobre una continuidad mental individual de momentos siempre cambiantes de cuerpo y mente. Un fenómeno de imputación no es una forma de fenómeno físico, ni una forma de darse cuenta de algo (tib. ldan -min 'du-byed) y es inseparable de su base de imputación (tib. gdags-gzhi). Otro ejemplo de un fenómeno de imputación sobre la base de una continuidad individual de cuerpo y mente dentro de una vida, es la edad. Un yo, sin embargo, es un fenómeno de imputación sobre tal continuidad, incluso cuando el individuo se ha liberado o iluminado. Sin embargo, al igual que con el alma en el islam, una persona o "yo" se ve afectado por muchas causas y condiciones, tiene partes y no puede existir independientemente del cuerpo y la mente.

Tengamos en cuenta que ni el alma en el islam ni el yo en el budismo son como el alma (sct. atman) que se afirma en la mayoría de las tradiciones indias no budistas. El atman es estático, no se ve afectado por nada, es una mónada sin partes y, cuando se libera del renacimiento incontrolablemente recurrente, existe independientemente del cuerpo y la mente.

Todas las emociones negativas y el comportamiento destructivo se derivan del no darse cuenta (sct. Avidya, tib. Ma-rig-pa, ignorancia) acerca de la causa y efecto conductual y, más profunda y finalmente, del no darse cuenta de cómo existe el yo. O no sabemos, o sabemos incorrectamente. En el islam, el olvido hace que el corazón se cubra con manchas oscuras con respecto a la propia disposición innata hacia Dios; mientras que, en el budismo, el no darse cuenta hace que la mente esté velada por el oscurecimiento con respecto a la causa y el efecto y a cómo existe el yo de las personas. Sin embargo, el no darse cuenta no es como olvidarlos. No es que al nacer la mente de todos sea pura y sean conscientes de estos hechos, y luego los olviden por desobediencia. Los seres sintientes nunca fueron innatamente conscientes de la realidad de la causa y el efecto y de sí mismos, y ese no darse cuenta no tiene principio.

En el budismo, el olvido se menciona principalmente como uno de los elementos que disuaden la concentración. En primer lugar, es necesario haber averiguado la forma en que funcionan la causa y el efecto y la forma en que existe el yo. Entonces, una vez que uno ha comenzado la práctica de la meditación para enfocarse, con concentración y comprensión, en cualquiera de estos dos hechos fundamentales de la realidad, el olvido es un obstáculo que hace que uno pierda el objeto de enfoque.

El olvido es superado por la recordación (presencia mental) (sct. smrti, tib. dran-pa), un término que también significa "recordar", pero en este contexto se refiere al factor mental que funciona como un "pegamento" mental, manteniendo la atención en un objeto para que no se pierda.

La repetición de varias sílabas y frases en forma de mantras se utiliza como método para mantener la recordación en un estado mental, como el amor, que uno está generando. El término "mantra" en sánscrito significa, literalmente, "protección de la mente". Por lo tanto, la repetición de mantras en el budismo, similar a la repetición de dhikr en el sufismo, nos ayuda a no olvidar o perder el objeto de atención.

Cuando nos damos cuenta de cómo existimos nosotros y los demás, imaginamos, por ejemplo, y creemos que existimos de una forma imposible. Las formas imposibles incluyen, por ejemplo, existir como alguien que siempre tiene la razón, como alguien que es más importante que todos los demás y que siempre debe salirse con la suya, independientemente de las circunstancias. Al identificarnos con este inexistente llamado “yo falso”, uno se vuelve egocéntrico y egoísta. Este egocentrismo no solo conduce a emociones negativas y comportamiento destructivo, sino que una actitud egocéntrica también puede infectar emociones positivas y comportamientos constructivos. Por ejemplo, podemos volvernos moralistas e inflexibles al esforzarnos, de una manera egoísta y auto-engrandecida, por ser siempre "buenos", por ser "perfectos". Como ocurre con la entrega total a Dios en el islam, es necesario erradicar completamente el egocentrismo; de lo contrario, no se lleva una vida puramente ética. Uno debe quitar completamente los velos del no darse cuenta.  

El no darse cuenta no se concibe en el budismo como un alma o yo inferior innato que necesita ser superado, en el sentido de suprimir su influencia, para eliminar el egocentrismo. El no darse cuenta debe ser erradicado por completo mediante una correcta comprensión de la realidad. En cuanto a la realidad de las personas, la realidad es que nosotros y los demás no existimos de las formas imposibles que imaginamos. La ausencia total de este yo falso, en realidad (que no corresponde a nada real) se conoce como “vacuidad” (sct. shunyata, tib. stong-pa-nyid, vacuidad), una negación que aproximadamente significa “no existe tal cosa". No existe tal cosa como este yo falso. El yo real no existe en la manera de un yo falso.

