Planteamiento del problema
La actividad mental más básica en cada momento de nuestra experiencia es la de producir objetos mentales e involucrarnos con ellos simultáneamente. Sin embargo, si el objeto real que percibimos con la conciencia cual espejo es meramente una apariencia que crea nuestra mente, esto despierta una incógnita. ¿Cómo sabemos que la interpretación que nuestra conciencia de la realidad hace de lo que vemos o escuchamos es verdadera?
Por ejemplo, supongamos que notamos una expresión en el rostro de nuestro amigo y nuestra mente lo hace aparecer como si estuviera enojado con nosotros. ¿Cómo sabemos que lo que percibimos es preciso, de tal forma que podamos responder apropiadamente con la conciencia del logro? Después de todo, la paranoia puede hacer que pensemos que alguien nos está desaprobando cuando él o ella simplemente tiene dolor de estómago. Esto fácilmente puede causar que hagamos el ridículo.
Confirmar la validez convencional de lo que sentimos
El maestro budista indio del siglo VI, Chandrakirti, explicó tres criterios para validar cualquier percepción. Primero, lo que percibimos necesita ser bien conocido en el mundo. Por ejemplo, cuando la gente se enoja y desaprueba a alguien, puede fruncir el ceño y torcer la boca. Sin embargo, esta convención no es universal. En algunas sociedades, la gente muestra su desaprobación alzando las cejas y haciendo el sonido “tsk”. Los perros, por otro lado, gruñen. Con la conciencia de igualdades, necesitamos correlacionar lo que vemos o escuchamos con la convención social apropiada. También necesitamos aplicar la conciencia de igualdades para comparar lo que vemos con el patrón de comportamiento personal del individuo, lo cual nos dice si nuestro amigo generalmente expresa su enojo de esa manera.
Segundo, lo que percibimos no debe ser contradicho por una mente que ve de forma válida los hechos convencionales de la realidad: lo que son las cosas. Por lo tanto, incluso antes de aplicar el primer criterio, posiblemente necesitemos acercarnos más o ponernos lentes. Necesitamos asegurarnos de que lo que vemos no está distorsionado por la distancia o por mala visión. Si no hay algo malo con nuestra conciencia cual espejo y lo que percibimos se ajusta al patrón correcto, entonces necesitamos corroborar nuestra conclusión con otra evidencia. Podemos apoyarnos en más observación y en conversar con nuestro amigo y con aquellos cercanos a él o ella.
El enojo surge de una amplia gama de causas y circunstancias, las cuales incluyen el bagaje emocional de alguien, sus antecedentes personales, familiares y sociales, y un incidente que desencadene el surgimiento del enojo. Todo lo que surge de causas y circunstancias produce efectos. Por eso, si nuestro amigo está molesto con nosotros, él o ella puede hacer esto o aquello y respondernos de esta u otra manera. Esto sucederá sea que nuestro amigo esté consciente o no de su enojo y sea que esté dispuesto o no a discutirlo. Necesitamos buscar más evidencia con la conciencia cual espejo e identificar los patrones con la conciencia de igualdades.
En resumen, la habilidad para producir un efecto es lo que distingue si lo que percibimos convencionalmente es o no un producto de nuestra imaginación. Así, con estos dos primeros criterios discriminamos entre apariencias correctas y distorsionadas, y entre entendimientos correctos y distorsionados de lo que las apariencias correctas significan convencionalmente. Sin embargo, esto sigue siendo insuficiente.
Supongamos que la apariencia que percibimos del ceño fruncido de nuestro amigo es correcta, que no es una distorsión debida a nuestra mala visión o a una iluminación insuficiente. Supongamos también que la persona proviene de una sociedad que comparte la costumbre de mostrar esta expresión cuando hay enojo. Además, seguir estas convenciones es un comportamiento normal en nuestro amigo cuando se encuentra en ese estado de ánimo. Aún más, supongamos que ya hemos verificado otra evidencia: nuestro amigo nos fulminó con la mirada cuando llegamos y se quedó callado cuando lo saludamos. Por lo tanto, nuestro entendimiento y etiquetado del significado de su mirada son correctos. Nuestro amigo está realmente enojado con nosotros y no sólo tiene un malestar estomacal. Aún así, nuestro amigo puede aparecer ante nosotros como una persona ridícula que siempre está enojada y molesta. En consecuencia, podemos reaccionar de forma exagerada y enojarnos también. Para confirmar la validez de esta apariencia, necesitamos un tercer criterio. La apariencia que produce nuestra mente no debe ser contradicha por una mente que percibe válidamente el hecho más profundo de la realidad: cómo existen las cosas.
Validar el hecho más profundo de la realidad de acuerdo con la postura del vacío de sí mismo
De acuerdo con la postura del vacío de sí mismo, como lo explica la tradición guelug, el hecho más profundo de la realidad es que todo existe desprovisto de formas imposibles y fantasiosas. Sin embargo, a menos que seamos un ser iluminado, nuestra mente crea automáticamente una apariencia engañosa de cómo existe nuestro amigo. Después mezcla una apariencia de un modo de existencia que no corresponde con la realidad con una que sí lo hace. En otras palabras, nuestra mente fabrica una apariencia de un modo imposible de existencia, como la de una persona verdaderamente ridícula. Luego la proyecta sobre la apariencia de nuestro amigo que existe como realmente lo hace, simplemente como una persona que por el momento se encuentra enojada con nosotros debido a causas y circunstancias. Cuando creemos que la fantasía proyectada se refiere a algo real y que nuestro amigo realmente existe de la forma en que nuestra mente lo hace aparecer engañosamente, podemos reaccionar de manera exagerada. Por lo tanto, necesitamos emplear el tercer criterio para validar el modo de existencia de lo que percibimos.
Examinemos este punto más de cerca. La apariencia confusa que produce nuestra mente cuando vemos la visión de la cara fruncida de nuestro amigo, es que él o ella es realmente una persona enojona y ridícula. Nuestro amigo aparece como alguien que siempre se pone furioso ante las cosas más triviales, que no tiene remedio y que nunca va a cambiar. No aparece como si sólo estuviéramos etiquetando correctamente la expresión que vemos con el significado de que en este momento nuestro amigo está enojado. Tampoco aparece simplemente que nuestro amigo, como alguien que está enojado en este momento, es meramente lo que esta etiqueta significa, basada en los diversos aspectos de su expresión facial y en diversas causas y circunstancias. En lugar de ello, aparece como si pudiéramos señalar una característica inherente en nuestro amigo, que le da la identidad aparentemente concreta de una “ persona realmente enojona y ridícula”, por ejemplo, un defecto permanente de su carácter.
Supongamos que nuestro amigo realmente existiera con una característica inherente que pudiéramos encontrar, que lo volviera una persona realmente enojona. Eso haría que nuestro amigo estuviera enojado continuamente, siempre, sin importar lo que pudiera pasar o lo que pudiéramos hacer. Esto es absurdo. No importa qué tan enojado o molesto pueda estar alguien en un momento dado, nadie existe así de forma inherente.
Por lo tanto, si nuestra mente confusa produce la apariencia de nuestro amigo como inherentemente inmaduro, lo cual provoca que lo veamos con desaprobación, impaciencia y enojo, lo que percibimos es invalidado por una mente que ve correctamente el vacío de sí mismo. Dicha apariencia no se refiere a nada real. Aunque nuestro amigo pueda estar enojado con nosotros ahora y esté actuando de manera inmadura, nadie existe como una persona incorregible e inherentemente hipersensible. Nadie existe con una falla permanente que siempre lo haga guardar rencores eternos cuando es alterado por el enojo. El comportamiento inmaduro y alterado de las personas surge en dependencia de causas y circunstancias. Cuando cambiamos las variables que afectan la situación, el comportamiento de la persona también cambia.