Ética basada en la comprensión correcta

Para obtener una comprensión correcta de la realidad o vacuidad del yo, es necesario acumular la fuerza positiva necesaria para romper el velo del no darse cuenta. Uno construye esta fuerza positiva llevando una vida ética. Para llevar una vida ética, es necesario superar el no darse cuenta de la causa y efecto del comportamiento. Por lo tanto, superar el no darse cuenta de la causa y efecto debe preceder a superar el no darse cuenta de la realidad del yo.

El Buda enseñó los principios de causa y efecto conductual con las enseñanzas sobre el karma. "Karma" se refiere a la compulsividad que nos lleva a actuar bajo la influencia del no darse cuenta. Uno no sabe, o sabe incorrectamente, cuál será el resultado de su comportamiento. Y, en un nivel más profundo, uno no sabe, o sabe incorrectamente, cómo existimos nosotros y los demás. Debido a este nivel más profundo de no darse cuenta, entonces, como resultado de la inseguridad, uno actúa, habla y piensa de manera compulsiva en un intento inútil de hacer sentir seguro al yo falso.   

Las enseñanzas sobre el karma se presentan en los textos de abhidharma, que significa temas especiales de conocimiento. El Buda indicó qué formas de actuar, hablar y pensar son destructivas y conducen a la infelicidad y al sufrimiento, y qué formas son constructivas y conducen a la felicidad. Algunas formas de actuar, hablar y pensar el Buda no las indicó como constructivas o destructivas. Aunque sean éticamente neutras, la mayoría no obstruye la liberación (como comer y dormir), mientras que algunas la obstruyen (como el pensamiento conceptual) y finalmente deben superarse.

Para la comunidad monástica de monjes y monjas, el Buda indicó las reglas de disciplina, codificadas en los textos del vinaya. Basado en la experiencia de la vida comunal célibe, cuando surgían problemas dentro de la comunidad o con la sociedad laica a su alrededor, el Buda promulgaba nuevas reglas para evitar que se repitieran. Por ejemplo, un monje no puede estar solo en una habitación con una mujer. Sin embargo, tales reglas no aplican a la sociedad en general. Así, algunas acciones destructivas son naturalmente destructivas (como matar o robar), mientras que otras están prohibidas para ciertas personas, como monjes y monjas, por ser perjudiciales para su camino espiritual o para el bienestar de la comunidad monástica. Incluso para los jefes de familia, el Buda y los maestros budistas posteriores recomendaron ciertas acciones (como la modestia en la comida y el sueño) y desalentaron otras (como participar en un trabajo pesado) como perjudiciales para la práctica de la meditación para ganar concentración unipuntual.

Aunque los monjes y monjas prometen no transgredir las reglas de disciplina del vinaya, y se alienta tanto a los monjes como a los jefes de familia a evitar el comportamiento destructivo descrito en los textos del abhidharma, ni el vinaya ni el abhidharma se consideran "sagrados" de la misma manera que los musulmanes consideran el Corán y la Shari'ah. Los textos budistas son pautas que hay que estudiar y seguir porque se está convencido racionalmente de que son lógicos y tienen sentido. A uno nunca se le anima a seguir sus pautas como un acto de sumisión y obediencia. Sin embargo, tanto si uno sigue las tradiciones vinaya abhidharma como si obedece la Shari'ah, hacerlo conduce a una vida feliz y a una sociedad armoniosa.

Pero el budismo enseña que llevar una vida ética aún puede estar teñido de egocentrismo. La práctica egocéntrica de la ética puede traer un renacimiento más elevado, ya sea como humano o en un reino celestial divino, pero la felicidad de tales renacimientos solo será temporal y limitada. Uno no puede llevar una vida ética pura, libre de todo egocentrismo, y alcanzar la felicidad eterna e ilimitada de la liberación o la iluminación hasta que uno supere, también, la ignorancia de cómo existe el yo.

La ética en el budismo, entonces, se basa en los hechos de la realidad, no en leyes dadas por un creador, ni siquiera en leyes elaboradas por el Buda histórico. El Buda comprendió los verdaderos sufrimientos y sus causas verdaderas, y enseñó la verdadera comprensión de la realidad que traerá el logro de su verdadera detención definitiva. Estas se conocen como las "Cuatro Verdades Nobles". Si uno comprende lo que el Buda enseñó sobre la realidad, entonces comprende la causa y el efecto del comportamiento y cómo el yo no existe de las formas imposibles que uno imagina y proyecta.