Validar los hechos convencionales y más profundos de la realidad de acuerdo con el punto de vista del vacío de otro
De acuerdo con la explicación del vacío de otro dada por la tradición karma kagyu, la mente de luz clara más sutil da surgimiento a nuestras experiencias. Los contenidos de cada momento de experiencia consisten en dos aspectos inseparables: percibir algo y que algo sea percibido. Cuando nuestras experiencias son acompañadas por instintos de confusión, nuestra mente produce “ apariencias dualistas”. La “creación de apariencias dualistas” causa que el aspecto perceptual de una experiencia y el objeto percibido al cual se dirige, aparezcan como si fueran fenómenos totalmente separados y sin relación alguna. Parece como si nuestra mente estuviera en algún lugar “ aquí adentro” mirando hacia afuera, y la visión o apariencia que vemos estuviera sentada “allá afuera”, esperando que la veamos. Tal mente y objeto mental son fenómenos totalmente imaginarios. Una mente que percibe válidamente los hechos convencionales de la realidad, contradice dicha apariencia confusa.
Las apariencias dualistas también son contradichas por una mente que válidamente percibe los hechos más profundos de la realidad, es decir, una mente que se da cuenta del vacío de otro. El vacío de otro es el nivel más sutil de la actividad de la luz clara. Dicha actividad está desprovista de todos los niveles más burdos, tales como aquellos que producen estas apariencias dualistas y aquellos que creen en ellas. El hecho más profundo de la realidad es que la actividad pura de este nivel más sutil es meramente producir apariencias no dualistas. Semejante actividad mental contradice todas las apariencias de dualismo.
Consideremos nuestro ejemplo anterior. Cuando nos encontramos con nuestro amigo, nuestra mente de luz clara da surgimiento a una apariencia de la visión de su cara y al acto de verla. Entonces, bajo la influencia de los instintos de la confusión, un nivel de actividad mental ligeramente más burdo produce una apariencia dualista. El objeto y la mente que participan en la experiencia parecen estar divididos en dos fuerzas opuestas. La cara de enojo parece ser algo verdaderamente molesto “allá afuera”, que nosotros, los inocentes espectadores “aquí adentro”, hemos tenido el infortunio de ver. Identificamos al objeto que aparece como un “tú” concreto y a la mente que lo percibe como un “yo” concreto, confrontando al uno con el otro. Al creer que esta apariencia corresponde con la realidad, sentimos que no nos podemos relacionar con nuestro amigo. Pensamos que él o ella es una persona verdaderamente sin remedio, que siempre está enojada y molesta. También sentimos lástima por nosotros mismos como una víctima verdaderamente inocente que siempre es atormentada de forma injusta por esa persona ridícula. Totalmente indignados con estas confrontaciones, decidimos no volver a ver a nuestro amigo jamás.
Si revisamos esta apariencia de dos facciones sólidamente opuestas, una “aquí adentro” y otra “ allá afuera”, nos damos cuenta de que no concuerda con la realidad. Todo lo que ha ocurrido en el incidente ha sido el surgimiento de una experiencia, el ver algo visible, y esto visible que aparece como la cara molesta de nuestro amigo. Por supuesto que esto visible ha surgido en dependencia de nuestro amigo, de nuestra mente y de nuestros ojos. Sin embargo, si vamos a responder de una manera equilibrada y sensible, necesitamos entender que la experiencia no se compone de un héroe trágico que enfrenta la embestida de fuerzas abrumadoras enviadas por los dioses. Dicha visión de la experiencia es una completa fantasía.
Aceptar los hechos convencionales de la realidad que válidamente experimentamos
Consideremos las implicaciones de los puntos anteriores para el desarrollo de una sensibilidad equilibrada. Por ejemplo, supongamos que nos vemos en el espejo a primera hora de la mañana y nos vemos gordos y viejos, con un barro en la nariz. Sentimos repugnancia ante nuestra apariencia. ¿Qué opciones tenemos?
Necesitamos validar la precisión de lo que vemos. ¿Es totalmente imaginario? Verificamos la imagen y nuestra evaluación de la misma bajo varios criterios. Encendemos la luz y miramos el espejo más de cerca. ¿Es sólo la mala iluminación lo que nos hace ver gordos? ¿Hemos incluido una sombra como parte de nuestra cara? Nos tocamos la nariz, y si hay un barro, debería producir el efecto de una cierta sensación física en nuestro dedo. Además, consideramos si en nuestra sociedad la aparición de canas definitivamente significa que estamos viejos, aún si hay quienes las tienen desde los treinta años. Quizás estemos viejos comparados con un niño, pero ¿estamos viejos comparados con nuestra abuela?
Supongamos que descubrimos que lo que vemos en el espejo es preciso y no un producto de nuestra imaginación. Nuestra única alternativa es aceptar la realidad. Negar lo que vemos, nunca volver a vernos en el espejo o aplicar ingeniosamente maquillaje sobre el barro y tinte en el cabello, no va a cambiar el hecho de que hemos experimentado una apariencia correcta. Nuestra cara está gorda, vieja y tiene un barro en la nariz. ¿La apariencia que vemos de nuestra cara después de aplicar los cosméticos cambia lo que vimos en el espejo al despertarnos por la mañana?
Después de haber determinado que lo que vemos no es una total fantasía, lo único que nos queda es una opción razonable. Nos guste o no, necesitamos aceptar lo que vemos. Nuestra mente ha dado surgimiento a la apariencia convencionalmente válida de una cara gorda y vieja con un barro en la nariz y a la experiencia de verla con precisión. Eso es todo. Solamente con base en la aceptación calmada de una situación real, podemos manejarla con sensibilidad y responder equilibradamente.
Rechazar las apariencias que contradicen los hechos más profundos de la realidad
Normalmente, nuestra mente no da surgimiento a la apariencia de nuestra cara meramente como gorda y vieja. Sobrepone una imagen de nosotros como realmente gordos y realmente viejos. Al ver nuestra apariencia así en el espejo y al creerla verdadera, reaccionamos de forma exagerada. Nos deprimimos y sentimos repugnancia hacia nosotros mismos. La visión de la cara que vemos no parece ser “yo” y queremos negarla.
Sin embargo, si la persona que vemos reflejada en el espejo no somos nosotros, ¿quién es? Ciertamente no es alguien más, o nadie. No tenemos más alternativa que aceptar el hecho de que, basados en la apariencia que vemos de esa cara gorda y vieja, tenemos que admitir que ese soy “yo”. Sin embargo, cuando proyectamos sobre la mera apariencia una exageración de su forma de existencia y pensamos: “¡esta es una persona realmente gorda y realmente vieja, qué repugnancia!”, y cuando identificamos el “yo” con alguien que tiene la figura de una sexy y joven estrella de cine, nos hemos sumergido en el reino de la fantasía. Nos identificamos con la persona que mira el espejo y comenta dentro de nuestra cabeza. Consideramos a esta persona horrorizada como un “yo” sólido, por el cual somos vanidosos y por quien nos preocupamos de que esté realmente gordo y viejo. Adicionalmente, identificamos a la horrorosa figura que vemos en el espejo como algo que ciertamente no soy “yo” y la rechazamos por completo.
Sentimos como si estuvieran presentes dos personas concretas: (1) una persona indignada, sentada dentro de nuestra cabeza, que mira a través de nuestros ojos y que existe concretamente como “yo” y (2) una cosa vieja, gorda y horrorosa, que mira desde el espejo y que existe concretamente como alguien que no tiene nada que ver conmigo o con mi “yo”. Esta sensación dualista no se refiere a nada real. No existimos como la Bella que mira a la Bestia, a pesar de lo que pensemos o sintamos.
Esto no quiere decir que necesitamos ser el mártir y resignarnos a ser la Bestia. Eso sólo nos causaría sentir lástima por nosotros mismos o reprimir nuestras emociones. Así como no nos identificamos con la Bella, tampoco nos identificamos con la Bestia. La Bella y la Bestia son personajes ficticios, nadie puede existir como alguno de los dos. Un correcto entendimiento de la vacuidad de sí mismo corrobora ese hecho. Cuando comprendemos este punto, rechazamos las apariencias y sentimientos que percibimos como un completo disparate. Nuestro entendimiento profundo revienta los globos de nuestra fantasía. En consecuencia, evitamos o dejamos de reaccionar exageradamente. Esto sucede aun si nuestra familia o sociedad nos han enseñado a considerarnos como la Bella o como la Bestia, y aun si otros nos han tratado como tales. Nuestra convicción en la realidad disipa nuestra creencia en su opinión superficial.