Seguir la ética en el budismo, entonces, no tiene nada que ver con la entrega y la obediencia a la voluntad del creador. Tiene que ver con obtener una comprensión correcta de la realidad. Sin embargo, como en el islam, los humanos tienen la opción de seguir la ética o no. Si no la siguen, el budismo lo considera resultado del no darse cuenta o confusión; el islam lo explica como desobediencia, derivada de la naturaleza del yo inferior.  

En resumen, tanto el budismo como el islam explican que seguir la ética se basa en aceptar la causa, el efecto y la realidad. Sin embargo, las formas de comprenderlos y aceptarlos son diferentes. En el islam, la realidad es la Unidad de Dios, quien, por amor, ha dado el código de ética de la Sharia a través del mensajero de Dios, Mahoma. Uno entrega su alma inferior en un acto de sumisión a Dios dando testimonio de la realidad a través de la declaración de la fórmula de la fe: "No hay más Dios que Dios, y Mahoma es el mensajero de Dios". A través de esta declaración, conocida como “dar testimonio”, uno se somete a seguir obedientemente la Sharia, el código de ética que Dios dio y, al hacerlo, se supera el egocentrismo. En el islam, entonces, Dios creó la relación causal entre la sumisión a Dios y la superación del egocentrismo.

Por el contrario, en el budismo, las leyes de causa y efecto no tienen creador; son el orden natural de la realidad. La realidad es que, no solo el yo, sino en realidad nada existe de manera imposible; y debido a ese hecho, la causa y el efecto del comportamiento operan sin ningún impedimento. Uno supera el egocentrismo, entonces, mediante la comprensión y aceptación de las leyes naturales de la realidad sobre cómo todo existe y sucede en la vida.

Tomar refugio

En el budismo, uno se refugia en el Buda, el Dharma y la Sangha, lo que significa darle una dirección segura a la vida. La dirección segura del Dharma se refiere a la verdadera detención de todos los niveles de no darse cuenta en una continuidad mental y la verdadera comprensión que produce su logro. Los budas han logrado esto en su totalidad y han enseñado a otros la forma de lograrlo ellos mismos; la Sangha es la comunidad de seres altamente realizados, que han logrado esto en parte. Al refugiarse en el Buda, el Dharma y la Sangha, uno no se entrega a ellos. Más bien, darle la dirección segura del refugio a nuestra vida implica aceptar y seguir lo que el Buda enseñó sobre la causa y efecto del comportamiento y sobre la realidad, esforzándose por comprenderlos correctamente y viviendo la vida de acuerdo con ellos.

En primer lugar, es necesario superar el no darse cuenta de la causa y el efecto conductual y el egocentrismo que trae este no darse cuenta. Uno los supera al comprender que el comportamiento destructivo conduce al sufrimiento y, por lo tanto, se abstiene de todos los actos destructivos. Hacerlo trae un renacimiento superior, ya sea como humano o en un reino celestial divino. La felicidad de cualquiera de tales renacimientos, sin embargo, es sólo temporal. Más profundamente, uno necesita superar el no darse cuenta de la realidad de cómo existe y el egocentrismo más profundamente arraigado que produce ese no darse cuenta. Los superamos adquiriendo una comprensión correcta de la realidad más profunda de cómo existimos. Esto produce la liberación del renacimiento incontrolablemente recurrente y la verdadera felicidad eterna.

Por lo tanto, comprender y aceptar la realidad convencional de causa y efecto y la realidad más profunda de la vacuidad son dos pasos en el budismo. En el islam, comprender y aceptar la ética y la realidad se combinan en un solo paso. Comprender y aceptar la realidad más profunda de la Unidad de Dios significa aceptar y seguir las leyes de causa y efecto éticos reveladas por el mensajero de Dios, Mahoma.

Entonces, refugiarse no es un acto de entrega o sumisión del alma inferior a Dios y al alma superior, sino que implica renunciar y liberarse del no darse cuenta. Sin embargo, tanto la entrega como la renuncia son actos de renunciar a las causas de la infelicidad y el sufrimiento. En el budismo, uno los abandona porque comprende y acepta la realidad más profunda y la causa y efecto conductual.

Naturaleza búdica

La tradición tibetana del budismo habla de la naturaleza búdica propia, que se refiere a los factores innatos en todos los seres, no solo durante su vida humana, que les permiten alcanzar la budeidad. Entre estos factores están (1) la conciencia profunda (sct. Jnana, tib. Ye-shes) que es capaz de comprender toda la realidad, y (2) la realidad o vacuidad de la mente misma y de la persona. Todo el mundo es capaz de alcanzar la iluminación porque, en el nivel más profundo, todas las personas tienen la capacidad de la conciencia profunda, y ellos y su mente no existen de manera imposible. Estos factores están ocultos como un secreto, velados por el no darse cuenta. Uno recuerda la descripción en el islam del alma inferior que tapa al alma superior secreta, que es tanto el intelecto superior como la realidad, el aliento de vida dado por Dios. Sin embargo, los factores de la naturaleza búdica no se conciben como un alma, sino que la continuidad sin principio y eterna de estos factores es la base sobre la cual una persona o yo es un fenómeno de imputación.                