Una mente que se enfoca correctamente en el vacío de otro, también invalida la apariencia dualista de la Bella y la Bestia. Nuestra mente de luz clara meramente está produciendo la experiencia de ver algo visible. Cuando nos enfocamos en esa actividad mental pura, podemos rechazar la apariencia dualista del ver y de lo visible como si fueran la Bella y la Bestia. El dualismo que imaginamos es como las dos pastas abiertas de un libro de fantasías. Nuestro entendimiento profundo cierra el libro, termina con el cuento de hadas y nos regresa a la realidad. Así, también evitamos o dejamos de reaccionar de manera exagerada.
Podemos entender el proceso de rechazar la fantasía considerando el ejemplo de ver a alguien vestido como Santa Claus. Cuando nos damos cuenta de que Santa Claus es sólo un mito, podemos fácilmente disipar nuestra creencia en que la persona existe como quien aparenta ser. Al enfocarnos en la ausencia de un Santa Claus real, podemos ver a la persona bajo el disfraz como quien realmente es. En consecuencia, podemos relajarnos y divertirnos durante el encuentro. Sin embargo, descartar un engaño requiere bondad, entendimiento y perdón. De otra manera, nos infligimos serias heridas al pensar que hemos sido unos idiotas y al sentirnos culpables después por cómo nos sentimos o por cómo nos comportamos.
Ejercicio 11: Validar las apariencias que percibimos
Comenzamos la primera fase de este ejercicio imaginando que después de la comida vemos nuestro fregadero lleno de algo. Parece una pila de platos sucios, pero desearíamos que fuera algo más. Nos imaginamos usando varios criterios para validar lo que vemos. Por ejemplo, encendemos la luz y verificamos si el fregadero está realmente lleno de platos sucios o de paquetes de comida congelada en proceso de descongelación. Después de confirmar que de hecho son platos sucios, no tenemos más remedio que aceptar lo que vemos como preciso. Nos imaginamos mirando los platos con una aceptación calmada, tratando de verlos como lo que son, simplemente platos sucios en el fregadero, ni más ni menos.
A continuación, recordamos haber visto semejante visión y tratamos de traer a nuestra mente cómo se veían los platos y cómo nos sentíamos nosotros. Pueden haber parecido un desorden repugnante y, en nuestra reticencia a lavarlos, podemos habernos sentido como una prima donna, demasiado buenos como para ensuciarnos las manos. Al pensar en dicha escena ahora, tratamos de revivir ese sentimiento. Entonces, reflexionamos en que estamos exagerando la situación: son solamente platos sucios en el fregadero y nosotros somos solamente un adulto responsable que necesita lavarlos. Los platos sucios no son inherentemente repugnantes, no somos una prima donna y lavar los platos no es la gran cosa.
Al darnos cuenta de lo absurdo de nuestra visión melodramática, la rechazamos imaginando que la agudeza de nuestro entendimiento profundo revienta el globo de nuestra fantasía. Después tratamos de enfocarnos en la ausencia de algo que pueda encontrarse ahí adentro. No podemos encontrar un desorden inherentemente repugnante ni una prima donna inmaculada, simplemente porque no son reales.
Necesitamos asegurarnos de que cuando rechazamos nuestra fantasía, no la descartamos como si cambiáramos de canal de televisión. Si la consideramos de esa forma, podemos regresar al mismo programa en poco tiempo. En lugar de ello, descartarla con la imagen del globo que se revienta nos ayuda a dejar de inflarla. Necesitamos sentir que el cuento se acabó para siempre.
Aún más, si concebimos la fantasía de que un “yo” concreto es derrotado por un “yo” concreto aún más fuerte, ejerciendo un entendimiento profundo concreto aún más poderoso, solamente nos hemos cambiado a otro nivel de apariencias dualistas y fantasiosas. El globo que se revienta es una forma de actividad mental y, como tal, ocurre sin un agente concreto en nuestra cabeza que hace que eso suceda.