Al aquietar los niveles más burdos de la mente a través de varios métodos de meditación (como enfocarse en las naturalezas convencionales y más profundas de la mente), uno obtiene acceso a los factores más profundos de la naturaleza búdica y activa la conciencia profunda contenida entre ellos. Uno comprende la realidad de la naturaleza más profunda, que siempre ha existido, increada y oculta, sin principio.    

Amor

El amor en el budismo es necesario para construir la fuerza positiva (sct. punya, tib. Bsod-nams, “mérito”) necesaria para comprender la realidad. Es el deseo de que todos los seres sean felices y tengan las causas de la felicidad, basado en la comprensión de la realidad de la interconexión e igualdad de todos los seres. Todos los seres son iguales, no porque sean igualmente creaciones de Dios, como en el islam. Todos los seres son iguales porque, en las vidas iniciales, todos en algún momento han sido todo para los demás. A veces nos han ayudado, a veces nos han hecho daño y a veces han sido totalmente desconocidos. Por lo tanto, no hay razón para sentirse atraídos por algunos, repelidos por otros o indiferentes hacia otros. Debido al renacimiento sin principio y la interconexión, todos somos iguales.             

Sobre la base de esta ecuanimidad emocional y apertura hacia todos, el budismo enseña una forma tanto emocional como racional de desarrollar el amor y la compasión (el deseo de que todos los demás estén libres del sufrimiento y las causas del sufrimiento).    

  • La forma emocional es darse cuenta de que, debido al renacimiento sin principio, todos en algún momento han sido madres y han mostrado una bondad extraordinaria. Al recordar y apreciar cómo la supervivencia de uno dependía de su cuidado maternal, afectuoso y amoroso cuando uno era un bebé indefenso, se desarrolla una gratitud sincera. Entonces, naturalmente, uno se siente afectuoso y preocupado por su bienestar cuando se vuelve a encontrar con ellos en esta vida. Con amor se desea que sean felices y, con compasión, que se liberen de la infelicidad y el sufrimiento.
  • La forma racional de desarrollar el amor y la compasión es darse cuenta de que todos quieren por igual ser felices y no infelices. Además, todos tienen el mismo derecho a la felicidad y a estar libres de infelicidad. Dado que nuestro cuerpo proviene de sustancias producidas por el cuerpo de otros, es decir, los padres, el cuerpo de todos se ha derivado de manera similar de los cuerpos de otras dos personas. De esta forma, así como se puede atender las necesidades de este cuerpo que se considera propio, con el deseo amoroso de ser feliz, se puede igualmente desarrollar el amor y atender las necesidades de los demás. Esto se debe a que el cuerpo de nadie pertenece a un "yo" que existe independientemente de los demás. Es necesario deshacerse del sufrimiento y la infelicidad, no porque sean "míos" o "tuyos". Como ha enseñado el gran maestro budista Shantideva: el sufrimiento no tiene dueño. Hay que deshacerse del sufrimiento simplemente porque duele.

Tal amor y compasión, ya sea que se desarrollen emocionalmente, racionalmente o mediante una combinación de ambos, no dependen del comportamiento ético de los demás. Sin embargo, no descartan tomar medidas enérgicas, cuando sea necesario, para evitar que otros causen daño. El amor por todos los seres, entonces, no se sigue del amor por el Buda. Más bien, cuando uno comprende la realidad de cómo existe uno mismo y todos los demás, el amor que uno siente por todos los seres se vuelve puro e inquebrantable.

Resumen

En resumen, tanto el islam como el budismo enseñan métodos efectivos para superar el egocentrismo y desarrollar el amor. Las diferencias en los métodos que emplea cada una de estas religiones se derivan de sus afirmaciones sobre el alma o el yo, la ética, la causa y efecto del comportamiento, la realidad y el intelecto superior o conciencia profunda. Cuando entendemos que el islam y el budismo tratan los mismos temas y, a través de los métodos que derivan de sus explicaciones, ayudan a las personas a lograr los mismos objetivos de superar el egocentrismo y desarrollar el amor, nuestro respeto mutuo aumentará. La comprensión de las similitudes y el respeto por las diferencias forman la base estable de la armonía religiosa.

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