Reforzamos nuestro rechazo a la fantasía notando que básicamente sólo vimos algo visible. Nuestra imaginación ha exagerado este evento al crear y proyectar sobre él la apariencia dualista de un “yo” aparentemente concreto y unos platos aparentemente concretos. Esta apariencia es una fantasía. Al darnos cuenta de esto, imaginamos que las pastas de nuestro libro de cuentos se cierran abruptamente. El cuento de hadas “La prima donna se enfrenta al desorden repugnante” ha terminado. Al imaginar que el libro de cuentos se disuelve en nuestra mente, tratamos de enfocarnos en el hecho de que el drama dualista fue sólo producto de nuestra imaginación. Después de rechazar nuestra fantasía de esta manera, tratamos de imaginar que lavamos los platos calmadamente, sin identificarnos con un mártir o un sirviente.
A continuación, miramos una fotografía o simplemente pensamos en alguien con quien vivimos que a menudo deja los platos sucios en el fregadero toda la noche. Si vivimos solos, podemos enfocarnos en alguien que conozcamos que sea así e imaginamos que vivimos juntos. Primero, imaginamos que vemos el fregadero lleno de platos en la mañana. Antes de sacar conclusiones precipitadas, nos imaginamos verificando a quién le tocaba lavar los platos la noche anterior. Si era responsabilidad de esta persona, tratamos de imaginar que aceptamos calmadamente el hecho de que no los lavó. Eso es todo lo que pasó, nada más.
Después examinamos cómo aparece la persona ante nosotros y cómo nos sentimos. La mayoría de nosotros podemos rememorar una experiencia semejante y recordar a la otra persona apareciendo como un “patán perezoso” y a nosotros sintiéndonos santurronamente como una víctima explotada que ya no puede soportar más tonterías. Nos recordamos que nadie existe como un patán perezoso siempre incapaz de lavar platos ni como una víctima que siempre tiene que limpiar lo que otros ensucian. Al darnos cuenta de la exageración de nuestra fantasía, la rechazamos imaginando el globo que se revienta. Tratamos de enfocarnos en la ausencia de estos personajes ficticios dentro del mismo.
Reforzamos el rechazo a nuestra fantasía tratando de darnos cuenta de que estamos reaccionando de forma exagerada a una apariencia dualista. Al imaginarnos que el libro de cuentos “El patán perezoso y la víctima santurrona” se cierra y se disuelve en nuestra mente, nos enfocamos en el hecho de que el cuento de hadas salió de nuestra imaginación. Lo único que ocurrió fue que vimos a la persona y que ésta dejó los platos sucios toda la noche.
Después de deshacernos de nuestra fantasía, podemos lidiar racionalmente con la realidad de la situación. Por ejemplo, tratamos de imaginar que permanecemos callados y pacientes esperando que la persona lave los platos después del desayuno, si esa es su costumbre. Alternativamente, si necesitamos recordárselo o si tenemos que redistribuir el trabajo de la casa, tratamos de imaginar que lo hacemos con calma, sin acusaciones.
A continuación, cambiamos a otras escenas perturbadoras de nuestra vida personal, en la casa, en la oficina o en nuestras relaciones personales. Seguimos el mismo procedimiento para validar y aceptar la precisión de lo que hemos visto u oído. Una vez que hayamos aceptado lo que realmente pasó, examinamos, reconocemos y tratamos de renunciar a las apariencias exageradas y dualistas que nuestra mente censuradora pudo haber proyectado. Hacemos esto recordando que nuestras fantasías sobre opresores, víctimas y demás, son simplemente tonterías que salen de nuestra imaginación. Al imaginar que los globos de estas fantasías se revientan y el libro de cuentos se cierra y se disuelve en nuestra mente, tratamos de regresar a ver la situación como realmente es.
La segunda fase del ejercicio comienza sentándonos en círculo con el grupo y enfocándonos en una persona a la vez. Observamos cuidadosamente para confirmar la apariencia convencional que vemos de la persona, por ejemplo, como alguien que se pinta el pelo, como alguien que usa un arete, etc. Sin comentarios mentales, tratamos de aceptar lo que vemos como correcto. Después tratamos de notar cómo aparece la persona ante nosotros y cómo nos sentimos. Por ejemplo, la persona nos puede parecer alguien totalmente superficial, o un soberano tonto que sigue la moda sin pensar, o la cosa más atractiva o amenazante del mundo. Aún más, nos podemos sentir como el juez autodesignado o como el sobreviviente de un naufragio en una isla desierta, desesperado por compañía. Tratamos de descartar estas imágenes y sentimientos imaginando que el globo se revienta y que el libro de cuentos se cierra y se disuelve en nuestra mente. Entonces tratamos de ver a la persona con aceptación, sin sentirnos culpables ni tontos por lo que hemos sentido.
A continuación, repetimos el procedimiento mientras nos sentamos frente a un compañero y trabajamos con su apariencia. Luego, profundizando, notamos cualquier sentimiento de nerviosismo o miedo que podamos tener. Específicamente, tratamos de notar y desechar cualquier sentimiento que podamos tener de nosotros como un “yo” aparentemente concreto dentro de nuestra cabeza, confrontando a un “tú” aparentemente concreto sentado detrás de los ojos de esa persona. Al usar las imágenes del globo que se revienta y del libro de cuentos que se cierra y se disuelve en nuestra mente, notamos la profunda sensación de alivio y la calidez y apertura naturales que proporciona el rechazo de la fantasía.
La tercera fase del ejercicio comienza mirándonos al espejo. Al revisar la precisión de lo que vemos, tratamos de aceptarlo sin hacer juicios. Tratamos de renunciar a cualquier sentimiento que podamos tener de la Bella y la Bestia, nuevamente reventando el globo de nuestra fantasía y cerrando y disolviendo el libro de cuentos. Si estamos practicando en casa y tenemos lo necesario para hacerlo, repetimos el ejercicio mientras escuchamos una grabación de nuestra voz y, más tarde, mientras vemos un video de nosotros mismos.
Durante la segunda parte de esta fase, nos sentamos en silencio y tratamos de notar lo que estamos sintiendo. Después, verificamos la precisión de nuestra valoración. Lo que sentimos ¿es simplemente lo que ya habíamos decidido de antemano que estábamos sintiendo, o es como realmente nos sentimos en este momento? Si realmente nos sentimos solos o contentos, o incluso si realmente no sentimos nada, tratamos de aceptarlo sin hacer juicios. Además, si de manera precisa sentimos lástima por nosotros mismos, nos sentimos culpables por lo que estamos sintiendo o nos sentimos totalmente incapaces de sentir algo, también tratamos de aceptar la presencia de estas impresiones. De otra forma, podemos sentirnos culpables por sentirnos culpables. Sin embargo, tratamos de reconocer que podemos estar exagerando o haciendo la gran cosa de nuestros sentimientos. Al darnos cuenta de esto, rechazamos la impresión exagerada que tenemos de nuestros sentimientos. Reventamos el globo, cerramos y disolvemos el libro de cuentos y notamos cuánto más cómodos nos sentimos. Ahora podemos lidiar con nuestros sentimientos de forma más equilibrada.
Finalmente, miramos la serie de fotografías viejas de nosotros mismos y repetimos el ejercicio. Al dirigir nuestro análisis hacia las apariencias que vemos y los sentimientos que provocan, tratamos de aceptarnos como realmente éramos entonces. Si estamos exagerando los sentimientos que recordamos de esos períodos o los sentimientos que todavía tenemos con respecto a esa época, reventamos el globo, cerramos el libro de cuentos y lo disolvemos en nuestra mente. Luego continuamos mirando las fotografías con calma.
Esquema de Ejercicio 11: Validar las apariencias que percibimos
I. Mientras te enfocas en alguien de tu vida
1. Mientras te enfocas en un incidente molesto
- Imagina que ves tu fregadero lleno de lo que parece una pila de trastes sucios, pero deseas que se trate de otra cosa.
- Imagina que validas la apariencia, encendiendo la luz y mirando de cerca.
- Al confirmar que el fregadero está lleno de trastes sucios, imagina que los ves con aceptación calmada de lo que son.
- Recuerda haber visto semejante imagen y cómo los trastes parecían un desorden repugnante; recuerda cómo, en tu reticencia a lavarlos, te sentiste como una prima donna, demasiado buena para ensuciarte las manos.
- Revive esa sensación y después reflexiona que estás exagerando
la situación.
- Son sólo trastes sucios en el fregadero, no son un desorden repugnante de forma inherente.
- Tú eres solamente un adulto responsable que necesita lavarlos, no una prima donna inmaculada.
- Rechaza la fantasía imaginando que la agudeza de tu comprensión profunda la revienta como un
globo y enfócate en la ausencia de algo que se pueda encontrar adentro.
- Un desorden inherentemente repugnante y una prima donna inmaculada no pueden encontrarse, simplemente porque no son reales.
- Observa que has estado creando y reaccionando a una apariencia dualista exagerada de los trastes y de ti mismo; todo lo que sucedió fue ver una imagen.
- Rechaza la fantasía imaginando que el libro de cuentos “La Prima Donna se enfrenta al desorden repugnante” se cierra y se disuelve en tu mente.
- Enfócate en el hecho de que el drama dualista era sólo una producción de tu imaginación.
- Imagina que lavas los trastes con calma, sin identificarte con un mártir o con un sirviente.
2. Mientras te enfocas en la fotografía o en la imagen mental de alguien con quien vives o alguien que conoces, que con frecuencia deja los trates sucios en el fregadero toda la noche
- Imagina que por la mañana ves el fregadero lleno de trastes y después ves a esta persona.
- Antes de adelantar conclusiones, imagina que revisas a quién le tocaba lavar los trastes la noche anterior.
- Si era responsabilidad de esta persona, imagina que aceptas con calma el hecho de que él o ella no los lavó.
- Recuerda semejante experiencia y cómo la persona apareció ante ti como un “patán perezoso” y cómo te sentiste santurronamente como la víctima explotada.
- Recuerda que nadie existe como un patán perezoso incapaz de lavar algo jamás, o como una víctima que siempre debe limpiar el desorden de otros.
- Rechaza la fantasía imaginando que el globo se revienta y enfócate en la ausencia de estos personajes ficticios.
- Imagina que el libro de cuentos “El patán perezoso y la víctima santurrona” se cierra y se disuelve en tu mente, y enfócate en el hecho de que el cuento de hadas provino de tu imaginación.
- Imagina que esperas pacientemente a que la persona lave los trastes después del desayuno, si tal es su hábito, o se lo recuerdas calmadamente.
3. Repite el procedimiento mientras te enfocas en otras escenas perturbadoras de tu vida personal
II. Mientras te enfocas en alguien en persona
1. Mientras estás sentado en círculo con el grupo y enfocándote en cada una de las personas a la vez para la secuencia completa
- Observa cuidadosamente para confirmar la apariencia convencional que ves de la persona, por ejemplo, como alguien que se pinta el pelo.
- Acepta lo que ves con precisión, sin comentarios mentales.
- Nota cómo aparece la persona ante ti y cómo te sientes; por ejemplo, la persona puede parecer alguien totalmente superficial y tú puedes sentirte como el juez auto-designado.
- Desecha estas imágenes y sensaciones imaginando que el globo se revienta y que el libro de cuentos se cierra y se disuelve en tu mente.
- Mira a la persona de forma aceptante, sin sentirte culpable o tonto por lo que sentiste.
2. Repite el procedimiento mientras estás sentado frente a un compañero
- Después de repetir el procedimiento, nota cualesquiera sensaciones de nerviosismo o miedo y, específicamente, cualquier sensación de ti mismo como un “yo” concreto en tu cabeza que se enfrenta a un “tú” concreto que está sentado detrás de los ojos de la persona.
- Imagina que el globo de esta fantasía se revienta y que el libro de cuentos se cierra y se disuelve en tu mente.
- Nota la profunda sensación de alivio y la calidez y apertura naturales que produce el soltar esta fantasía.
III. Mientras te enfocas en ti mismo
1. Repite el procedimiento mientras te ves en un espejo
- Rechaza las apariencias y sensaciones dualistas, tales como la de la Bella y la Bestia.
2. Repite el procedimiento sin espejo, validando lo que piensas que estás sintiendo en el momento y las impresiones que tienes en torno a esos sentimientos
3. Repite el procedimiento mientras ves fotografías que abarquen toda tu vida, validando las apariencias que ves y los sentimientos que producen